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Londres por dentro

Los recién concluidos Juegos Olímpicos dejaron incontables alegrías y también insatisfacciones, pero terminaron teniendo un éxito superior al esperado por sus organizadores

Autor:

Raiko Martín

Como escenario de lujo, el Jardín de Rosas de Downing Street, reservado para las buenas noticias. Los protagonistas, el primer ministro británico David Cameron y Sebastian Coe, máximo responsable de la organización de los Juegos Olímpicos Londres 2012.

Nada mejor que una «cálida» mañana de sábado, un día antes de bajar las cortinas del magno evento deportivo, para vocear al mundo entero el alto grado de satisfacción. «Durante dos semanas nos hemos mirado al espejo y nos gusta lo que hemos visto», dijo sonriente Cameron ante las cámaras, durante una conferencia de prensa que aprovechó muy bien para ligarse definitivamente al éxito deportivo más grande del país en más de un siglo de vida olímpica.

Así se daba a entender a todos los ingleses que la gran meta había sido cumplida con sobresaliente nota. Muchos respiraron aliviados, tras años de dudas y apocalípticos pronósticos, salvados magistralmente por una ciudadanía que se sobrepuso a un tibio inicio y terminó convirtiéndose en el eje de la fiesta.

A la hora del resumen, pocos se acordaron de los primeros días con estadios semivacíos, de los anecdóticos errores en la transportación de algunos federativos, atletas y periodistas, y hasta de la multitudinaria muchedumbre obligada a escapar malhumorada tras la ceremonia de inauguración por el «embudo» diseñado en la estación de Stratford, la polémica y única puerta de entrada y salida para el fortificado Parque Olímpico.

Para bien o para mal, muchas otras cosas se vivieron en Londres durante los 16 días que duró el convite atlético más esperado. Sin embargo, quedó la agradable sensación de ser protagonista de un hecho único. Y como tal, cada quien buscó la forma de disfrutarlo.

Temores

Amanecer un día con la noticia de que la empresa encargada de la seguridad en los Juegos se había «quedado corta» en la contratación de personal, y tropezar en la primera visita al Parque Olímpico con los militares —muchos recién llegados de misión— controlando el acceso, nos hizo presagiar un certamen incómodo.

El desplazamiento del foco olímpico hacia el este de la ciudad supuso todo un riesgo para un sistema de transportación complejo hasta en los días de calma. Sin embargo, las previsiones de grandes atascos pecaron por exceso, como al parecer el augurio del gran impacto económico que generaría la cita estival sobre una economía, como todas, afectada por la recesión global.

Una semana después de bajadas las cortinas, las opiniones sobre el tema son encontradas. Los principales diarios locales no dejaron de señalar que la felicidad, reflejada en un aumento de la satisfacción de vida de los ciudadanos, sería el único legado que dejarían los Juegos a los londinenses.

Para Boris Johnson, alcalde de la ciudad, todo lo invertido para la organización del certamen —14 600 millones de dólares fue la cifra oficial aprobada por el Parlamento— fue «un dinero bien gastado». El Gobierno había anunciado que los Juegos no solo permitirían la recuperación de lo invertido, sino que además aportarían al presupuesto estatal unos 5 550 millones de dólares adicionales entre inversiones extranjeras, turismo, oportunidades de contrato y ventas adicionales.

Sin embargo, Marvin King, presidente del Banco de Inglaterra, es más escéptico. «El impacto sobre la confianza del consumidor puede dar un ligero impulso a la economía, pero a la larga los Juegos no pueden alterar la situación económica subyacente que enfrentamos», sentenció.

Comoquiera que sea, las cifras reales relacionadas con los gastos de esta cita solo se conocerán el próximo año, aunque algunos medios estiman en ¡37 700 millones! de dólares el monto de la inversión.

Euforias

En contraste, lo desembolsado para la preparación del «Team GB» rindió más de lo esperado. El tercer lugar en el medallero, forjado con unos inéditos 29 títulos dejó al país en un estado de euforia colectiva que se fue generando al calor de los triunfos.

Para lograrlos, los especialistas locales diseñaron una estrategia impecable. Conscientes de que las pistas y las piscinas tenían dueños, se concentraron en sacar oro del nuevo velódromo y el deslumbrante canal del Eton Dorney. En su momento consiguieron del entonces primer ministro Gordon Brown una asignación de 400 millones de euros para los cuatro años, gran parte de estos provenientes de los beneficios de la lotería del Estado. Además, otros 300 millones para desarrollar instalaciones específicas y para contratar a los mejores especialistas del mundo.

La cosecha fue óptima. En total 65 medallas, de estas siete oros en ciclismo, cuatro en el remo y dos en el canotaje, otras tres en la hípica, y todo un país en un éxtasis notable en cualquiera de las líneas del Underground (metro) o en la Picadilly Circus, frente a la pantalla gigante desde donde miles siguieron a diario cada batalla atlética. O en la Plaza Traffalgar, en la que los inmensos leones y la Columna de Nelson se empequeñecían entre los miles que allí festejaron de lo lindo.

Legados

Claro que quedará la felicidad de todo un pueblo. Además los organizadores se propusieron que los Juegos sirvieran de inspiración para toda una generación que de una forma u otra ha encontrado un espacio de participación en esta fiesta.

Los voluntarios enrolados se contaron por miles y supieron superar muchas veces la escasa información que podían brindar con una sonrisa tranquilizadora. Tan cosmopolita como la ciudad fue la integración de ese «ejército». Algunos con turbantes, otros de notables rasgos africanos, e incluso varios con alguna discapacidad, pero con una entrega a prueba de balas. Sin dudas, los Juegos de Londres fuero inclusivos.

En lo social, regeneración fue otra de las palabras que casi se convierte en lema. El resurgir del East End, un sector de la urbe olvidado hasta entonces, trascenderá al certamen gracias a las inversiones en la infraestructura de esta zona, concebida como el corazón de los Juegos.

Algunas de las instalaciones, como la arena de baloncesto, el campo de hockey sobre césped y la pista de BMX anexa al velódromo tendrán un carácter transitorio, y otras como el novedoso Centro Acuático y el Estadio Olímpico sufrirán reestructuraciones para hacerlos sostenibles, de modo que no se conviertan en una carga para los ciudadanos.

El gran reto ahora será sacar provecho de este descomunal esfuerzo. Urbanizaciones como la destinada para funcionar como villa también para los atletas paralímpicos, deben atraer cada vez a más familias de clase media y mejorar la imagen que se había formado sobre barrios como Newham, que antes del verano exhibía un 50 por ciento más de desempleo que la media del país, un 27 por ciento de hogares en los que nadie trabaja, peores resultados escolares que la media londinense, y dos años y medio menos de expectativa de vida que en el resto de la capital.

Alguna vez alguien olvidará qué lugar ocupó tal atleta, cuál fue el récord mundial establecido en aquella modalidad, pero todos recordarán que los Juegos Olímpicos de 2012 cambiaron para siempre la vida de muchas personas. Y solo por eso, Londres podrá festejar su mayor victoria.

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