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Tremendo gallo

El Gallo de Cabaiguán ya había gastado sus mejores espuelas en la pelota cubana cuando visitó la Isla un equipo japonés que traía en su nómina a un pitcher cuyos lanzamientos sonaban como bombas en la mascota del receptor

Autor:

José Antonio Fulgueiras

De Owen Blandino (1938-2007), recio tercera base de los equipos Azucareros, existen cientos de anécdotas rondando por todos los estadios del país.

El Gallo de Cabaiguán, como apodaban a Blandino, ya había gastado sus mejores espuelas en la pelota cubana cuando visitó la Isla un potente equipo japonés que traía en su nómina a un pitcher de apellido Yamaguchi, cuyos lanzamientos sonaban como bombas en la mascota de su receptor.

Yamaguchi venía repartiendo ponches por todo el territorio nacional hasta que llegó, en un sábado nocturno, hasta el estadio Sandino, de Santa Clara. La provincia organizó una novena para tratar de apagarle la furia a aquel diablo del montículo. Mas, aquella noche Yamaguchi se presentó más rápido que nunca. Los innings iban pasando y con la excepción del torpedero Pedro Jova, nadie más había tocado la pelota.

Así llegaron ambos equipos al noveno episodio y Azucareros perdía una carrera por cero. Jova se volvió a embasar y Pedrito Pérez, que era el mánager, miró para el banco, puso sus ojos en el rostro de Blandino y le gritó: «¡Vamos, Gallo, acaba con ese chino!»

Los dos primeros lanzamientos fueron idénticos balines que pasaron por el centro del home y el Gallo solamente atinó a mirarlos cruzar. El tercero, un       cohete que venía a ras de tierra. Blandino le tiró sin tocarlo. Al cátcher también se le fue y dio como un misil contra el back stop.

«Coño, Gallo, qué clase de mierda hiciste», le vociferó el mánager, y Blandino sin inmutarse le respondió:

«Mire, Pedrito, yo estuve conversando con ese pitcher y ese cátcher antes de empezar el juego. Te diré que se conocen hace más de 20 años, viven en el mismo barrio y se quieren cantidad.

«Entonces, cómo tú puedes pensar que si él, que es prácticamente su hermano y con la mascota grandísima que tiene, no pudo agarrar la pelota, yo, que ni conozco a ese chino, se la iba a tocar con este batecito».

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