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Postales de una semana espléndida

El atletismo dejó en el Estadio Olímpico de Tokio hace algunos días uno de los certámenes más espectaculares del siglo, con tres récords mundiales incluidos

 

Autor:

Eduardo Grenier Rodríguez

En Catar, dos años atrás, habían temblado varias plusmarcas universales y otras cayeron como bolos arrollados por una única bola de boliche. Fue un magnífico mundial. Allí, en la pista del estadio de Doha y tras una década de sequía casi absoluta en cuanto a marcas y tiempos «galácticos», el deporte rey volvió a lucir sus mejores galas con la emergencia de figuras llamadas a gobernar por un buen tiempo en sus respectivas modalidades.

Y con ese prefacio, Tokio acogió en su manto olímpico a aquellos mismos mandamases cuyo virtuosismo sufrió incluso un proceso de maduración de dos años de entrenamientos y roces competitivos. Yulimar Rojas, Armand Duplantis, Karsten Warholm, Sydney McLaughin, Ryan Crouser, Elaine Thompson y unos cuantos más engordaban una pléyade de talentosísimos atletas que hacían temblar lo mejor de la historia en sus pruebas.

Algunos lo consiguieron y otros quedaron casi a las puertas, pero el certamen olímpico, lejos de decepcionar, fue un espectáculo rotundo. Yulimar, McLaughin y Warholm se llevaron la mayor cantidad de titulares al inscribir su nombre entre el selecto grupo de recordistas mundiales.

La venezolana lo había anunciado y cada certamen previo fue un aviso de sus grandísimas posibilidades de batir los 15.50 de la reina predecesora, la ucraniana Inessa Kraverts, quien se ufanaba de poseer el brinco triple más largo desde hacía 26 años. Y Rojas, con su gen competitivo innato, guardó el logro más especial de su carrera para la cita estival.

Lo de McLaughin es otra historia. Su tiempo de 51,46 en la pista tokiota no solo constituye una cota casi estratosférica, sino que bate la plusmarca anterior que era nada más y nada menos que de ¡ella misma!

Especialistas y aficionados fieles a la prueba de 400 metros con vallas incluso vaticinaban la posibilidad de que la jovencita de 22 años sufriera para encaramarse a lo más alto del podio por la férrea oposición de su compatriota Dalilah Muhammad, pero a las grandes, ya lo sabemos, no les gusta compartir la gloria.

El tercer recordista de Tokio, Warholm, probablemente haya logrado el resultado más meritorio de todos. Tomó en sus manos el crono vigente como si fuera un trozo de papel y lo destruyó, lo rebajó en casi un segundo —lo cual es una auténtica barbaridad— para ganar una carrera que recordaremos por muchos, muchísimos años. El prodigio noruego, díscolo y excéntrico fuera de la pista, vuelve a demostrar que dentro de ella es el número uno.

Lo que nunca olvidaremos de Tokio

Tamberi y Barshim protagonizaron una de las imágenes más hermosas de la cita estival. Foto: Reuters.

Más allá de las buenas marcas en un número grueso de competencias, otras imágenes quedan grabadas en la memoria del aficionado por su valor deportivo y humano. Y así, aunque su 2,37 haya quedado a siete centímetros del récord de Sotomayor, Gianmarco Tamberi y Mutaz Essa Barshim batieron la plusmarca de la avaricia y decidieron compartir su título antes de arrancárselo al oponente en una secuencia posterior para desempatar. Si ambos eran campeones ya, ¿para qué seguir en busca de un éxito individual?

El abrazo final de ambos fue un canto de honor hacia los valores más elementales del olimpismo, como mismo lo fue la sonrisa de María Lasitskene, a quien le arrancaron la posibilidad de cantar el himno y envolverse en su bandera por errores ajenos, mas sacó de debajo de la chistera un 2,04 metros al alcance de pocas.

La rusa, heredera del talento descomunal de otras como Blanka Vlasik y Stefka Kostadinova, quedó a solo cinco centímetros de la histórica marca de esta última y silenció a aquellos que la daban segundona de Yaroslava Mahuchikh, bronce a la postre en una prueba emocionante.

Y qué decir de Katarina Johnson – Thompson, quien casi a rastras y envuelta en lágrimas, aun a sabiendas de la complicación de una dolencia que le impediría continuar en la extenuante jornada del heptatlón, cruzó la meta y dignificó tanto al deporte como a sus rivales. O del Obelyx de la bala, Ryan Crouser, destrozando una y otra vez el césped más allá de los 23 metros para luego dedicarle el triunfo a su abuelo.

Estas capturas, tiernas algunas y apasionantes otras, en tanto elevan la atención hacia un deporte que no en vano recibe el calificativo de rey absoluto del programa olímpico, moldearon además una cita que mantuvo en vilo al mundo durante la semana que vio actividad en el campo y pista del Estadio Olímpico de Tokio.

Otros nombres y hechos merecen mención, mas para contar semejante cúmulo de hazañas necesitaríamos algo más que este espacio y el tiempo suficiente para revivirlos. Por lo pronto, el reloj de arena ya va deshojando el calendario en la carrera hacia Eugene 2022. Allí será el próximo Mundial de atletismo. Tic tac. Tic tac. Tic tac.

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