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Pedro Medina vuelve a dar señas

En diálogo con JR, el ex pelotero recuerda el retiro y otros momentos de su carrera deportiva

Autor:

Juventud Rebelde

Esa noche estaba yo en el Latino, como siempre detrás del banco de primera base, porque mi padre me enseñó que esa es la zona de todas las banderas y ahí se disfruta más el juego. Aquella vez chocaban Ciudad de La Habana y Las Villas, en una Selectiva de alto voltaje, pero al final lo más importante del partido era que Pedro Medina se despedía de la afición capitalina.

Cuando el gigante vino a batear por última vez, todo el estadio se puso de pie para ovacionarlo. Medina lucía muy tenso y solo pudo conectar un roletazo por el campo corto, frente al derecho Roberto Almarales.

«Ese fue mi retiro, de forma espontánea, aunque después vino la ceremonia y todo lo demás. Me fui en plenitud de facultades», recuerda ahora Medina en un lugar muy diferente del estadio: junto a la cabina de la emisora COCO, donde hace sus comentarios de vez en cuando.

—¿Por qué decidió retirarse?

—Quizá el detonante fue una situación que se dio conmigo dentro del equipo nacional. Tomé la decisión con mi familia. Estuve un año preparándome para decir que no iba a jugar más. Lo hice público aquí en el Latino, casi al final de la temporada, y ahí mismo se formó el lío. Le tengo que agradecer mucho a la gente, porque fue muy solidaria.

—¿Fue ese su momento más duro en el béisbol?

—Creo que sí. También recuerdo una vez que caí en slump. Fue en una Selectiva. Yo jugaba todos los días y con el tiempo las cosas me salían peor. Entonces le pedí descanso a Chávez. Luego iba al terreno por las mañanas y practicaba aparte de los demás jugadores. Hasta que por fin en Ciego de Ávila rompí la mala racha, nada menos que frente a Omar Carrero.

—Por cierto, se dice que en aquellos tiempos los lanzadores tenían una preparación superior. ¿Es cierto?

—Sí, aunque su preparación era autodidacta, independientemente de los entrenadores de pitcheo. Ellos mismos trabajaban para contrarrestar sus deficiencias. Antiguamente se hablaba mucho más entre compañeros de lo que se puede hablar ahora. Había algunos que observaban y después te decían: mira, me parece que la caída tuya no está bien, tu brazo está un poco atrás. Esas cosas se hacían dentro del bullpen.

«Otra cosa muy importante era que lanzaban mucho en las prácticas. Yo recuerdo que batearle en la práctica a Jesús Guerra era una cosa desesperante. Había que salir como si fuera el juego de verdad. Aquellos lanzadores eran formidables. Tenían menos nivel escolar, pero eran más inteligentes dentro del campo. Analizaban más sus dificultades.

—¿A cuál de aquellos lanzadores era más difícil recibirle?

—A mí me costó muchísimo trabajo Changa Mederos, precisamente por la efectividad de sus lanzamientos. Tenía una curva que se iba fuera del sistema y era muy difícil bloquearla. Le agradezco muchísimo a Lázaro Martínez, quien fue su catcher de toda la vida. Él me enseñó cómo recibirle a Changa. Al principio yo salía todo morado, por la cantidad de pelotazos que recibía en el juego. Con otros lanzadores me iba mejor. Yo era rápido y tenía buena mecánica para recibir.

—Sin embargo, de Medina casi siempre recordamos sus batazos. ¿Para usted la defensa estaba en segundo plano?

—Mi defensa no era mala, fue una defensa promedio, los números lo dicen. Pero sucede que yo fui quinto o cuarto bate, con gran responsabilidad a la ofensiva. En general, pienso que fui un hombre equilibrado dentro del terreno. Incluso, jugar béisbol me dio responsabilidad para toda la vida. Me enseñó a ser organizado, dedicado.

—¿Cómo llega a las series nacionales?

—Después del campeonato mundial juvenil, celebrado en Maracaibo. Mi primer equipo fue Industriales, lo cual me exigió un compromiso grande desde el inicio. Eso fue en el año 1972. Industriales fue una escuela. Con ese equipo enseguida puedes hacerte popular, pero si juegas mal la gente te aprieta.

—¿Por eso se dice que la camiseta de Industriales pesa mucho?

—Depende de la responsabilidad individual de cada atleta. Si tomas el equipo con seriedad, entonces puedes jugar en Industriales sin problemas. Pero si vas a estar dentro de Industriales para guarachar, ahí es donde te pesa la camiseta.

—¿Es verdad que los atletas de la capital son más regados que los otros?

—Eso es un mito. Yo estuve dentro de Industriales y dirigí también a ese equipo, así que puedo decirte que los jugadores de la capital no son faltas de respeto, ni siempre se van a trasnochar.

—¿Cuándo Medina se apuntaló como bateador?

—Al inicio pasé muchísimo trabajo. Fui cuarto bate de un equipo juvenil, pero tenía una forma de batear muy diferente a la que adopté después dentro de la serie nacional. Tuve muy buenos entrenadores. Entre ellos recuerdo a Oscar Sardiñas y al profesor Juan Ealo, quien en un momento determinado trabajó dentro de las preselecciones nacionales. También a Chávez, a Trigoura, a José Antonio Alpízar, en fin, a mucha gente que estuvo conmigo, muy de cerca.

«Estuve aproximadamente tres años sin poder estabilizarme. Pero en el año 1975, más o menos, puede que no sea exacto, hubo un intercambio de Cuba con un equipo de Grandes Ligas, los Astros de Houston. Con ellos vino a La Habana un entrenador de bateo y una noche me dijo que si cambiaba la forma de coger el bate tendría más tiempo para conectar la bola hacia el centro del terreno.

«Hasta ese momento, yo era un bateador netamente del jardín izquierdo, pero tenía bolas fallas. Ese hombre me ayudó en la organización de la posición de bateo. La primera vez que seguí su consejo, mandé la pelota de foul para el right field. Entonces pensé: este tipo me va a embarcar. Pero seguí intentándolo y la bola fue entrando poco a poco en los límites del campo, hasta que logré ponerla en el centro del terreno.

«Él me dijo que siempre enfocara mentalmente para el center right. Eso se me quedó grabado y me dio un resultado extraordinario. Podía batear los lanzamientos de rompimiento con facilidad. Todos los días realizaba más de 200 repeticiones mentales en mi casa, sin bate.

—¿Cómo llegó al equipo nacional?

—Yo fui uno de los receptores que llegó rápido. Estuve por primera vez en la preselección nacional en el año 73. Entonces varios profesores me vieron como un gran prospecto. Yo era un hombre alto, delgado, no con la corpulencia que tengo ahora (se ríe). Era rápido, corría muy bien las bases, y tenía fuerza al bate.

«Al año siguiente jugué con el Habana y quedamos campeones. Fui a la preselección y me quedé para ir a Japón. Pero después que estaba en el equipo Cuba, pues no jugaba. Me pasó así en el año 75 y el 76.

«Después, en el año 77, en México, recuerdo que Servio sentó a Lázaro Pérez, quien era el catcher estelar en aquel momento, y me dio la posibilidad de jugar.

—¿Los regulares tienen que jugar siempre aunque el rival sea flojo?

—El regular siempre tiene que jugar. La palabra lo dice, es para que juegue todos los días. El resto son suplentes y el suplente tiene que estar consciente de que es suplente. Claro, también debe tratar de ganarse un puesto y tener presente que en cualquier momento lo pueden poner. Lo más importante para el que no juega es tratar de mantenerse en forma.

—Cuénteme cómo fue aquel jonrón memorable de Edmonton, contra EE.UU., en la Copa Intercontinental de 1981.

—Ese batazo marcó mi vida. Dentro de mi carrera hubo otros jonrones importantísimos, pero Edmonton fue un momento difícil. En ese partido contra Estados Unidos no fui titular por decisión del director. Se comentó que yo estaba enfermo, con problemas estomacales, pero nada de eso. Pero a ese mismo director (Servio Borges) le dije: al final me vas a tener que poner. Después la vida me dio la razón.

—Ahora se ha puesto de moda que los receptores cogen las señas del banco. ¿En su tiempo era así o usted decidía?

—Mira, recuerdo un juego en que Fermín Laffita bateó bien las dos primeras veces y el manager nuestro, Roberto Ledo, me dijo: a mí me da la sensación de que tú estás pidiendo los lanzamientos al revés, déjame probar dos innings para ver si es verdad o no. Después lo sacamos outs dos veces. Ahí aprendí la lección. Nunca más me llamaron del banco. Los directores que tuve confiaban mucho en mí. Yo les decía: saca al pitcher, y lo sacaban.

—¿Qué opina de la estructura actual del campeonato? ¿Hay que concentrar la calidad en menos equipos?

—Bueno, llevamos mucho tiempo con esta estructura, porque pensamos que la anterior era mala. Yo pienso que no es cuestión de cambiar el formato, pues al final van a jugar los mismos atletas. Lo importante es mejorar el nivel técnico, revisar los fundamentos que están fallando.

«Vemos hoy que los jugadores no saben adelantar, el toque de sacrificio no sirve, el corrido de las bases es malo, en fin, así muchas cosas que se hacen mal. Todo pasa por el rigor, la exigencia.

—¿Qué me dice del tema de Metros e Industriales?

—Los dos equipos son una tradición. Antiguamente hubo hasta tres equipos dentro de la capital, porque teníamos una gran cantidad de jugadores extraordinarios. Hablo de Constructores, Habana e Industriales. ¿Qué sucede ahora? Cuando Industriales se estabilice como equipo, Metropolitanos será mejor. De lo contrario, Industriales siempre va a coger a los mejores de Metros. El equipo azul no es de la capital, sino de Cuba entera. Recordemos cómo se vivió la final del año pasado.

—¿Qué hace Medina en la actualidad?

—Soy profesor en la Universidad de las Ciencias y el Deporte, donde he aprendido mucho sobre metodología. Soy jefe técnico de la academia provincial y trabajo con la comisión nacional en un proyecto para el próximo Clásico Mundial.

—¿De qué se trata?

—No puedo decir nada por ahora.

Así, terminé la entrevista con un salto en el estómago. Apagué la grabadora como señuelo, pero Medina de verdad no quiso decirme nada. Por esta vez, me gustó el misterio.

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