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TORONTO.— Ayer era sábado. Obvio. Aquí la gente andaba por las calles con ropa ligera, como en La Habana. Salen a coger sol, que está parecido al del Caribe. Mas no pica, no se clava en la piel como alfileres. Visten short y chancletas, como cuando uno va a La Habana Vieja.
Pero unos cuantos llevan atuendos de béisbol. Gorras, sobre todo. Nos cruzamos en el camino. Solo nos cruzamos, porque ellos van al Rogers Centre, donde el equipo local (Toronto Blue Jays) juega contra el Tampa Bay. Y yo, a un largo y casi solitario viaje hasta Ajax, sede de la pelota de los Panamericanos. Allí Cuba y Estados Unidos, sin tanta publicidad, van por uno de los boletos a la final de este torneo. Béisbol en el centro de la ciudad, de las Grandes Ligas; béisbol en Ajax, de los Panamericanos.
Una agradable coincidencia, pero nosotros, los periodistas amantes de la pelota no podemos ni siquiera soñar con entrar al Rogers Centre; no solamente porque el tiempo no nos lo permite en la cobertura de los Juegos, sino porque las entradas tienen precios inaccesibles.
Y ya que hablamos de coincidencias, hay un par de ellas que pueden tener otra lectura. Solo eso, otra lectura. Nada más, supongo yo.
En los podios está escrito el lema de los Juegos en los tres idiomas. El escaño más alto, el del campeón, está en inglés; el del medio, el submonarca, en francés; el más bajo, el de los bronces, en español.
Un atleta campeón, latino él, comentó cerca de mí que le hubiera gustado que el ¡Unidos Jugamos! estuviera en el lugar que le tocó ocupar. Entonces me fijé en el detalle.
He visto premiaciones en las que coinciden —¡vaya casualidad! el color de la piel de los medallistas— con el color de la piel de los que sostienen las banderas durante las ceremonias.
