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El dopaje estremece al béisbol estadounidense

Una investigación independiente demuestra que el uso de esteroides se extendió con fuerza en el béisbol estadounidense, ante la mirada permisiva de sus autoridades

Autor:

Raiko Martín

El ex senador George Mitchell, en el momento de hacer público el informe. Cuando el 30 de marzo de 2006 el Comisionado de las Grandes Ligas (MLB), Allan H. «Bud» Selig, encargó al ex senador George Mitchell una investigación independiente sobre el uso de esteroides en el béisbol estadounidense, quedó claro que la imagen de este deporte había tocado fondo, y que después de décadas de tolerancia, era imprescindible una «jugada salvadora».

Revelaciones y escándalos habían puesto en entredicho la credibilidad del espectáculo, y el intento de orear los trapos sucios a la vista del público era una de las escasas alternativas para intentar rescatarla.

Con tales propósitos, Selig dio luz verde a Mitchell para conducir la investigación con total independencia, libertad y autoridad en la búsqueda de evidencias, sin excepción de dirigentes, jugadores o equipos, y con la promesa de hacer públicos los resultados.

Bajo esos términos transcurrieron casi 20 meses de indagaciones, en los que el ex político y sus colaboradores revisaron miles de documentos escritos y electrónicos generados por la Oficina del Comisionado, las 30 franquicias que integran las Grandes Ligas, y otras fuentes, algunas de ellas públicas.

Según consta en el informe final, fueron entrevistados cerca de 700 testigos en Estados Unidos, Canadá y República Dominicana. Un total de 16 altos funcionarios de la Oficina del Comisionado —entre estos el propio Selig—, respondieron las inquietudes del equipo de Mitchell. Ellos también intentaron acercarse a más de 500 jugadores activos y retirados, pero solo 68 cooperaron con la pesquisa.

Tal reacción era lógica, teniendo en cuenta la naturaleza de la investigación. Todavía más a partir de la posición asumida por la Asociación de Jugadores —sindicato que agrupa a los peloteros—, que se rehusó a entregar documentación relevante, limitó el contacto con sus ejecutivos, y circuló un memorandum en el que mostraba su desacuerdo con cualquier cooperación de los jugadores.

Al final, el resultado no fue más allá de lo esperado. Para la historia quedaron 409 páginas, cuyo mérito más importante radica en la certificación ante la opinión pública de lo que era un secreto a voces ignorado durante mucho tiempo: el uso de sustancias prohibidas para incrementar rendimientos era una práctica habitual en las décadas de los años 80 y 90, etapa que trascenderá con el indeseado calificativo de la «Era de los esteroides» en el béisbol norteamericano.

La verdad de perogrullo

Si no en la práctica, al menos en términos de percepción, puede establecerse en el béisbol profesional estadounidense un antes y un después del 13 de diciembre de 2007, fecha escogida por Mitchell para dar a conocer los resultados de su investigación.

El informe no fue más que la forma de aliviar las presiones y cuestionamientos que llegaban a la MLB desde la opinión pública y algunos sectores de la política norteamericana, a partir de las revelaciones citadas en la autobiografía del ex jugador José Canseco, titulada Juiced, y publicada en 2005, y el posterior escándalo en torno a los laboratorios BALCO, eje central del libro Shadow of the Game, escrito por dos reporteros del diario San Francisco Chronicle.

En el documento elaborado por Mitchell se intenta ilustrar el fenómeno, apoyado en testimonios e informaciones recopiladas. A la hora de mencionar causas y culpables, el ex senador fue preciso: «Todos las partes involucradas con el béisbol en las dos últimas décadas —comisionados, directivos de equipos, el sindicato de peloteros y los jugadores— comparten la responsabilidad por la Era de los esteroides».

Como lapidaria sentencia reconoció además que a estos «solo les preocupaba el aspecto económico de la competencia», quizá como un recordatorio a la etapa posterior a la octava y más dura huelga de jugadores en las Grandes Ligas, que originó la suspensión de unos 920 juegos de la temporada 1994-95, canceló la Serie Mundial por primera vez en 90 años, disminuyó en un 20 por ciento la asistencia de público a los partidos, y produjo pérdidas de más de 700 millones de dólares.

Las «increíbles hazañas» de Mark McGwire (derecha) y Sammy Sosa revivieron la pasión por el béisbol en la nación norteña hace unos años. Pero ahora todo eso está en tela de juicio. Por aquellos días todos se hicieron los de la vista gorda ante las sospechas de dopaje que empañaban las «increíbles hazañas» de Mark McGwire, Sammy Sosa y Barry Bonds, quienes a fuerza de batazos aplacaron la desilusión, llenaron estadios, y revivieron la pasión por el béisbol en la nación norteña.

En cifras, el informe de Mitchell es cauteloso, y se justifica partiendo de que la política antidopaje en las Grandes Ligas jamás fue lo necesariamente seria, exigente y constante, en gran mediada debido a las reticencias de la Asociación de Jugadores.

Si bien se citan criterios como los del fallecido Ken Caminiti, seleccionado como el Jugador Más Valioso (MVP) de la Liga Nacional en 1996, quien sugirió que al menos la mitad de los jugadores de su época se dopaban, el documento también se hace eco de que apenas entre un cinco y un siete por ciento de los atletas que se sometieron a controles anónimos durante el 2003 dieron positivo al uso de sustancias ilegales.

No obstante, Mitchell plasmó sobre el papel lo difícil que resultaba determinar cuántos habían intentado o continúan buscando ventajas con el uso de esteroides, reconoció que existía una seria cultura del dopaje en el béisbol profesional estadounidense y era muy lenta la respuesta de sus autoridades, y que miles de jóvenes jugadores a lo largo de todo el país están usando este tipo de sustancias.

Un «cohete» explota entre las estrellas

Sin dudas, las mayores expectativas en torno a la publicación del Informe Mitchell estaban relacionadas con los nombres que develaría el documento.

Al final, fueron 86 jugadores —entre activos y retirados—, los que resultaron involucrados. En la lista no podía faltar Barry Bonds, dueño del récord de jonrones y acusado ahora de perjurio en sus declaraciones sobre el caso BALCO, ni el ex jugador Rafael Palmeiro, uno de los 21 peloteros que hasta hoy han dado positivo en controles y fueron sancionados.

La gran sorpresa del informe resultó la inclusión del estelar lanzador Roger Clemens. En cambio, la gran sorpresa del informe resultó la inclusión del estelar lanzador Roger Clemens, ganador en siete ocasiones del premio Cy Young y miembro del equipo estadounidense en el I Clásico Mundial de béisbol. Su nombre apareció 82 veces en el documento, cifra solo superada por las 106 citas referentes a Bonds.

«El Cohete» Clemens militó la pasada temporada en los Yankees de New York y a sus 45 años exhibe una impresionante hoja de servicios: 354 victorias y 184 derrotas, 4672 ponches y un promedio 3.12 carreras limpias por juego. Pero las evidencias sobre él llegaron a Mitchell a través de Brian McNamee, un ex preparador físico de los «Mulos del Bronx».

Ante los investigadores, McNamee aseguró haber inyectado esteroides a Clemens en 1998, cuando jugaba para los Azulejos de Toronto, y hormona de crecimiento humano (HGH) entre el 2001 y 2002, siendo lanzador del elenco newyorkino.

Las reacciones de Clemens no se hicieron esperar, y por medio de su abogado lo negó todo: «No consumí esteroides, hormona de crecimiento humano o cualquier otro tipo de sustancia prohibida en ningún momento de mi carrera como beisbolista, ni en mi vida. De momento, solo pido que la gente no saque conclusiones a la carrera».

Pero, desafortunadamente, las aspiraciones de Clemens recibieron un balde de agua fría cuando su compañero Andy Petitte —otra de las sorpresas en la lista de implicados— apuntaló las declaraciones de MacNamee al reconocer que este le suministró hormona de crecimiento en par de ocasiones durante el 2002.

«Estaba lesionado y sentía la obligación de regresar a mi equipo lo más pronto posible. Por esa razón, y solo por esa razón, usé la hormona durante dos días», explicó Petitte en un comunicado donde pedía disculpas.

Más o menos en esos tonos estuvieron los mea culpa esgrimidos por Brian Roberts, F. T. Santangelo y Gary Bennet al reconocer su responsabilidad. Algunos como el toletero boricua Juan «Igor» González y el lanzador Brendan Donnelly han negado cualquier implicación, y el resto del grupo, que incluye a más de una decena de MVP en diferentes años, ha optado por el silencio ante las imputaciones.

Quien no ha dudado en abrir la boca ha sido Canseco, para quien el listado de nombres presentado por Mitchell está incompleto. «Definitivamente, hay muchos ausentes en la lista. No puedo creer que su nombre no esté», fue la respuesta que dio a los periodistas cuando le preguntaron por la ausencia en el reporte de Alex Rodríguez, antesalista de los Yankees y seleccionado tres veces como MVP de la Liga Nacional, quien este año se convirtió en el pelotero más joven en sobrepasar la cifra de 500 jonrones.

Si se tiene en cuenta que el propio Mitchell reconoce en el texto que el uso de sustancias ilegales no se limita a los jugadores identificados en el informe, y que hasta hoy no existe un método fiable para detectar el consumo de la hormona de crecimiento humano, cabe entonces pensar que algunos ilustres pudieron quedar fuera en esta ocasión.

Fama con castigo

Desde su concepción, la investigación liderada por el ex senador Mitchell levantó no pocas polémicas y suspicacias en torno a sus fines y repercusiones. Algunos cuestionaron hasta la pertinencia de develar nombres.

«Identificar a los implicados fue la mejor decisión posible» explicó Mitchell poco después de dar a conocer su informe, y añadió que «nos esforzamos por determinar la veracidad de la información que recibimos. Varios de los testigos fueron entrevistados en presencia de agentes judiciales del fuero federal, quienes les advirtieron que declarar falsamente los dejaría sujetos a problemas legales. Así que tenían fuertes motivos para decir la verdad».

Todo parece indicar que los resultados de la investigación no determinan ninguna sanción severa, puesto que toda la evidencia se basa en declaraciones de «que alguien compró», «que otro vendió» o «que alguien te dio». Además, muchos de los encartados pasaron a retiro, y muy pocos de ellos han dado positivo a un control antidopaje.

En su informe, el ex político solo se limitó a brindar varias recomendaciones al Comisionado Selig, al que pidió no castigar a ninguno de los mencionados, «excepto en los casos en los que se determine que la conducta es tan seria que se requiere una medida disciplinaria para mantener la integridad del deporte».

La mayoría de los especialistas coinciden en que la publicación del informe no solucionará el problema del dopaje en el béisbol norteamericano. Su trascendencia estará por verse, pues ahora la MLB enfrentará las exigencias de la sociedad, que no se conformará más con investigaciones, promesas, negociaciones y subordinaciones a los Convenios Colectivos con la Asociación de Jugadores.

Por ahora, el comisionado Selig, el director de la Asociación de Jugadores Donald Ferh y el propio Mitchell, comparecerán el martes ante dos miembros del Congreso, quienes están interesados en conocer si las recomendaciones expresadas en el reporte serán bien acogidas, y si serán necesarias medidas adicionales.

¿Qué pasará en lo adelante? Nadie se atreve a vaticinarlo. De momento, Selig se muestra orgulloso del paso dado, a pesar de las críticas por haber llegado un poco tarde. Si cumple con la promesa de tomar en cuenta las recomendaciones de Mitchell, pudiera haber cambios en la lucha contra el dopaje, aunque no se dicten sentencias.

De cualquier forma, para algunos de los implicados el peor castigo será el peso de una manchada reputación, lo cual puede costarles la entrada al Salón de la Fama.

Hace muy poco, McGwire apenas superó la primera votación para ingresar. Es posible que en los próximos años Bonds no reciba más que un asterisco para acompañar sus récords, y en el futuro, Clemens pudiera ver desaparecer sus aspiraciones en el umbral del recinto que en Cooperstown acoge a las leyendas del béisbol norteamericano, si no logra sacudirse el lodo que hoy le salpica.

La gran sorpresa del informe resultó la inclusión del estelar lanzador Roger Clemens.

El ex senador George Mitchell, en el momento de hacer público el informe.

Las «increíbles hazañas» de Mark McGwire (derecha) y Sammy Sosa revivieron la pasión por el béisbol en la nación norteña hace unos años. Pero ahora todo eso está en tela de juicio.

Jugadores citados en el informe Mitchell

Chad Allen, Rick Ankiel, David Bell, Mike Bell, Marvin Benart, Garry Bennett Jr., Larry Bigbie, Barry Bonds, Kevin Brown, Mark Carreon, Jason Christiansen, Howie Clark, Roger Clemens, Jack Cust, Chris Donnels, Brendan Donnelly, Lenny Dykstra, Bobby Estalella, Matt Franco, Ryan Franklin, Eric Gagne, Jason Giambi, Jeremy Giambi, Jay Gibbons, Troy Glaus, Jason Grimsley, José Guillén, Jerry Hairston Jr., Matt Herges, Phil Hiatt, Glenallen Hill, Darren Holmes, Todd Hundley, David Justice, Chuck Knoblauch, Tim Laker, Mike Lansing, Paul Lo Duca, Nook Logan, Josias Manzanillo, Gary Matthews Jr., Cody McKay, Kent Mercker, Bart Miadich, Hal Morris, Daniel Naulty, Denny Neagle, Jim Parque, Andy Pettitte, Adam Piatt, Todd Pratt, Stephen Randolph, Adam Riggs, Brian Roberts, John Rocker, F.P. Santangelo, Benito Santiago, David Segui, Scott Schoeneweis, Gary Sheffield, Mike Stanton, Miguel Tejada, Mo Vaughn, Ron Villone, Fernando Viña, Rondell White, Jeff Williams, Todd Williams, Ismael Valdez, Randy Velarde, Matt Williams, Steve Woodard, Kevin Young y Gregg Zaun.

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