Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La pelota tiene que erguirse

Como deporte nacional, el béisbol necesita de un tratamiento especial. Más que un juego, es un orgullo de los cubanos, uno de sus atributos patrimoniales

Autor:

Norland Rosendo

El béisbol es un mundo fascinante que para los cubanos, aún, desborda las dos rayas dentro de las que se juega. Terminó otra temporada internacional en la cual las selecciones nuestras siguieron exhibiendo muchas flaquezas y ya está jugándose la serie nacional. Casi la misma serie nacional, con casi las mismas cojeras. Quizá con algunas nuevas.

Alguna vez la pelota cubana de la segunda mitad del siglo pasado tuvo categoría AAA sin pertenecer al circuito de las Grandes Ligas. Pese a que le negaran los vínculos naturales con el mejor béisbol del mundo, los campeonatos domésticos eran virtuosos en lo competitivo y en lo cultural. Dígase que la afición rompía las puertas de los estadios para entrar varias horas antes de los juegos, y se dice todo.

De aquellos tiempos queda, si acaso, una A avanzada. No me atrevería siquiera a decir que mayúscula; si hubiera una letra de mediana estatura, fuese la ideal para calificar la calidad de nuestro torneos. Y esa merma, multifactorial, tiene su repercusión en los certámenes foráneos.

Pese a los pesimistas, mucho se puede (y se debe) hacer para volver a encantar aficiones con un béisbol de altura, elegante, de fundamentos, creatividad y ciencia, porque talento hay, y en cantidades que son la envidia de muchos de los que hoy se jactan de ganarnos hasta en eventos de poco linaje.

La plata en Barranquilla supo a barro. En Haarlem nos humillaron. No es nada nuevo, ni sorprendente. Es la historia de los últimos años; después del subtítulo del primer Clásico Mundial la pelota nuestra ha dejado de volar por encima de las gradas como los batazos de Orestes Kindelán y le cuesta salir del infield. Hagamos todo lo posible porque no termine en ponche.

Como deporte nacional, el béisbol necesita de un tratamiento especial. Más que un juego, es un orgullo de los cubanos, uno de sus atributos patrimoniales. Cada vez resulta más costoso, pues en el mundo constituye un negocio lucrativo en el que se invierten sumas multimillonarias, tanto para la compra de atletas cual mercancías, como en investigaciones para poner en función del desarrollo, y en otros asuntos no menos importantes, llámese espectáculo, publicidad, etc.

A tono con las transformaciones que se ejecutan en nuestro país para atemperarnos a los nuevos tiempos y enrumbarnos hacia al proyecto de país que soñamos, muy saludable sería colocar al béisbol en un puesto de más jerarquía aún por lo que representa simbólicamente, y diseñar estrategias que viabilicen fuentes de financiamiento con las cuales oxigenar los presupuestos destinados a un deporte que tiene muchas necesidades desde la base hasta el alto rendimiento.

Se sabe que sin pelotas, guantes, bates, trajes, mascotas, entrenadores calificados…, es muy difícil el desarrollo del béisbol. Pero a esas carencias elementales se suman otras también importantes, porque la pelota ha cambiado mucho, aunque las esencias sean las mismas: anotar más carreras y permitir menos, pero para lograrlo las tácticas y las estrategias se han modificado, y Cuba, lamentablemente, no ha avanzado a la par de los cambios. 

No basta con poner a punto físicamente y técnicamente a los atletas; las demandas incluyen un desarrollo mental que les garantice la ejecución correcta de las tácticas, aprender a hacer lo que cada situación exija y hacerlo lo mejor posible. No es dar un hit, sino el hit; no es tirar un strike, sino colocar la bola en determinada área vulnerable para el bateador. Hay que enfocarse en el hombre que empuña el bate sin perder la visión periférica del juego, para que los corredores no roben impunemente. La lista de deficiencias es larga.

Es hora de que se sumen todos los esfuerzos posibles por el bien de nuestro deporte nacional. A los consagrados entrenadores actuales hay que ayudarlos a superarse, que interactúen más con otras ligas, como hacen los atletas cuyos contratos están reportándoles dividendos notables, aunque todavía no se logra el salto cualitativo deseado.

Qué saludable sería también contar con Pedro Pérez, el hombre que más sabe de pitcheo en Cuba; Eduardo Martín Saura, un genio de la preparación física; Frangel Reynaldo, conocedor como pocos de este deporte en nuestro país y estudioso incansable de los adelantos científicos-técnicos, entre otros que tanto pueden aportar en beneficio de los jugadores y los técnicos. Podrían impartir clínicas, conferencias, talleres, ejercicios prácticos. Y como ellos, hay expertos que viven en el extranjero dispuestos a colaborar con sus conocimientos y hasta con recursos.    

Es bueno delimitar que no hay crisis en el béisbol cubano, aunque sí en los resultados internacionales. Muchachos con las condiciones necesarias para la práctica de este deporte abundan en todo el país, pero falta sistematicidad en la búsqueda de esos posibles talentos, por eso no resultaría descabellado volver a recorrer los campos y las montañas para localizar a aquellos que no hayan transitado, sean cuales sean las causas, por el sistema piramidal estructurado por el movimiento deportivo.

Nadie duda de que golpea la emigración de jóvenes formados por entrenadores cubanos y el robo de talentos, porque no se puede negar que existen mafias internacionales que incitan a la salida, legal o ilegal, y lamentablemente muchos de quienes emprenden ese camino son víctimas en su peregrinaje de delitos tipificados como trata de personas, hechos comprobados y denunciados por atletas y familiares, incluso, de algunos que han llegado a la Gran Carpa.

Ese flagelo hay que continuar denunciándolo, desmontándolo y sancionando severamente a los que dentro de Cuba participen en él; que sean cada vez menos, y ojalá ninguno, los incautos. Lo ideal fuera poder establecer relaciones contractuales con la MLB, pero las leyes federales del bloqueo económico, comercial y financiero de Estados Unidos siguen impidiéndolo.

Si la estrategia es privarnos de un béisbol como el que nos distinguía, hay que optimizar los recursos disponibles, gestionarlos cada vez mejor, tejer alianzas. Probablemente, eso hubiera ayudado a estructurar un entrenamiento más integral con miras a los Juegos Centroamericanos y del Caribe.

La serie de juego-preparación concebida para poner en forma a los atletas que irían a Barranquilla no cumplió con las expectativas y confirmó puntos de vista discrepantes. Sin embargo, no hay dudas de que un entrenamiento de esa envergadura es necesario, pero sin «cocinarnos tanto en nuestra propia salsa», porque es imprescindible topar con otro béisbol, ver otros pitcheos; no se puede leer el idioma que no se estudia, y eso les ha pasado a nuestros equipos en el extranjero. 

A Cuba le vendría muy bien una academia nacional de béisbol, por la que puedan transitar los talentos y los mejores entrenadores, aunque algunos solo lo hagan en calidad de asesores por su edad u otros compromisos.

Dotar al sistema competitivo nacional de torneos más duraderos en el caso de la base y más robustos en las categorías superiores, resulta otro imperativo. La propia Serie Nacional requiere de una estructura que ofrezca mayores oportunidades a los atletas; apenas 45 juegos para los que no avancen a la segunda fase es muy poco. En eso hay consenso, entre aficionados, prensa, jugadores, técnicos… Se estudian propuestas, ojalá se concreten pronto.

Ajustar nuestro calendario jerarquizando el internacional es otro asunto polémico. Empezar en agosto, sin un descanso activo para los que integren las selecciones nacionales y en medio de condiciones climatológicas agresivas, amerita ser valorado. Si el tema es la Serie del Caribe, ¿por qué no puede ir el ganador de la primera fase reforzado?, y al campeón se premia con otra gira internacional.

El béisbol es espectáculo. Ahora que el Latinoamericano tiene una pantalla-pizarra de alta tecnología, aprovechémosla para aumentar el sentido lúdico del juego y el protagonismo de los aficionados. Pensemos en grande, en vallas con nuestros mejores peloteros, pulóveres con sus números, postales con sus estadísticas, en mascotas y canciones para los equipos que puedan participar en actividades infantiles, y aportemos todos para que Cuba tenga, al fin, su Salón de la Fama y museo del béisbol.

Si las gradas se llenaran ahora, no es sinónimo de buen béisbol. Pensar así sería otro pecado, uno más en torno a nuestro deporte nacional.

La pelota tiene que seguir siendo patrimonio nacional. Que crezca como deporte y también en su sentido del espectáculo. Para lograrlo, deben aunarse muchas mentes y voluntades. Hay que tender puentes. Pensar en nuevos caminos, poner más lejos, incluso, los horizontes.

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