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Reclamos desde Cojímar

El espectro de Ernest Hemingway sigue anclado al encanto pesquero de Cojímar. El espíritu marinero de ese poblado, y el gran sentido de pertenencia de sus residentes, hacen de aquel un sitio singular de la capital cubana. Pero Cojímar tampoco es la idílica imagen de postal turística que ofrecen las agencias de viaje. Sus habitantes tienen los mil y un problemas de cualquier ciudadano y de cualquier barrio del país.

Hoy irrumpen dos cartas de esa localidad:

La primera es de Sarah M. García Amorós, vecina de calle Real 1202, esquina a Victoria, quien refleja las vicisitudes que ha traído el cierre del puente peatonal que une a Cojímar con Alamar por sobre el río, para tantas personas que se trasladan de un barrio a otro.

Explica Sarah que históricamente ese cruce se hacía en botes de alquiler. Posteriormente se hizo el puente, que fue una bendición para ambas comunidades, pues por carretera es un viaje sumamente largo y difícil, dada la carencia de transporte. Y sobrepasando el río, es un «tilín».

Tanto los pobladores de Cojímar como los de Alamar recibieron con satisfacción el anuncio de que se iba a reparar el ya deteriorado puente, cuando presenciaron cómo lo desactivaban.

Entonces se dispusieron dos botes para suplir la comunicación, pero ya desde hace unas dos semanas no funcionan los salvadores barquitos. Y tanto cojimeros como alamareños se las han visto negras para trasladarse por la Vía Monumental de un sitio a otro, estando tan cerca que pueden conversar de una orilla a otra de la desembocadura.

Y Sarah, interpretando el sentir de muchas personas, se cuestiona por qué cerraron el puente si al parecer no estaba todo coordinado para su reparación; al tiempo que se le hace imposible comprender por qué no puede mantenerse el servicio de los botes, en tanto esté obstruida la comunicación.

La segunda misiva la envía Osvaldo Álvarez, residente en calle I número 112, entre Morro y 23, quien denuncia la grave situación de abastecimiento de agua que tiene buena parte de Cojímar.

«Lo más interesante —enfatiza Osvaldo— es que en una misma manzana (cuatro cuadras a la redonda), hay quien tiene agua y hay quien no la tiene». El problema, asegura, se ha canalizado por el delegado de la circunscripción, y lo dominan los funcionarios de Acueductos del Este, pero hasta ahora la única respuesta es enviar pipas, cuando se puede. Tienen muy pocos carros-cisterna, y uno tiene que desgastarse yendo allí. De lo contrario, no hay pipa.

El lector se pregunta si será tan difícil que envíen inspectores al terreno, para que in situ verifiquen cuál es la causa real. Y advierte que debía chequearse el trabajo que realizan los que manipulan las válvulas de agua en los diferentes puntos de Cojímar, para ver si es un problema objetivo o subjetivo. Más claro, ni el agua que no llega.

El remitente no entiende que, si el país está inmerso en una batalla por el ahorro, no se persone nadie de Acueducto a chequear tantas irregularidades, y deambulen por Cojímar pipas, «dando lugar a desvíos y a la compra del preciado líquido».

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