Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cuando el amor se acaba

El Paseo flotante de Paula fue inaugurado hace poco más de tres meses. Ya el maltrato se ha cebado en él

Autor:

René Tamayo León

Precintas amarillas indican que está prohibido el paso por los cuatro puentecillos que dan acceso al área principal del Paseo marítimo flotante de Paula. Está cerrado. Es 15 de febrero de 2016. En la noche anterior, Día de los Enamorados, vandalizaron algunas barandas y dañaron parte del pavimento.

El custodio a cargo de la «posición» (del lugar) en esa mañana, dice al redactor de JR: «¡Los cubanos no cuidamos nada, compadre. Ahorita viene una brigada a reparar esto. Pero ahora no se puede pasar, lo lamento…».

«Está cerrado… lo rompieron… los cubanos no cuidamos nada…». Mientras nos alejamos del lugar, el custodio repite el lamento a todos los que le preguntan.

Inaugurado oficialmente el 16 de noviembre pasado, aniversario de la ciudad, el Paseo flotante de Paula —que se despliega horizontal y sereno, en paralelo a la «terrestre» Alameda de igual nombre— es, por su novedad, el diamante de la corona de la reanimación de la avenida de la Bahía del Puerto.

Mucho se ha hecho en este nudo vial y arquitectónico de la vieja Habana. Y aún queda por hacer. Las obras que ya están a la vista y los planes que se anuncian, generan entusiasmo.

Recorrer el lugar, desde la salida del Túnel de la Bahía hasta el Almacén de San José, constituye hoy, tal vez, el mejor espacio que tienen los citadinos para una caminata recreativa en pareja o familia. Es, incluso, una buena manera, si se hace en solitario, para aliviar el estrés.

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«Aquí estamos teniendo un grave problema. Hay sectores de la juventud, y la sociedad en general, que no tienen conciencia, educación. Si no fuera porque nosotros estamos “arriba de esto todo el tiempo”, reparando lo que dañan, ya esto estuviera destruido», dice días después al equipo de JR, Eduardo Moya.

Es uno de los miembros de la cooperativa no agropecuaria en formación Alinox, la que ha tenido a cargo parte de la construcción y mantenimiento del Paseo marítimo de Paula.

Miguel Ángel Valdés, jefe del grupo de cuentapropistas que ha trabajado por unos 15 años en obras de la Oficina del Historiador de La Habana, añade que aún no comprende cómo muchos de los carteles y grafitis que se pintan sobre el piso y las barandas del espigón son hechos por estudiantes universitarios.

El que más lo alarmó, argumenta, fue una pintada de nombres que concluía firmándose: «Estudiantes del ISDI». «¡Estudiantes del Instituto de Diseño Industrial!», exclamaba sorprendido.

«¿Estudiantes del ISDI?», pregunta retóricamente este redactor, porque estos alumnos —aclaro— están, como norma, por su vocación e instrucción técnica y cívica, en la vanguardia estética de la juventud, y poseen una alta responsabilidad patrimonial.

La zona de la que estamos hablando es una joya de la arquitectura y el patrimonio industrial cubano, y como sé personalmente que muchos de ellos van allí a aprender, y que una mayoría —y es bueno decirlo, porque lo sabemos—, sería incapaz de tamaña aberración, nos sorprendimos con este «detalle».

El cartel que atestiguaba el «pecado» ya había sido suprimido por los cooperativistas en formación, quienes constantemente están obligados a limpiar, pulir y patinar el pavimento sintético y las piezas metálicas del muelle.

Quedan otros, como varios de estudiantes de Ciencias Médicas. Entre los más explícitos de ellos, está el que recoge una de las imágenes de nuestro fotorreportero: una indiscutible lista de alumnos de primer año de una facultad de Medicina de La Habana, cuyos nombres y el del hospital en el que estudian tapamos para no hacer más bochornosa la burda acción.

A los 32 estudiantes que pusieron —o tal vez a algunos solo se los colocaron— sus nombres allí, les decimos: «La medicina no solo es de cuerpo, también es de alma. Sanar es, además, un acto del espíritu: ético, estético». Esperemos que antes de que se gradúen en el año 2021, no vuelvan a hacer lo mismo.

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El ingeniero Ademar Ramírez es el jefe del Departamento Avenida del Puerto de la Oficina del Historiador de La Habana. Como inversionista, está al tanto de cada detalle de lo que sucede, de buscar soluciones, de paliar daños.

Desde la inauguración —nos informa— las barandas del paseo, todas de acero inoxidable, son sometidas a gran presión, como la de muchos niños pequeños que se columpian en los tubos y dan con los pies sobre las planchas de las piezas. «El proyecto original concibió soldaduras poco visibles, pero ahora hemos tenido que hacer cordones, para reforzar las estructuras», dice algo apesadumbrado ante la vulneración estilística.

Le comentamos: «Los niños son niños, pero detrás, cuidándolos, siempre están los padres u otros familiares. En su inocencia es lógico que se entusiasmen a actuar de esa manera, pero la educación empieza en esas edades». Y Ademar asiente.

Las múltiples pintadas y grafitis en el paseo marítimo representan otro de los atentados recurrentes contra el nuevo espigón. Los más perjudiciales son los que se realizan en el piso, formado por tablas de madera sintética.

Por la porosidad inevitable de ese material, aunque no sea visible, los productos usados para grabar los «mensajes» son a veces muy difíciles de eliminar mecánicamente, y todos sabemos que no es recomendable utilizar en ese soporte —como tampoco en madera natural— diluentes.

También ha habido robos. Se han llevado banderolas. Han intentado sustraer tablas, incluso se han sacado tuercas. Fueron «cuatro o cinco», pero eso es muy riesgoso, «por lo que nos vimos obligados a importar, con urgencia —en avión—, tuercas de seguridad para impedirlo», añade Ademar.

Los daños principales, agrega el ingeniero, ocurren en las esquinas de los espigones. ¡Vigilan a los custodios!

«Cómo impedir esa indisciplina y vandalismo», preguntamos.

«El motivo del Paseo marítimo flotante de Paula fue y es poner a disposición de los habaneros, de todos los cubanos y de los visitantes internacionales, un parque más para esparcimiento. A la par de los acontecimientos no previstos, debido a la mala educación y la insensibilidad de algunas personas, hemos ido adoptando decisiones para enfrentar y evitar semejantes sucesos».

«Sabíamos que este espacio tendría una gran aceptación en la población, y así ha sido. Los vecinos, por ejemplo, siempre nos están buscando para denunciar las indisciplinas. No imaginamos que ocurrieran actos de tanta insensibilidad como los que están pasando. No obstante, no serán una limitante para la Oficina del Historiador de la Ciudad».

Los planes que se anuncian en las pancartas y que relatan lo construido, lo rehabilitado y lo proyectado para la reanimación de la Avenida del Puerto, nos hacen sentir orgullosos de lo que los cubanos podemos hacer, aunque algunos pocos faltos de civilidad, cultura, sentido común, amor, se comporten de forma tal que parecieran querer tirarlo todo al fondo de la bahía de La Habana.

A pesar de ellos, el Paseo marítimo de Paula seguirá abierto. Flotando encima de nuestra hermosa bahía. Otro sueño más de los muchos sobre los que los cubanos andamos.

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