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La Isla más feliz del mundo

Los Piratas de la Isla de la Juventud protagonizaron frente a Matanzas una remontada tan épica como emocionante, para dar el tiro de gracia que los pone por primera vez en una final de la pelota cubana

Autor:

Raiko Martín

MATANZAS.— En una batalla cuerpo a cuerpo, frente a una delirante afición que parece inmune al desencanto, los Piratas de la Isla de la Juventud protagonizaron una remontada tan épica como emocionante, para dar el tiro de gracia que los pone por primera vez en la historia en una final de la pelota cubana.

Desde bien temprano el pueblo matancero demostró el apoyo incondicional a los suyos copando cada espacio del estadio Victoria de Girón, donde —como sucedió en el duelo previo entre Tigres y Alazanes— los peloteros ratificaron con sus firmas el apoyo al pueblo y el Gobierno de la República Bolivariana de Venezuela, ante las maniobras hostiles de la administración estadounidense.

Y casi nadie abandonó el recinto a la espera de saborear in situ una victoria que se les escabulló entre las fauces, que estuvo a muy poco de sostener, al menos por un día más, el sueño del mejor equipo a lo largo de todo el campeonato.

Antes de ese decisivo noveno capítulo, la tropa dirigida por Víctor Mesa parecía dueña de su supervivencia, gracias a la inmensa actuación monticular de Jonder Martínez, a esa capacidad innata de aprovechar el más mínimo desliz del adversario, y a un relevo de matices dramáticos protagonizado por el zurdo Cionel Pérez, cuyas rectas de humo hicieron pensar en un séptimo partido.

Hasta ese minuto, la recuperación del ex artemiseño, después de un inicio incierto, parecía la noticia de la noche, pero pudo ser también el error del inicialista Luis Felipe Rivera en un tiro a home con las bases llenas, que propició dos carreras que, en su momento, tuvieron un gustillo a definitorias.

Todo eso, incluso hasta la buena faena monticular del refuerzo tunero Yoalkis Cruz, quedó como parte de la trama, como los giros inesperados de un guión taquillero, cuyo final clasifica como uno de los más dramáticos de la pelota nacional. Así de categórico puedo afirmarlo. Y todo porque lo sucedido después vino a disparar las arritmias en toda la afición beisbolera del país.

Primero porque, después de los dos extraordinarios ponches con que Cionel abortó la escaramuza pinera en el octavo rollo, pareció salido de la mente más retorcida el wild pitch que provocó el empate. Luego, por el tan inesperado como efectivo squeeze play, con Dainer Gálvez en el cajón de bateo, que puso contra las cuerdas a los anfitriones. Y para rematar, ese impresionante empate matancero a la hora de recoger los bates, frente al siempre supersónico Héctor Manuel Mendoza, al que —sin soslayar la flema mostrada por Escalante, Luis Yander La O y el emergente Leandro Turiño—, un lanzamiento escapado le privó de cerrar el lazo en los plazos establecidos.

Todo eso acumuló tanta presión en un Palacio de los Cocodrilos que vino a explotar de la forma más inverosímil. Un juego  tan mayúsculo merecía cualquier cosa para bajar su telón, menos la pifia de Luis Yander —una de las manos más seguras del infield matancero— sobre un inofensivo roletazo que a la altura del inning 11 rompió el abrazo y signó el principio del fin para los Cocodrilos. Sin ánimos ni fuerzas para contener el fulminante remate de su adversario firmaron la rendición, y lo que fue hasta ese momento una lucha sin tregua terminó siendo un calvario para el equipo local.

Para entonces toda Matanzas hacía mutis y la conga pinera desataba todos sus decibeles. Los Piratas acababan de escribir su página más gloriosa en la historia del béisbol cubano, y como los matanceros hace unos días, dicen que van por más.

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