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El hombre humilde que unió su vida a las lomas

A nueve años de la desaparición física del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, varias generaciones del municipio de Tercer Frente mantienen vivo en el recuerdo su paso por esa serranía santiaguera

Autores:

Dayron Chang
Lisandra Gómez Guerra

TERCER FRENTE, Santiago de Cuba.— Plantado en una de las laderas de la Sierra Maestra, este municipio, desde hace mucho tiempo, conjuga el verdor propio de su naturaleza con el resto de los colores de la vida. Resguarda, además, parte de nuestra historia, esa que no por ser la más joven se mantiene intacta, sino porque quienes la construyeron supieron calar en cada uno de sus montañeses.

Es por ello que cuando se asciende monte adentro, no resulta difícil encontrar testimonios de aquellos días de 1958, en que la Columna No. 3 Santiago de Cuba, que por órdenes del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, y bajo el liderazgo del Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque, plantó bandera allí para despojar todo signo de discriminación y explotación.

Tampoco es complejo encontrar a los más jóvenes, testigos de los muchos retornos de los hombres y mujeres que no olvidaron aquellas duras jornadas, cuando afirmaron que la guerra cambiaría el rostro de un país. Y gracias a eso el Tercer Frente, 60 años después de su constitución por Almeida, cuenta con escuelas, hospitales, casas de las personas de la tercera edad, círculos infantiles… en fin, lo nunca imaginado.

La Génesis

Un tanto más adentro de Cruce de los Baños, cabecera de ese municipio santiaguero, en la comunidad de La Lata, permanece desde hace 87 años, Rosario de la O Vicet, «Titina», quien ha sido  testigo de cada detalle vivido allí, desde el arribo de Juan Almeida Bosque y la Columna No. 3.

«Era la medianoche, cuando le avisan a mi mamá que habían llegado unos compañeros que no tenían dónde dormir. Ella abrió la puerta y le ofreció a uno de ellos su cama para que descansara. Luego supimos que llevaba seis noches sin dormir», narra.

Con la humildad propia de una familia numerosa asentada en el medio del lomerío oriental, se dispuso, inmediatamente, el cuarto. Nadie se atrevió a preguntar a quién se atendía.

—Vieja, es bueno saber siempre a quién uno le da posada, dijo el guerrillero, mientras tocaba la cama. ¿Usted sabe con quién habla?, insistió.

—No, respondió mi madre.

—Soy el nombrado Juan Almeida Bosque, concluyó él.

«Ambos se fundieron en un abrazo y él descansó hasta el amanecer», rememora Titina, quien toma una bocanada de aire para continuar. Lo ha contado muchas veces, pero la nostalgia jamás deja de doler. Los recuerdos se agolpan de súbito. Vuelve a aquella mañana en que calentó agua y le entregó al Comandante ropas limpias.

«Cuando él se terminó de arreglar nos contó que sentía mucha pena, pues había estado seis meses sin quitarse ese uniforme. Solo se había cambiado de ropa interior. Tomé de inmediato aquella ropa, la enjaboné varias veces y la puse al sol. Estuve tres días para darle condición a aquello. Pero, al final, se lo pulí», alega con satisfacción.

Bien lejos estaba de imaginar Titina, entonces con 27 años,  que tras la visita sorpresiva de Juan Almeida, su vida y la de su familia cambiaría.

«Ya no salió más de aquí. Mandó a construirnos una casita pues en la de nosotros era donde las cosas se planificaban, se daban las órdenes y siempre había un ir y venir de mucha gente. Yo atendía a todo el que pasaba. Le lavaba y planchaba al Comandante», recuerda.

Almeida era como si fuera uno más en esta zona llena de familias haitianas y donde el acceso era bien complejo por serpentinados trillos. Adaptó como pudo el inhóspito terreno. Un hospital, su comandancia, una planta de radio, un taller de mecánica y otro de costura para la confección y reparación de uniformes… se ubicaron de forma estratégica. Esa fue la verdadera génesis del desarrollo que vendría despúes de 1959.

«Luego del triunfo de la Revolución, Almeida trajo a su mamá y papá para que conocieran quiénes le habíamos dado amparo en aquellos días duros. Más tarde volvió y dio la tarea de construir casas nuevas y con condiciones para los vecinos de por aquí. De esa época para acá se le dio visto bueno al Tercer Frente Oriental Dr. Mario Muñoz», refiere Titina.

«El que tiene conciencia sabe que el placer que se siente de vivir como hoy lo hacemos, antes no se tenía. Si usted no cogía un machete y recogía café no tenía vida. El que tiene alma sabe que se lo debemos a esta Revolución», concluye ahogada entre lágrimas.

El Presente

La montuna Ángela Meriño Acosta conoce cada palmo del Mausoleo a los Héroes y Mártires del Tercer Frente Oriental Mario Muñoz. Ha echado allí gran parte de su vida y justo en ese histórico lugar, erguido en la cima de la Loma de la Esperanza, conoció de cerca a un hombre excepcional.

«Juan Almeida llegó sin avisar. Decía que así era mejor. No lo identifiqué en el primer momento, pero mi hija de siete años me alertó». Lisbeth Montalvo Meriño,  entonces pionera, propuso regalarle una poesía.

«Me nació el deseo de decírsela. Él se emocionó mucho. Cuando conversamos le llamó la atención que mi primer apellido era el segundo de su mamá, Rosario. Tuvimos una química desde ese momento», refiere Lisbeth, ahora licenciada en Derecho.

Pero esta historia no terminó con los versos del texto poético. Desde entonces, nació un vínculo inmortal.

«Miró hacia todos los lados, como si buscara algo. Luego se quitó el reloj que traía y se lo obsequió a la niña. Desde entonces, lo tenemos guardado. En las otras ocasiones en que nos vimos preguntó dónde estaba, y al responderle que en una cajita, exigía que se lo pusiera», expresa Ángela.

«Desde aquel día en que nos vimos en el Mausoleo mantuvimos una estrecha comunicación. Nos carteábamos. Le contaba cosas de mi vida personal y los avances del municipio. Él me preguntaba por lo que quería estudiar. Aplaudió muchísimo mi decisión de ser trabajadora social, por ser una profesión muy humana. Luego me hice abogada. Todo eso está también en el diario que me dio», detalla Lisbeth mientras acaricia cada epístola y foto con el Comandante.

«Tenía un carácter fuerte, pero una tremenda sicología. Si él descubría que eras incondicional y no le mentías, te sorprendía con lo menos que tú te esperabas. Apoyaba mucho a los niños y niñas de la zona; los invitaba a recorridos por el centro histórico de Santiago de Cuba.

«Disfrutaba mucho de llegar sorpresivamente al Mausoleo y encontrarlo limpio, lindo como lo hemos mantenido. De esa relación, hoy quedan vínculos muy estrechos con su familia», concluye quien pasa casi todo el tiempo entre los dos conjuntos de palmas y la llama eterna del sitio donde se izó por primera vez la bandera del Movimiento 26 de Julio.

«Si hoy tuviera la oportunidad de compartir con Almeida le diría que estoy orgullosa de él por todo lo que logró en este lugar y por lo que somos. Era un hombre excepcional, sencillo, modesto, amoroso. Lo adoro».

De izquierda a derecha: Rosario de la O Vicet, Ángela Meriño Acosta y Lisbeth Montalvo Meriño.

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