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De colmenero a cuentero

Un joven de 23 años tuvo que sobreponerse a las durezas de la vida para poder probar una miel singular, enseñar y escribir al mismo tiempo

Autor:

Osviel Castro Medel

JIGUANÍ, Granma.— No puede hacer caligrafías con soltura ni andar por sus propios pies porque al llegar a este mundo padeció una parálisis cerebral severa, que le limitó los movimientos.

Sin embargo, Héctor Luis Leyva Cedeño, escribe. Fabrica cuentos graciosos, que los niños —y los grandes— devoran con placer. Y ya ha hecho de su silla de ruedas una «nave espacial», con la que llega a cualquier parte, siempre espoleado por sus amigos.

«Sin ellos, hubiera conseguido muy poco en la vida», dice ahora este muchacho de 23 años mientras sostiene en sus manos Cuentos feos, su primer libro, un volumen de ocho historias ocurrentes, presentado hace unos días en algunas localidades de su provincia.

Pero su primera novela, real y dura, empezó a escribirla hace mucho. «He tenido que luchar desde la infancia. Recuerdo que en la primaria querían ponerme un maestro ambulatorio, pero eso me hubiera hecho mal; al final seguí dando clases en una escuela normal, en la Conrado Benítez, la misma que me recibió años después como instructor de arte», dice con brillo en los ojos.

Su vocación literaria viene de las jornadas en que estudió en la escuela Solidaridad con Panamá, de la capital cubana, «un centro en el que no solo te enseñan conocimientos, también a valorarte en toda tu dimensión, a enfrentarte al mundo y al medio», reconoce.

Fue en ese hogar-colegio en el que participó en los primeros talleres literarios. También en La Habana vivió otra experiencia que le abrió senderos: durante años fue miembro de la compañía artística infantil La Colmenita.

«Nunca he dejado de sentirme un colmenero, nunca olvido aquellos días hermosos, ni a ese hombre de corazón grande y de gestos tan humanos: Carlos Alberto Cremata», confiesa.

Precisamente esas representaciones con La Colmenita lo estimularon después a seguir estudiando en la escuela de instructores de arte Cacique Hatuey, de Bayamo. Allí se graduó de teatro, una especialidad en la que muchos le pronosticaban el fracaso, «porque es el arte escénico del movimiento». Y allí nacieron cuentos y poemas, que luego puliría en los talleres del grupo literario Hacedor, de Jiguaní.

«Tengo que hablar de nuevo de mis amigos pues en esa escuela el albergue estaba situado en la segunda planta y ellos me cargaban, me llevaban al aula, me buscaban el agua y también me copiaban los cuentos que yo les dictaba a cualquier hora del día».

En 2006, como miembro de la Brigada de Instructores de Arte José Martí, sobrevendrían fechas no menos estremecedoras: «Me ubicaron en la escuela donde di mis primeras clases y no sabía cómo me iban a mirar los niños, tenía ciertos temores. Pero todo fue maravilloso; ellos me aceptaron, me comprendieron y me cogieron tanto cariño que me buscaban y me llevaban a la casa cada día; qué lindo».

Tal vez tales experiencias redondearon la idea de escribir Cuentos feos, un libro infantil lleno de ironías y pasajes que mueven a la risa. «No me considero humorista, simplemente tenía la necesidad de hacer cuentos menos didácticos, en los que la moraleja no apareciera directa, seca, sino a través de la diversión».

El volumen fue ilustrado con 18 dibujos, de la autoría, por supuesto, de dos amigos, también miembros de la Brigada José Martí: Iván Suárez Acosta y Alexander Luis Sánchez. Y trata de ahondar en problemáticas sociales que afectan a los pequeños como  el divorcio, la muerte...

«No creo en la literatura simplista porque durante años hemos subestimado a los niños. El título de este libro surge porque en uno de los cuentos la norma es ser feo y todo lo que está fuera de eso es discriminado. En la vida real no ocurre así; en el aula, por ejemplo, se discrimina al gordito, al flaquito, o al de los espejuelitos. Se trata entonces de mostrar el valor de ser diferente».

Héctor Luis, que ahora labora como instructor de arte en la secundaria básica William Soler, de Jiguaní, no cesa de escribir y de soñar. Ganador de varios premios literarios provinciales, anda con otro proyecto de historias infantiles a cuestas: Mi gato ladra pero muerde.

También quiere, si lo apoyan, cumplir la idea de Cremata de crear una filial de La Colmenita en su municipio, y redacta un cuaderno de poesías. «Esa vocación de escribir siempre va estar ahí, tocando a la puerta», expresa sin cerrar todavía su precioso libro de cuentos.

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