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Un hombre y su mejor creación: la integridad

Juventud Rebelde rinde homenaje, cuando se cumplen 60 años de su muerte, a Gerardo Abreu Fontán, joven extraordinario que se levantó desde la miseria hasta convertirse en jefe indiscutido y crear barrio por barrio la mayor fuerza revolucionaria de la capital

Autor:

Alina Perera Robbio

Rodeados de misterios, a los cubanos no nos alcanzará el tiempo para descifrar por qué la Isla, físicamente breve, ha sido y es escenario de historias asombrosas, de mujeres y hombres inmensos. Lo innegable es que la intensidad nos marca y con suma frecuencia alguna fecha nos lo recuerda, como ahora, cuando se cumplen 60 años de la muerte de un joven extraordinario: Gerardo Abreu Fontán, cuya vida de 26 años fue bestialmente acabada.

Sobre este patriota, al que los esbirros de la dictadura batistiana no pudieron arrancar una sola delación a pesar del martirio, su subordinado y compañero de lucha, el prestigioso pensador y revolucionario Ricardo Alarcón de Quesada, expresó en ocasión de cumplirse 50 años del asesinato: «Hay ciertamente un misterio difícil de explicar»: porque —valoró— aquel niño se transformó en héroe, se levantó desde la miseria hasta convertirse en jefe indiscutido y crear barrio por barrio la mayor fuerza revolucionaria de la capital que dirigió con su carisma y sus dotes organizativas excepcionales. Porque Fontán educó a sus compañeros de lucha «en una disciplina, una austeridad y una ética que nos parecían venidas de otro mundo».

Al hablar del jefe más querido, del que tanto aprendieron en las lides del clandestinaje, del que llegó a ser para su generación un mito, Alarcón recordó en sus palabras de 2008 la suerte que emparentaba a Fontán, nacido el 24 de septiembre de 1932, con otros hijos de Cuba: signado por la mayor pobreza en el Condado, de Santa Clara; niño negro, que solo llegó al cuarto grado de una humilde escuela primaria; que conoció desde temprano los rigores del trabajo, a veces muy mal pagado, para ayudar a su familia.

Solo 11 años tenía Fontán cuando partió a La Habana en busca de oportunidades de empleo. Sus seres queridos regresarían al suelo natal mientras él permanece en busca de una mejoría que le permita ayudar a los suyos. Laborará como aprendiz de carpintero y conocerá el mundo de la imprenta. Durante un corto período en su ciudad natal tendrá trabajo como peón en el mercado.Y a pesar de la dureza de los días incursionará como declamador de poesías afrocubanas.

Desde una juventud que se aferra a la vida sufrirá la discriminación por negro y pobre. La naturaleza de una sociedad que no pondera la dignidad plena del hombre acrecentará la rebeldía que lo hará ingresar al Partido Ortodoxo. El afán de justicia y los nobles sentimientos que anidan en él lo sumergirán en un combate hasta el último minuto de la existencia.

Ñico López —que ha participado en el asalto al Cuartel de Bayamo junto a sus compañeros de la Generación del Centenario— pedirá a Fontán convertir la capital en un hervidero de propaganda revolucionaria. No dejarán de aparecer los carteles, como tampoco cesará el apoyo del joven humilde en una tarea orientada por Fidel: organizar en la ciudad las brigadas nacionales del 26 de julio.

Quienes le conocieron han afirmado que Abreu Fontán era profundamente humano, gozaba de sensibilidad e inteligencia natural, creía en la unidad de las fuerzas insurgentes para enfrentar la dictadura, y era de un coraje a toda prueba. Las brigadas, expresión en el llano de la lucha del Movimiento 26 de Julio, demandaron toda la entrega y la capacidad organizativa y de convocatoria del luchador.

Con la partida de Ñico López hacia México para formar parte de la expedición del yate Granma, Fontán asume la dirección de las brigadas del 26 de julio en La Habana. Su labor intensa y su modo de ser hacen que su nombre vaya de voz en voz y lo conviertan en uno de los seres más respetados por los clandestinos luchadores y de los más codiciados de la tiranía. Sus esfuerzos se multiplican tras el desembarco de los expedicionarios. Durante esa etapa y hasta su muerte permanece en el clandestinaje absoluto.

El 6 de febrero de 1958 es arrestado mientras intenta subir a un ómnibus en la esquina habanera de Infanta y Manglar. Lo conducen a la Novena Estación de la Policía, donde será torturado para que hable sobre sus compañeros y sobre otros detalles.

Su cuerpo fue perforado innumerables veces. Los asesinos le cortaron la lengua y le destrozaron los genitales. Apareció inerte al día siguiente en los predios cercanos al edificio conocido como Palacio de los Tribunales de Justicia, donde hoy radica el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, en la Plaza de la Revolución, allí donde una tarja con letras doradas honra el valor de un hombre entero.

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