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La soledad no es buena compañera desde la plataforma

Para el joven clavadista Yusmandy Cruz Gamboa, estar lejos de su familia la mayor parte del tiempo, es un sacrificio que asume debido a la responsabilidad que implica seguir su sueño

Autor:

Enio Echezábal Acosta

Yusmandy Paz Gamboa no es un tipo muy conversador. Es amante del fútbol y admirador de su colega y doble monarca olímpico, el ruso Dimitri Sautin, y los últimos días de diciembre en familia son para él lo más grande del mundo.

Rodeado de deporte desde su primer grito en este mundo, prácticamente no tuvo escapatoria. Juan, su papá, era pesista, y su hermano Jaroslai practicaba el clavado, deporte que empezó a entrenar desde los cinco años, no sin dar algún que otro problema.

«Recuerdo que mi primer profesor en Santiago de Cuba, Fernando Guerra, pasó trabajo para convencerme. El problema era mi timidez, pero una vez que el profe me convenció, me dediqué por completo a esto, que es algo que adoro con la vida», cuenta el subcampeón centrocaribeño de 2018 en Barranquilla.

Para Yusmandy la clave de este deporte es empezar temprano, desde los cuatro o cinco años, que viene a ser la edad adecuada para adaptarse a las diferentes exigencias, como las acrobacias y perder el temor a la altura y a los saltos.

Su camino hasta el equipo nacional comenzó en una escuela apartada de su provincia natal, Santiago de Cuba. Allí, en la Nguyen Van Troi, lo recogía una guagua y lo llevaba a entrenar hasta a la EIDE. Así fue hasta que en tercer grado lo pasaron definitivamente para la escuela provincial, y al terminar sexto fue ascendido al equipo nacional juvenil, y le tocó venir para La Habana.

«Ya llevo 11 años aquí y sigue siendo difícil la lejanía. Solo veo a mi familia dos veces al año, en vacaciones y en diciembre. Ya me he acostumbrado, pero solo porque he entendido los sacrificios que me tocan. Han sido muchos cumpleaños, días de las madres y de los padres lejos de ellos, pero en el fondo uno sabe que esto pasa porque es el camino que he escogido y hay que seguir adelante».

Varias temporadas tuvo que estar en el complejo de piscinas Baraguá, antes de unirse a Jeinkler Aguirre en la plataforma sincronizada a diez metros. Durante ese tiempo tuvo oportunidad de «chocar con la realidad» en dos campeonatos mundiales: Kazán 2015 y Budapest 2017.

En 2018 le llegó la oportunidad de comenzar su vínculo con Jeinkler. La competencia centrocaribeña, realizada en tierra cafetera, fue la primera prueba de fuego.

«Los multideportivos fueron algo nuevo, porque ya llegábamos como un dueto para competir en la plataforma. Allí, con la ayuda de José Antonio Guerra y de la comisionada Milagros González, logramos una plata muy valiosa para nosotros».

Desde el comienzo de su relación deportiva con Aguirre, todo ha ido sobre ruedas. El apoyo del experimentado clavadista, varias veces olímpico y medallista del orbe, ha sido fundamental para el muchacho santiaguero.

«Como el más experimentado de nosotros, siempre está apoyándome, dándome consejos y ayudándome a “soltarme” durante las competencias».

Cuando habla de la preparación, deja bien claro que más allá de lanzarse a la piscina, hay otros componentes que influyen en un resultado. «Ese es un tema complicado, porque además del ejercicio físico y el trabajo en el agua, está el factor sicológico. Muchos piensan que nuestro trabajo es subir hasta allá arriba y tirarnos, pero durante todo el proceso hay que pensar muchísimas cosas. Eso es desgastante».

Tal vez por ese hábito de sentirse acompañado en las alturas, es que prefiera la modalidad del dueto. La soledad puede ser una pésima compañía allá arriba, sobre todo si las cosas no salen como uno espera.

«Prefiero el sincronizado, porque cualquier cosa que pase podemos conversar, darnos ánimo si algo no sale bien, y al final el resultado se comparte, sea cual sea. Aunque el individual tiene su encanto, cuando estás allá arriba solo, salir de un posible bache se convierte en un reto mayor».

 

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