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Odiosas comparaciones

Se ha escrito y hablado tanto sobre el tema, que volver a esgrimir un criterio al respecto puede hastiar a más de uno. Sin embargo, la comidilla de esta semana ha estado en esa dirección y por desgracia muchos continúan acudiendo a los extremos para enfrentar deportes. Si el béisbol o el fútbol es más popular: ahí tenemos el gran dilema.

Y aunque diciéndolo con claridad, opositar dos disciplinas tan gustadas parece a primera vista un puro acto de populismo o sencillamente «buscarle la quinta pata al gato», lo cierto es que toca volver a aclarar algunas conjeturas de aficionados o especialistas, que por defender sus inclinaciones desdeñan las ajenas.

El béisbol, nadie lo duda ya a estas alturas, es el deporte nacional, el que remueve las pasiones de este país y uno de los que más atletas de nivel mundial consigue con pasmosa frecuencia. Por su relevancia y tradición, ocupa buena parte del espacio en páginas y revistas deportivas, así como parrillas de transmisiones radiofónicas y televisivas.

Discrepar con la priorización que otorgan los medios a la pelota constituye, quizás, un gran sinsentido, pues sería como discutirles a los argentinos que hablen más de fórmula 1 que de fútbol, o de Martín del Potro más que de Messi, por establecer una analogía.

Esto no quiere decir, déjenme «poner el parche antes de que se abra el hueco», que la supremacía histórica del béisbol le convierta en el único elemento de atención en nuestro deporte y muchísimo menos que el fútbol, de resultados bastante menores, deba ser soslayado.

Solo un ciego o alguien que no quiera palpar la realidad pasaría por alto el abrumador apoyo ofrecido por la afición cubana a la selección nacional que arrancó su paso por las eliminatorias mundialistas con la presencia, por primera vez, de jugadores que militan en ligas foráneas y residen legalmente fuera del país.

El fútbol, guste o no, ha llegado para quedarse también en la idiosincrasia de la Isla: basta solo con caminar por las calles y ver a los niños pegarle a un balón descosido con dos piedras como portería.

Ahora, con la presencia de profesionales, sube además el nivel competitivo y hace soñar a sus seguidores. Incluso cayendo en su primera presentación de esta nueva etapa, gestos como el de Onel Hernández, que llegó al estadio Doroteo Flores en el minuto 44 del choque ante Guatemala y casi sin calentar salió a jugar en la segunda parte, son de esos que enamoran a la gente, como mismo lo hicieron en su momento los jonrones de míticos peloteros cubanos.

Entonces, ¿por qué comparar? ¿Por qué decir que este deporte es mejor que el otro, o que Cuba no da futbolistas y sí peloteros? Yo, que nací yendo a un estadio de pelota, amo ya el fútbol con la misma intensidad y disfruto ambos con igual vehemencia.

Y digo más: la ruptura de ese gran movimiento deportivo que posee Cuba para defender selecciones de este o aquel deporte solo pueden traer consecuencias negativas. El béisbol seguirá siendo en el futuro el motor más potente para mover las ilusiones de los hinchas, pero empujar también al fútbol sería una agradabilísima noticia que, de no reportar beneficios inmediatos, agradecerán al menos nuestros descendientes. Tiempo al tiempo…

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