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¿Un salón enfangado?

Tres de los 37 postulantes con posibilidades de ingresar en 2013 al cenáculo más vistoso de la pelota profesional resonaron bien alto por haber sido relacionados con el uso de sustancias prohibidas. El dopaje en la Gran Carpa se pavoneará seguro, de estadio en estadio, mientras no existan castigos severos

Autor:

Abdul Nasser Thabet

Barry tenía 25 años y ya era considerado un hombre de fuerza descomunal, un prospecto a punto de estallar, un talentoso pelotero de las Grandes Ligas de Béisbol (MLB por sus siglas en inglés). Mas, ningún especialista, chamán o adivino podía vaticinar lo que vendría después de esa cuarta temporada en la que solo disparó 19 cuadrangulares en 159 partidos y 580 turnos al bate.

Tampoco nadie imaginó que sus sorprendentes récords, de repente, destacarían además por la sombra eterna del dopaje. Desde entonces, la duda matiza su apellido. Bonds no es visto de igual forma. Esos 762 bambinazos de por vida (el término le hace honor al más grande jugador de la historia, Babe «el Bambino» Ruth) y 73 en una temporada (2001) están manchados, pero aún podría quedar inmortalizado en el Salón de la Fama. Cosas de la Gran Carpa.

A estas horas la Asociación de Cronistas de Béisbol de Estados Unidos ya dio a conocer su fallo, pues al cierre de la presente edición se esperaba el veredicto. Sin embargo, lejos de entrar en detalles y analizar los resultados de cada uno de los aspirantes, me referiré a la mano floja de la MLB en el asunto del doping y su benevolencia in extremis, en contraposición con su discurso demagógico.

Tres de los 37 postulantes con posibilidades de ingresar en 2013 al cenáculo más vistoso de la pelota profesional, coincidentemente, resonaron bien alto en el conocido Informe Mitchell (documento incriminatorio presentado por el ex senador George Mitchell) por haber sido relacionados con el uso de sustancias prohibidas para aumentar sus rendimientos.

Roger Clemens (ganador de siete Premios Cy Young y autor de 4 672 ponches), Sammy Sosa (60 o más «vuelacercas» en tres campañas y 609 en toda su carrera) y el ya mencionado Bonds, entrarían sin miramientos en el museo de Cooperstown, Nueva York, pero el supuesto uso de esteroides en que se vieron involucrados los mantenía en el limbo.

En cualquier caso, seleccionados o no, ¿cómo es posible que deportistas involucrados en este tipo de ilegalidades cuenten con la gracia de optar por el mayor honor otorgado en las Grandes Ligas?

Las opiniones entre los más de 600 votantes están divididas. Un bando señala que los tramposos nunca deben recibir el máximo privilegio individual del béisbol norteamericano. Otros consideran que el uso de sustancias indebidas fue casi la norma en las décadas de los  80, 90 y comienzos de este siglo, y que por lo tanto, no debe descalificarse a los candidatos actuales.

Empero, si las votaciones recientes constituyen un referente, existen escasas probabilidades de que Bonds, Clemens y Sosa queden inmortalizados.

Permítanme echarle mano a un par de ejemplos fehacientes. Mark McGwire es décimo en la lista de los mejores jonroneros de la historia, con 583, y nunca ha recibido siquiera el 24 por ciento de los sufragios en sus seis intentos. Resulta que «Big Mac», quien destrozó el tope de Roger Maris (61 cuadrangulares en 1961), cuando en 1998 puso 70 «satélites» en órbita, admitió el consumo de esteroides y hormonas de crecimiento humano.

También entre los populares, el estelar antesalista estadounidense Alex Rodríguez (jugador más joven en conectar 500 y 600 jonrones), fue la última estrella de la MLB que reconoció haber consumido esteroides. Mas, al margen del revuelo armado tras la noticia, cobra un salario anual de 27 millones de dólares, suficiente para contratar los servicios de una firma especializada en pulir su imagen en momentos de crisis, y respirar tranquilo, como si nada hubiera pasado. ¿Qué opina usted?

Actualmente, los castigos por incurrir en dicha actividad rondan los 50 partidos de suspensión, sanción risible si la comparamos con las impuestas en el deporte rey y el ciclismo (uno o dos años y hasta eternamente en dependencia de la gravedad y la reincidencia).

Además, el seguimiento y control de la MLB no son comparables con los de la Unión Ciclística Internacional (UCI) y la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo (IAAF). El asunto es claro y sencillo: el dopaje en la Gran Carpa se pavoneará seguro, de estadio en estadio, mientras no existan castigos severos que puedan acabar con la carrera de los implicados.

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