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Las disculpas de Karius

El arquero alemán sabe que sus errores le han costado una copa al Liverpool

Autor:

Eduardo Grenier Rodríguez

Loris Karius entierra sus ojos en un punto lejano. Las escalerillas que separan dos grupos rojos en el Estadio Olímpico de Kiev, al parecer, son el escudo que encuentra en este preciso instante, durante el cual quisiera estar tres metros por debajo del césped. No tiene el valor para mirar a nadie a la cara, ni a sus compañeros ni tan siquiera a uno de los aficionados que, aun con su noche fatídica, le promete con una bufanda extendida que, pase lo que pase, nunca caminará solo.

Karius sabe que sus errores han costado una copa. A decir verdad, el pitido final del árbitro fue como una daga enterrada en su pecho, como si de pronto no hubiera oxígeno en el mundo y todo comenzara a caer a su alrededor.

Karius llegó a Liverpool en mayo de 2016. Proveniente de Alemania, quedó prendado al instante de la ciudad que un día vio crecer la leyenda de los Beatles. Todavía se recuerdan sus ojos brillosos el día de la firma.

Entonces comenzaron a llover teorías banales en torno suyo. El fútbol arrastra esa cruz. A Karius se le tildó de muchas cosas. Incluso, en Inglaterra llegaron a asegurar que le interesaba más cuidar su figura que defender la portería.

El azaroso destino ha maltratado a Karius. Mientras se cubre los ojos, esos ojos tupidos de lágrimas, se pregunta cómo rayos no pudo sostener ese balón que Bale tiró casi con desesperanza. Se exige a sí mismo una explicación del porqué le regaló ese gol inverosímil a Benzema. Por qué precisamente a él, es la interrogante que lo tortura cruelmente.

A decir verdad, el portero es el ser más indefenso del mundo. Custodia un espacio inmenso en el cual, de ninguna manera, tiene las de vencer. Atrás quedan las paradas que llevaron al Liverpool a la final. El fútbol, dice un buen amigo, tiene más estómago que memoria.

Sentados en los palcos de un Olímpico de Kiev ahora ahogado en un grito español, muchos ingleses recuerdan los aportes de Karius, pero parece que lo de aquel sábado no se lo perdonan. Y uno piensa, entonces, que ser portero es una desgracia.

Ahora Karius ha encontrado un hálito de valor. Camina cerca de su gente y une sus manos en gesto de perdón durante tres segundos. Estira su brazo derecho una y otra vez, pero se encuentra con algo que no esperaba. La afición del Liverpool, en efecto, es una afición diferente. La gente saca fuerzas entre el dolor y se levanta de sus asientos para aplaudirle. Una lección de vida.

 

 

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