Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cortar las alas del terror

Autor:

Raúl Arce

Es hora de que los países digan no al crimen financiado, como el que segó 73 vidas en 1976, al explotar un avión de Cubana proximo a las costas de Barbados 

Obligados desde entonces a reconstruir sus vidas, hay huérfanos que todavía en este instante, 32 años después, contarían aún con el consejo de sus viejos, con la mano afectuosa apretándole los hombros. Hoy recuerdan apenas a sus padres, eternamente jóvenes, congelados a perpetuidad en la imagen tierna y difusa de su memoria.

Hay hijos que no nacieron, porque la simiente generosa que debía engendrarlos se hizo cenizas bajo el fulgor de una explosión de sangre y odio. Y hoy serían, como aquellos que no pudieron procrearlos, tanto pilotos como esgrimistas, lo mismo funcionarios que científicos.

Y hablarían no solo español, también inglés o coreano, porque el golpe de terror segó las vidas de seres de varias nacionalidades, hasta la cifra inolvidable de 73 asesinados. Si matar es un verbo aborrecible, arrebatar vidas a cambio de dinero sería el sumun de la monstruosidad.

Era octubre, un mes que parece particularmente predestinado al sacrificio, desde el momento aquel en que Carlos Manuel de Céspedes concediera la libertad a sus esclavos, renunciando al lujo y poniendo el pellejo al alcance del plomo.

Aturdidos, quienes aquel día seis oíamos la noticia del sabotaje al avión en Barbados, nos resistíamos a creer en la verdad tremebunda. Yo mismo fui pasajero del aparato siniestrado, un par de meses antes, cuando viajamos a los Juegos Olímpicos de Montreal: hasta entonces pensé que esos pájaros de hierro, poderosos y altivos, solo podrían abortar su paso por el cielo merced a alguna inexplicable falla mecánica, jamás de la mano de un criminal.

Recuerdo a Francisco de la Torre, un sablista que no acudió entonces a la cita, y que semanas después de la tragedia insistía esperanzado en que aquello no podía ser cierto. Desafiando imprudente las regulaciones de velocidad a bordo de su motocicleta, como si el soplo de aire fresco en el rostro le borrara tanto terrible pensamiento, encontró también la muerte bajo el agua, mientras practicaba la inmersión. ¿Predestinado a yacer cerca de sus compañeros?

Desde entonces, muchos terrorismos, en numerosas geografías, han asolado al mundo, y ese mundo ha sentido en carne propia —que es la peor manera de sentirlo— el dolor de lo injustificable.

Nuevas generaciones de cubanos controlan otra vez los mandos de navegación, empuñan los nobles aceros o recorren el planeta sanando cuerpos o firmando convenios. Ahora que la solidaridad se revierte a favor de esta Isla, en momentos de desgracias naturales, es hora también de que los países digan no al crimen financiado.

Para que más jóvenes inocentes no se conviertan, como aquellos, en imágenes borrosas del recuerdo.

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