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Cumplesolo

La historia de un raro cumpleaños al otro lado del mundo

Autor:

Norland Rosendo

TOKIO.― El domingo fue mi cumpleaños. ¿A quién no le gusta pasar el cumple en un hotel? Nadie levantó la mano. Voy a contarles, después me dicen. Como les anuncié en la edición anterior, la bienvenida a los Juegos son tres días en aislamiento, dentro de la habitación.

Dan 15 minutos diarios para salir a hacer algunas compras. Alimentos. El domingo hice mi primer viaje. El portero señaló para una hoja de papel donde tuve que poner el número de mi habitación y la hora de salida, después sacó un cartón amarillo y puso el dedo sobre un 15 minutos en letras grandes. El hombre no era un japonés típico, parece que en sus años mozos quiso practicar sumo.

Por suerte, cuando el Clásico de Béisbol de 2017 estuvimos alojados cerca de aquí y fuimos directo a algunos expendios conocidos. Lo primero que compré fue un pomo de café instantáneo, después un frasco de sopa, y mirando el reloj. Que los segundos aquí se parecen a Usain Bolt, y yo a su ritmo.

Como era mi cumple (y el Día de los Niños) fui al departamento de golosinas. Un helado. De chocolate. Eso me regalé. Voy a hacer un experimento durante estos días, porque son tan cremosos y sólidos (sí, las dos cosas) que posiblemente aguanten el viaje de más de 20 horas de regreso a Cuba. Si me aparezco con ice cream japonés en casa, Valeria y Diana, mis niñas, se van a volver locas.

Y este reloj que corre. Vuela. Regresamos, como buenos cubanos, pasados de tiempo. Pero todo se resolvió con el viejo truco de poner en el registro de la portería la hora (supuestamente) correcta y no la verdadera. Mientras, el uniformado miraba para la pieza que marca el tiempo en su mano derecha y hacía un gesto igual al de nosotros cuando no le cuadra lo que dicta la pesa con el producto en un mercado agropecuario.

Subí, feliz. A festejar mi cumple con un café que pasa por la garganta sin saber que pasó, como café digo, y ya allá abajo, después de caer como cascada de la caja del cuerpo, uno siente algo, muy alguito, pariente lejano del que cuelo en Cuba.

Con la sopa me pasó parecido. Herví agua y vacié la cajita. Olía. Entonces, para que pareciera un manjar cerré los ojos y recordé las sopas de mi amiga Maximina en el lomerío del Escambray. Sus sopas no son tan sofisticas como esta. Ella le echa una gallina criolla entera y ya, listo.

Así, con los ojos en la sopa de Maximina, fui vaciando el recipiente con la mía. Que, eso sí, me quedó igual de caliente que la de ella. En eso, solo en eso, se parecen.

Dormí, escribí, leí. Vi una película. Así fue mi cumpleaños real 43. El virtual sí resultó más ameno. Todavía estoy respondiendo mensajes.

Cuando pase el tiempo y escriba mis memorias, diré que en 2021, en medio de una pandemia olímpicamente feroz, pasé el 18 de julio en un hotel al otro lado del mundo. El cómo no sé si lo diga, para no matar las ilusiones de mis lectores.

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