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Arlen López: El hijo que una madre se dejó «robar»

En apenas dos años, el guantanamero Arlen López logró tejer una exitosa cadena de triunfos hasta completar hace pocos días en la Ciudad maravillosa la «escalera» de títulos soñados por cualquier boxeador

Autor:

Haydée León Moya

GUANTÁNAMO. — Cada vez que allá en Río de Janeiro Arlen López iba rumbo al cuadrilátero en busca del título que le faltaba, el «ladrón» entraba a la casa del joven boxeador, en la calle 3 Oeste, entre 13 y 14, en la barriada Sur de la ciudad del Guaso, y en complicidad con la familia, se adueñaba de uno de los sillones ubicados frente al televisor.

Como si lo estuviera escuchando, Eleodoro «el Duque» Stable, el hombre que le «robaba» a Reyna Cardona su «negrito» cuando tenía siete años de edad, le repetía al ya campeón Centroamericano (Veracruz, México 2014), Panamericano (Toronto, Canadá 2015) y Mundial (Doha, Qatar 2015): «Eso es, muchacho, se gana golpeando, no tirando piñazos».

Y siempre sonriente, lo vio ganar las cuatro peleas en las que midió la fuerza técnica que acaba de convertir en campeón olímpico al hijo de la bodeguera del barrio.

Después de varias horas dando rueda por su captura, lo sorprendo en el portal de una modesta casa de la calle Ahogados, la única vía asfaltada del barrio donde, dice, ha pasado y pasa los mejores momentos de su vida, uno de los boxeadores cubanos que en menos tiempo ha conquistado los más importantes títulos deportivos.

Amable y solícito, se disculpa con JR. «A mí me da pena todo eso de estar saliendo en los periódicos, pero en los de mi país es un orgullo, ahora vine aquí a ver a una de mis tías y primos, y ya voy saliendo para el monte a ver a mi abuela por parte de madre, que me está esperando desde ayer y me mata si no acabo de ir. Vamos a dejarlo para mañana lunes, ¿usted no se pone brava?», me dijo tras un efusivo abrazo.

Y gustosa lo vi partir al encuentro con Lola, la anciana de 89 años de edad y, según me dijo el joven, una de las personas más importantes de su vida.

En efecto, en la tarde siguiente Arlen me esperaba en el estrecho portal de su casa, justo frente a un rústico campo de pelota que por la voluntad de un guantanamero apasionado se hizo célebre y notorio. Allí hablamos, hasta el anochecer.

Sosegado y de poco hablar, es, sin embargo, un joven de mirada crítica y apasionada de su realidad y la que lo rodea. De convicción y entusiasmo tremendos. Agradecido también, especialmente de quienes  confiaron y confían en él.

—¿A quiénes y a qué le debes tu exitosa carrera boxística?

—A muchísimas personas. Pero en mis inicios al Duque Stable, un respetado boxeador guantanamero que fue mi primer entrenador. Yo diría que el descubridor de mis posibilidades como púgil. Mi mamá quería que su único varón fuera médico y se resistía a la idea de que me enseñaran a dar golpes. Pero él se las arreglaba y cuando yo salía de la escuela primaria me ayudaba a escapar de ella y nos íbamos para un garaje y allí sudábamos horas de entrenamiento.

Arlen con su mamá, después del título olímpico, feliz porque le hayan «robado» a su hijo. Foto:  Haydée León Moya

«Ella lo quería matar y me llevaba para la bodega. Me regañaba mientras me sacaba el churre y el sudor de encima y decía oprobios del Duque, pero cuando me veía sufrir por eso un día me dijo: “Mira, para que él te siga robando y tú queriendo que te den piñazos, pues dale, hazte boxeador si es lo que quieres”. Y no solo me abrió el camino, sino que me ha ayudado a transitarlo con mucho apoyo y amor. Y a los diez años comienzo a participar en competencias provinciales».

—¿Y desde entonces eres así de pegador, como ahora y como quería El Duque?

—Bueno, la verdad es que era malo, la ventaja era que a quienes enfrentaba eran peores que yo. Lo serio de verdad vino después.

—¿Cuándo?

—Cuando entré a la Escuela Nacional de Perfeccionamiento Atlético (ESPA). Todo era muy fuerte, pero llegar hasta ahí resultó algo muy importante, un sueño. Y por eso tuve que sacrificarme, venir a Guantánamo una o dos veces al año. Mi entrenador, Ernesto Aroche, me exigía con pasión, con interés, siempre para ayudarme, incluso en circunstancias en las que no siempre me comportaba adecuadamente por cosas que uno no piensa cuando es joven.

«Pero siempre traté de llevar una disciplina que me permitiera realizar la mayor cantidad posible de combates en el año, aferrándome siempre a la técnica, sin fijarme en la debilidad del contrario, sino superando las mías, que entonces necesitaba ganar en rapidez y resistencia».

—¿Y en qué circunstancias entras a la escuadra nacional y comienzas a despuntar internacionalmente?

—Tenía 18 años cuando entré al equipo nacional en la división de los 69 kilogramos, un peso en el que habían boxeadores muy buenos, como Roniel Iglesias. Solo eso era un incentivo para superarme. Fueron importantes en mi carrera los torneos Playa Girón. En el primero me fui en blanco, perdí en la discusión de la medalla de bronce, pero a partir de mi segunda participación en ese tipo de eventos, nunca más perdí el oro.

A partir de 2014, exactamente a finales de la 4ta. Serie Mundial, ganada por Cuba, Arlen pasó a ser la primera figura del boxeo cubano en los 75 kilogramos. El pasado año ascendió vertiginosamente, cuando en ese certamen mundial propinó seis KO en igual cantidad de peleas.

—¿Ser ambidiestro te ha ayudado en ese rápido ascenso?

—Soy derecho, pero a los 13 años comencé con ese estilo, sin proponérmelo, me di cuenta en un entrenamiento que pegaba igual con ambas manos. Cuando entré al equipo Nacional, el entrenador Cedeño me dijo que no se oponía a ese estilo, pero que para perfeccionarlo tenía que ser más rápido y desarrollar mi preparación física. Por eso al terminar cada ring, él me cuquea, me sacude, porque además, yo soy, por naturaleza, muy calmado.

—La de Río fue tu primera experiencia olímpica, y me imagino que la más exigente...

—Para mí todas las oportunidades que he tenido en mi carrera son muy importantes. He podido prepararme tanto en competencias como entrenamientos en más de 23 países, y eso ha sido muy bueno para superarme técnicamente, que es lo más importante, pero sin dudas la Olimpiada ha sido el evento más completo.

«Me enfrenté a boxeadores que no conocía, o al menos no muy bien. Primero un turco, más alto que yo, pero con menos masa muscular. Los entrenadores me dijeron: “pelea limpio y con el menor desgaste posible”, y así lo hice. Le di un derechazo y lo eliminé en el primer asalto. Dos días después  me tocó un francés que nunca en mi vida había visto. Más pequeño que yo, que mido 1.79 metros. Me dio buena pelea el tipo, en tres asaltos, pero gané por votación unánime. El tercero fue un boxeador azerí, con quien sí había tenido contacto, y también vencí. Y mi cuarto combate fue con el rival que tuve en Doha,  Bektemir Melikuzier, un uzbeko que es tremendo boxeador, no pierde con nadie. Ha perdido solamente tres combates, y todos frente a mí. No sé qué le pasa.

—Dicen algunos entendidos que no tienes una gran pegada, pero has enviado a la lona a unos cuantos rivales.

—Bueno, dígale a uno de esos entendidos que pruebe a ver… No, es una broma. Es cierto, no soy, lo que se dice un boxeador de gran pegada, no tengo una gran constitución física, como usted ve, y tampoco un gran tamaño, pero sí me siento muy bien preparado y técnicamente perfeccionado, gracias a mis entrenadores.

—Si ya lograste el título que te faltaba, ¿cuáles son tus siguientes aspiraciones?

—Mi carrera no ha terminado, porque aún soy muy joven y me siento preparado para intentar repetir mis títulos más importantes. Ahora estoy aquí relajado, con mi familia, comparto con ellos, pero en unos días estoy de nuevo en el entrenamiento en La Habana, todo concentrado en mi trabajo.

«En el orden personal, soy muy feliz rodeado de mi gente, y eso siempre va a ser así, porque somos muy unidos, pero quisiera tener mi propio hogar y familia ahora que tengo juventud y alguna experiencia, ¿usted no cree?

—¿Y las novias, los entretenimientos, las satisfacciones?

—Ahhh ¿y por qué dice que lo que tengo son novias y no una novia, como Dios manda? Pero sí, y aclaro, tengo novia, la santiaguera Ineidis Casanova,  del equipo nacional de baloncesto. Ella me ha dicho tantas veces que soy un muchacho serio, que ya me lo creo. Cuando hable de esos términos hágalo en singular, porque me va a buscar un lío.

«Yo no soy un joven que ande con extravagancias y especulando. No me gustan las discotecas, ni el bullicio público, sin embargo, me encanta ver películas tanto en los cines, como en la casa. Escucho cualquier cantidad de música, en especial hip hop, y me gusta mucho el teatro y el pollo frito».

—Pero ser campeón olímpico es importante para ti, ¿verdad?

—No tanto para mí. Yo lo que sí estoy muy contento porque sé que el Comandante en Jefe, aunque no me lo haya dicho, está muy orgulloso de mí. Cuando escuché el Himno Nacional y vi mi bandera en lo más alto, casi lloro de satisfacción, pero por el Comandante en Jefe, que es una de mis razones de  vivir y luchar por ser cada vez mejor. Es un ejemplo de dedicación al deporte y a este país que uno ama tanto, es puro amor y pensamiento positivo por una causa. Alegrar el corazón de un hombre así, que siempre ha sido y será el corazón de Cuba, me hace sentir muy contento. Es un triunfo que también dedico a Guantánamo, que es tierra de buenos boxeadores y de un pueblo que ama ese deporte.

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