Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Las dos caras

Dos familias cubanas veranearon en hoteles diferentes de la playa Santa Lucía, en la provincia de Camagüey, y tuvieron experiencias diametralmente opuestas, que hacen pensar.

Alejandro Pérez Carmenate (San Joaquín 263, edificio B, Apartamento 4, reparto la Caridad, Camagüey), retornó de una estancia turística en el hotel Gran Club de ese balneario, con una gran decepción por el trato recibido.

Cuenta que al hacer la reservación, no había opción con transporte incluido, por lo cual se trasladaron hasta allí por sus propios medios. Al llegar a las 11:00 a.m., la carpetera les dijo que la entrada era a las 2:00 p.m. Lo entendieron. Pero también les comunicó que debían abandonar las áreas del hotel y esperar la hora señalada fuera del mismo.

Como la familia incluía un menor de solo un año, Alejandro pidió que al menos les dejaran aguardar dentro del lobby. «La respuesta fue rotunda y fría: lo siento, pero esas son las orientaciones». Solo la amabilidad de un miembro de la seguridad del hotel les facilitó resguardarse del fuerte sol bajo un árbol del parqueo.

Desde allí, Alejandro pudo observar cómo clientes extranjeros llegaban y eran atendidos con la mayor amabilidad, entre ellos una pareja de españoles de quienes conoció después que su horario de entrada era similar al de su familia.

A las dos de la tarde fueron a la carpeta. «Comenzó una charla sobre horarios y limitaciones, precisa, y me percaté de que ese sermón de bienvenida era solo para los cubanos. Al recibir las habitaciones seguían las diferencias. Las mejores se concentran dentro del hotel y las otras en el exterior. A la mayoría de los cubanos nos hospedaron en esta última área».

Para colmo, acota, las habitaciones fueron entregadas a las 4 y 15 p.m. a la mayoría de los huéspedes nacionales, pues aún no estaban listas a la hora de entrada a las 2:00 p.m.

Al margen de que entre cubanos «hay huéspedes y huéspedes», en los dos días de estancia Alejandro constató que, al pedir cualquier alimento en la cafetería, les decían: ¡Tienen que comerlo aquí! «Y al salir del restaurante, añade, sientes cómo te revisan con la vista, cual rayos x, para ver si sacas algo de allí. Pero una pareja de jóvenes argentinos sustraía del restaurante aceite y vinagre para prepararse, según me decían, ensaladas en la habitación».

El día de salida, cuando era la 1:53 p.m., Alejandro solicitó un refresco y el barman le dijo que ya no podía consumir. Al llegar a recogerlos el auto que habían alquilado para que los llevara a casa, también tuvo tropiezos para que permaneciera breve tiempo a la entrada del hotel, pues en ese instante llegaba un ómnibus de Turismo y dice que casi tuvo que montarse con el carro andando.

«Quisiera se reflexionara sobre mis palabras, llenas de frustración e impotencia», concluye.

El envés de aquel episodio lo tuvieron Alberto Rodríguez y su familia (4ta. del Sur 8, Reparto Sandino, Camagüey) en el Hotel Las Brisas de la propia playa Santa Lucía. La familia quedó maravillada y agradecida por el servicio y la atención que recibió. Y quiere hacer un reconocimiento público a ese colectivo turístico.

Especialmente, él desea individualizar sus argumentos, con personajes especiales que encontró allí:

«Nos causó admiración el trabajo de Cary, como la conocen todos. Ella lo mismo está en cada mesa, preocupada por el servicio y por cómo se sienten los clientes, que la ves en los bares, el café o la piscina, velando por la calidad de la atención. Siempre con una sonrisa elegante y sencilla.

También destaca la profesionalidad y calidez de Yaquelín, la dependienta que atiende las mesas del ala izquierda.

«Para quedar más impresionados, afirma, el 10 de julio, como era el cumpleaños de mi esposa, nos sorprendieron con un cake para toda la familia y le cantaron feliz cumpleaños. Nos sentimos en familia, ellos rodeando nuestra mesa y cantándole. Nos hicieron sentir felices. No los olvidaremos. Muchas gracias», concluye Alberto.

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