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Los hilos mágicos de Carlos González

JR conversa con el reconocido director teatral a propósito de su labor en defensa, por más de cinco décadas, del arte titiritero

Autor:

Sergio Félix González Murguía

Carlos González posee una vitalidad envidiable. A sus 70 años de edad (y 50 ya de vida artística) conserva la imaginación del joven que en 1963 vio por primera vez aquella cotorrita que definiría su predilección por el arte de las marionetas. Este apasionado del trabajo para niños ha desarrollado una encomiable labor artística y comunitaria al frente del grupo de teatro Hilos Mágicos, cuyo quehacer sobrepasa las tres décadas.

Las tardes de fin de semana en el teatro La Edad de Oro, sede de la compañía, son el refugio de los niños que acuden allí para adentrarse en la fantasía que el universo de los títeres sabe alimentar.   

Carlos González conoce a la perfección los entresijos de la fluida comunicación que puede llegar a establecer un muñeco, aparentemente sin vida, con el público. Lo aprendió de la mano de grandes figuras del arte titiritero y la actuación, quienes sentaron las bases para que se dedicara con total pasión a esta expresión artística.

«Empecé en el grupo El Galpón, en 1969, y actuábamos en el parque de Santos Suárez. Allí desarrollé el personaje del Negrito, uno de mis primeros números de marionetas como parte del espectáculo de variedades titulado Buscando, buscando, donde se mezclaba la cumbia con canciones de Ernesto Lecuona y otros elementos de la cultura latinoamericana», comenta el artista, cuyos mentores fueron María Antonia Fariñas y Eurípides Lamata, entre los referentes más destacados del teatro para niños y de títeres en nuestro país.

Con ellos Carlos González aprendió la confección y manipulación de las marionetas y diferentes técnicas que le permitieron dominar desde los muñecos de guante hasta trabajos más complejos como las confecciones de hilo, las varillas o los peleles, a lo cual sumó sus habilidades en la actuación y el canto.

Paralelamente este hombre del espectáculo incursionó en el cabaré y el teatro musical, un mundo de entretenimiento y lentejuelas que luego trasladó al de los muñecos, lo cual le permitió conformar obras con marcado contenido folclórico, latinoamericano, y elementos del circo, así como crear trajes específicos para cada aparición.

González llegó incluso a actuar en Angola, y es que «en 1986, integré la Brigada Juan Marinello con un grupo de artistas que recorrimos seis provincias angolanas para llevar un poco de sosiego a las tropas internacionalistas que luchaban contra el apartheid. Asimismo realizamos algunas colaboraciones para la Televisión de Luanda, donde grabamos tres programas», rememora este creador cuya experiencia en África constituyó el antecedente que le permitió conformar Hilos Mágicos.

Con la persistencia que caracteriza a este artista, logró fundar dicha compañía el 25 de enero de 1990, con sede en el cine La Edad de Oro, situado en la intercepción de las calles Santa Catalina y Juan Delgado, en el municipio habanero de Diez de Octubre, con el objetivo de desarrollar el arte titiritero en beneficio de la comunidad.

«Después de presentarle el proyecto a la actriz Raquel Revuelta, entonces presidenta del Consejo Nacional de Artes Escénicas,nos entregaron este local donde inicialmente compartíamos nuestra cartelera con la de cine, pero gustó tanto la labor que desarrollábamos que pronto decidimos establecer una programación estable cada fin de semana. Fue así como este recinto se convirt ió en la casa exclusivamente de Hilos Mágicos», señala Carlos, quien es muy querido en la comunidad donde está enclavada la compañía.

Desde allí la tropa que dirige atiende varias escuelas, círculos infantiles y residencias de ancianos, a quienes llevan la alegría con la complicidad de sus marionetas, como mismo consiguen con ese público fiel que sigue sus propuestas artísticas cada fin de semana en La Edad de Oro.

«En todos estos años también hemos sido parte de los festivales y eventos promovidos por el Consejo Nacional de las Artes Escénicas, como la Bacanal del Títere para Adultos, un tipo de público para el cual hemos concebido varias presentaciones.

«Recuerdo cuando creamos Títeres, bufo son, un homenaje al teatro bufo y al escritor Eduardo Robreño, con todas las estampas típicas del vernáculo, en las que aparecían el negrito, la mulata y el gallego en un solar habanero. Este espectáculo lo ideamos usando distintas técnicas de títeres, como el guante, la varilla, las marionetas...», destaca quien recibió por esta labor tres Premios Caricato, uno de ellos en Puesta en escena.

Diversas adaptaciones de obras clásicas de la literatura infantil como Caperucita Roja, El mundo de Oz, El gato con Botas o El pequeño pirulí se adicionan al repertorio junto a otras obras que llevan la firma de González como Tina y Fina, Historia de un burro o Aquí está el circo, este último un ambicioso montaje con más de diez historias protagonizadas por marionetas que cuentan con el diseño original de Zenén Calero, premio nacional de Teatro 2020.

«Ahora preparamos un espectáculo en el que abordamos la necesidad de protegernos del virus de la COVID-19 y que contribuirá a enseñarle a los niños cómo lavarse correctamente las manos y alejarse del peligro. Consideramos que resulta muy eficaz el arte de las marionetas para la formación de los pequeños, y es que ellos creen en los muñecos ciegamente. Para ellos, muchas veces el titiritero no existe y es la marioneta la única que está presente», asegura Carlos González, quien ha logrado contagiar con su entusiasmo a los jóvenes que comparten este mismo amor.

Es el caso de Daymé Rodríguez Mena, integrante de Hilos Mágicos hace más de tres años. Para ella «el trabajo en la compañía me ha ayudado a establecer una comunicación muy especial con mi hijo y con los niños en general. Sin dudas ese público, que es único, sacó de mí una ternura y una sensibilidad que antes no poseía a tan alto nivel».

«Carlos nos ha enseñado que como titiriteros debemos ser muy cuidadosos en escena, que no debemos destacar por encima del muñeco, es él el protagonista y si por casualidad se produce un accidente, la marioneta tiene que encontrar el modo de solucionarlo. Esa magia no se le puede romper al niño. Es difícil, hay que estar todo el tiempo a la viva».

En ese empeño coincide su compañero, Randy Irigoyen Cabañas, con diez años de experiencia en la agrupación. «Nos hemos acostumbrado a revisar las marionetas antes de empezar cada espectáculo y darles mucho mimo para que consigan tener vidas diferentes.

«La primera vez que entré en este teatro, de pequeño, fue para ver El trencito de la amistad. En ese espectáculo descubrí al Negrito, conducido por Carlos, y desde entonces me pregunté cómo podía hacer tanta maravilla con él, yo nunca había visto una marioneta y me entró la curiosidad de querer saber cómo manipulaba el muñeco».

Según Carlos, «la relación con el títere comienza desde que se confecciona el muñeco y se hace el diseño del personaje, hasta que se llega a las historias que se quieran contar con él. Y luego hay que sacarle todo el provecho que se pueda, con cada técnica y sus especificidades, pues la manipulación de un títere de varilla no tiene nada que ver con la de un títere de guantes o una marioneta. Cada uno precisa animaciones diferentes».

González extraña iniciativas como el Taller de Títeres organizado en la calle Galeano, «que desgraciadamente ha desaparecido y que convocaba a toda aquella fuerza de titiriteros que había. Íbamos allí para aprender a hacer títeres, modelar muñecos, trenzar, coser, poner pelucas, crear mecanismos y una serie de procesos necesarios para dominar los secretos de la confección y ejecución de las marionetas, esas que esperamos que no nos abandonen nunca».

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