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Amílcar Salatti y las historias que quitan el sueño

«Trato de meterme en asuntos álgidos de nuestra actualidad», dijo a Juventud Rebelde uno de los guionista de Vuelve a mirar

Autor:

Iris Celia Mujica Castellón

Cuando un producto audiovisual llega a la pantalla, grande o chica, listo para el consumo y abierto a los inevitables juicios de la expectación, ha pasado por un proceso creativo en el que intervienen muchísimas personas y con ellas, todas sus apreciaciones y subjetividades.

Los públicos hablan primero de los actores, «qué bien hizo “fulano” su papel», «las actuaciones están flojas». Debaten sobre conflictos, desenlaces y desde criterios a veces inspirados en el sentido común, reconocen cuándo un material es sólido y contundente. 

Algunos llegan a identificar a directores, y confían la calidad de la propuesta al nombre de quien dirigió la orquesta actoral y todos los demás procesos, que no son pocos. A veces, y son las menos, los públicos hablan de guionistas.

Por lo general, quienes escriben y conciben primero la historia, quedan en boca de expertos o críticos. Un hecho lamentable, pero real, que sufre más la televisión que el cine. Las audiencias deben, por derecho y deuda, conocer sobre los buenos narradores.

Es el guionista quien, a partir de una idea propia o la adaptación de una escrita, cuenta aquello que otros interpretan. Es quien da forma y sentido a una trama; quien resucita una idea y la transforma en una reflexión.   

Como pocas historias del audiovisual no están contadas, los créditos hoy, buscan a quienes tienen la capacidad de exponer las perspectivas más interesantes.

En una encomienda tan difícil, de muchos intentos resultan escasísimos aciertos; Amílcar Salatti, es uno de estos. Durante 15 años ha escrito guiones para las más diversas producciones de la televisión y el cine. Los filmes Esteban e Inocencia, la teleserie Zoológico, el policiaco U.N.O., la telenovela Entrega y esta que hoy nos ocupa, Vuelve a mirar, son algunos de los libretos que llevan su autoría.

Con una visión casi radiográfica, Salatti encuentra las mejores ficciones envueltas en la cotidianidad del cubano. Quizá deba a esa dosis de realismo la aceptación de sus textos. «Ojalá algún día yo logre tener un sello reconocible», dice. «Trato de no andar con medias tintas, hasta donde permita la política editorial de la televisión, y meterme en asuntos álgidos de nuestra actualidad».

Es un guionista autodidacta que encontró parte de la vocación en «el atrevimiento y parte en ser un lector empedernido siempre con deseos de devorar nuevas historias. La vida me dio la posibilidad de cambiar la veterinaria por la televisión, y ya dentro de ella me enamoré de ese proceso que empieza en la página en blanco y termina en un audiovisual».

Esos temas que «me emocionan, los que me quitan el sueño, los que afectan a la gente…»,  son los que inspiran su narrativa. «Pienso en llegar a la sensibilidad de las personas, a que empaticen con lo que les cuento. Hay cosas que escribo para un público juvenil y termina viéndolo gente de cualquier edad, y eso está relacionado con la conexión que se establece entre los personajes y los televidentes».

―Ha dicho que siempre regresa a la televisión porque, entre otras razones, a ella debe su formación como guionista. ¿Prefiere escribir para el cine?

―Siento tanto orgullo con proyectos que he escrito para TV, como las dos películas que hasta hoy tengo estrenadas. De preferir, prefiero contar buenas historias que el paso del tiempo no apague.

―Esos guiones cubanos que son lecciones para autores de todos los tiempos, ¿cuáles son para Amílcar Salatti?

―Bueno, así a memoria y rápido me quedaría con ¡Plaf!, por su estructura; con Fresa y Chocolate, por la emoción que transmite y el significado que tiene para nuestro cine; y por último con Suite Habana, por lograr llegar a nuestros corazones casi que en silencio.

―De la entrega al director a la puesta en pantalla, el texto atraviesa varios procesos mediados por la interpretación personal de todo el que lo recibe, ¿cómo protege el guionista su trabajo en ese tránsito? 

―La única forma que tiene un guionista de proteger su obra es que esté escrita lo mejor posible, que esté —como se dice en el argot— «cerrada». Entonces sería hacerla crecer desde lo que está en esas páginas. Siempre ocurren cambios, por cuestiones objetivas o subjetivas, es inevitable; pero si está bien escrito, serán los mínimos.

―Desde su experiencia en producciones cubanas, ¿cuánto pierde la obra desde la concepción a la puesta? ¿Qué desgasta hoy los guiones realizados para el audiovisual nacional? ¿Algunas veces ganan? 

―Depende de innumerables factores. En mi opinión los fundamentales serían el director que asuma el proyecto y el productor que lo lleve adelante. Una comunicación cercana entre director-guionista evitaría esos desgastes y esas interpretaciones paralelas en donde el director tiene «su película» y el guionista la suya. Y sí, he visto ganar muchos de mis guiones. Cuando hay directores talentosos, profesionales, que conforman un equipo eficaz, el guion siempre sale ganando.

―¿Qué tipo de dirección conquista su trabajo?

―Sobre todo que haya sensibilidad y coherencia hacia las temáticas que aborden, y cuidado y profesionalidad en lo que se haga. Se nota cuando un director trabaja para que una obra esté a la mayor altura posible y también se nota cuando eso no interesa.

―De ese lamentable criterio popular «no hay nada que ver en la televisión cubana», ¿cuánto recae en la labor de los guionistas?

―En eso los guionistas llevamos la mayor responsabilidad. Somos los creadores de contenidos y de nosotros depende que la TV tenga historias para filmar. Pero hay otros elementos que tributan a esa frase y son principalmente de carácter productivo y queda fuera de nuestro alcance.  

―¿Qué narrativas seducen a los telespectadores cubanos?

―En mi experiencia, las que abordan su realidad más inmediata. Cuando entras en otras dinámicas con géneros distintos o historias divorciadas de la realidad, mucho público te recibe con recelo y lleva más tiempo que las acepten.

―La telenovela en curso, Vuelve a mirar, fue escrita por el autor camagüeyano Pavel Alejandro Barrios en una versión original para radio. ¿Cuánto quedó de esa propuesta inicial y cómo creció la historia en la adaptación a la TV?

―Tendría que releer el argumento de Pavel para responderte con certeza, pero creo que la mayor parte de su historia está ahí. Es normal que del argumento a los guiones haya transformaciones, son dos procesos diferentes que tienen sus características, pero hay que mantener la esencia y el tema que Pavel como autor quiso dejar en el público y eso pienso que se logró.

―Uno de los valores reconocidos a esta entrega suya y de Joel Infante, es la inclusión de historias paralelas a la trama central que adentran temáticas de alta repercusión social. ¿Cómo apelar a este recurso sin pecar de un tratamiento superficial a tópicos sensibles o caer en el exceso, a riesgo de que una subtrama supere los conflictos principales?

―Para no ser superficial hay que tener un conocimiento lo más profundo posible de la temática que vayas a abordar. Y en cuanto a que una subtrama no supere las historias protagónicas, se va logrando con el oficio, pues en otros proyectos me ha sucedido, y unido a esto, la asesoría dramatúrgica permanente que tenemos.

―Para algunos espectadores, el tratamiento dado a los conflictos de la tercera edad en la telenovela no toca como debería o, edulcora, polémicas asociadas al desamparo familiar de los adultos mayores y la precariedad económica en que algunos subsisten durante la vejez. ¿Qué opinión tiene al respecto?

―No creo que Vuelve a mirar edulcore, hay ancianos como los que se ven ahí, y sé que hay otros que tienen una vida mucho más difícil y que no están. A esos les debemos una telenovela.

―¿Dónde encuentra las fortalezas de esta historia escrita a cuatro manos para la televisión cubana?

―Eso prefiero que lo digan los críticos. 

—Desde el primer guion que escribió a la fecha, ¿qué sigue siendo lo más difícil en el ejercicio creativo de Amílcar Salatti?

―No repetirme, y no dejar escapar a los espectadores del siglo XXI que tienen un tremendo entrenamiento en el audiovisual. Cada vez es más complicado seducir al público.

―¿De entre todos sus textos, tiene uno favorito?

―En lo personal vivo orgulloso de Inocencia por lo que significó en todos los sentidos; y de la TV me quedaría con el telefilme Sacrificio. Esos serían mis favoritos.

—Esa historia que no sale de su cabeza y no ha podido escribir, ¿existe?

―Hay unas cuantas. Necesito días de 48 horas.

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