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Paternidad arrebatada

Aquel 6 de octubre de 1976 María Margarita Morales Fernández esperaba en su beca a Billito, el padre que siempre la apoyó. Él no llegó, fue una de las víctimas del crimen de Barbados

Autor:

Julieta García Ríos

En la calle San Antonio, de Guanabacoa, celular mediante, la gente se conecta con el mundo. Al pasar por allí, sin proponértelo puedes escuchar las conversaciones. Esas que van desde el último chisme del barrio hasta la aprobación o no del calzado que del «otro lado» comprarán como regalo.

Cuatro décadas atrás, la inmediatez en las comunicaciones era impensable. Cuando un familiar salía al extranjero, la carta constituía el medio más común para llevar y traer las noticias; si el viaje era corto, solo quedaba esperar su regreso para conocer los pormenores.

Frente a la casona marcada con el número 314, sentados en ese parque capitalino, padre e hija conversan amorosamente a finales de septiembre de 1976.

«Sigue estudiando. Estudia mucho. Recuerda que tus abuelos siempre estarán contigo para lo que necesites», le dijo Luis Alfredo Morales Viego a la mayor de sus niñas. Luego vino el abrazo y el beso, el último beso.

María Margarita Morales Fernández tenía entonces 14 años de edad. Aunque ya estaba acostumbrada a los frecuentes viajes de su papá —árbitro internacional y secretario de la Confederación Centroamericana y del Caribe de Esgrima, con sede en Panamá—, esa vez la despedida le resultó más dramática: sus padres estaban separándose.

Pero le contentaba la idea de que pronto lo volvería a ver. Al mediodía de aquel miércoles 6 de octubre de 1976, comentó a una amiga: «Quizá a mi papá le dé tiempo llegar para la reunión de padres». Él volvía ese día de Venezuela, adonde había ido al frente de la delegación cubana que había asistido al 4to. Campeonato Centroamericano y del Caribe de Esgrima, esa que ganó todos los títulos en disputa. 

La adolescente recuerda que unos días atrás, se había aparecido en la «beca» de Ceiba de Agua caminando hacia ella a campo traviesa. Lo había preocupado con la «amenaza» de que abandonaría la nueva escuela, pues prefería la Ho Chi Minh, de Jaruco.

Entonces la visita tenía como propósito asegurarse de que ella estaba bien. Era costumbre del padre proteger a sus niñas. Margarita recuerda entonces que no se apartó de su lado cuando de pequeña la operaron de la garganta.

Ese 6 de octubre su papá no llegó. Fue la madre quien interrumpió su sueño. «Una profesora me despertó y dijo que recogiera mis cosas, que mi mamá me esperaba abajo. Me extrañó porque no era común que saliera de la escuela cada vez que mi papá regresaba de viaje, pero me alegraba verlo», recuerda.

Le sorprende que la madre esté acompañada por una representante sindical del Inder. «¿Qué sucede?, preguntó. «Después hablamos», le responde la madre a secas.

Montan en el auto camino a la vocacional Lenin, en Arroyo Naranjo. Nadie habla. Tampoco la niña pregunta.

Cerca de la medianoche están en la Lenin. Alina, la pequeña de las hermanas, es quien trae a Margarita a la realidad. «¿Dónde está mi papá? ¿Qué le pasó a mi papá que no está aquí?», pregunta entre sollozos.

no puede hablar la madre, y es la mujer que la acompaña la encargada de decirlo: «El avión en que venía tu papá y la delegación deportiva de esgrima tuvo un accidente aéreo. Se desconoce si hay sobrevivientes (son 24 los integrantes del equipo)».

La noticia cambiaría la vida de las hermanas y con la de ellas, la de otras 72 familias. «Los siguientes días vivimos en otra dimensión». En la casa de Guanabacoa los vecinos consolaban. La abuela estaba destrozada. Radio Reloj confirmó la noticia: «No hay sobrevivientes».

«En mi vida he pasado por momentos muy duros y ninguno es comparable con aquel. El cuerpo de mi padre no se encontró, así que por un tiempo tuve la esperanza de que estuviera vivo. Yo no tengo un sitio al cual llevarle flores», me dice una mujer elegante, de modales refinados que no ha parado de llorar desde que comenzamos a hablar durante casi una hora.

La infancia

«En esa casa grande de Guanabacoa vivimos nuestros mejores años. Mis abuelos maternos nos criaron porque mis padres trabajaban muchísimo, aunque siempre estaban pendientes de nosotros», recuerda Margarita.

«Eran los domingos nuestros días de paseo exclusivamente para la familia. Mi papá siempre fue un hombre culto, le gustaba el cine, los idiomas, hablaba muy bien el francés —el lenguaje oficial de la esgrima— y el inglés, además estaba aprendiendo ruso por la radio. Le gustaba la música de habla inglesa, Tom Jones era su cantante preferido. Insistía en que debíamos aprender idiomas y practicar deportes. Yo, aunque tenía un buen somatotipo para la esgrima —delgada y de extremidades largas—, preferí la gimnasia, porque mi naturaleza pasiva me impedía atacar.

«Mi hermana sí fue esgrimista, era más combativa, y junto con papá perdió a su profesor de esgrima Ramón Infante, quien integraba el equipo de espada ganador del título por equipo del 4to. Campeonato Centroamericano y del Caribe de Esgrima.

«Papá era cariñoso hasta para llamarnos la atención. Físicamente era un hombre de mediana estatura, se pelaba bajito, a lo militar, y tenía los ojos azules. Pudiera parecer pretenciosa, pero Mel Gibson, el actor estadounidense, me lo recordaba.  Ya no, él ha envejecido y papá murió a los 45 años de edad», cuenta con elocuencia esta cubana que sigue cargando con ella un gran dolor.

Billito

Sobre su padre, Margarita abunda mucho más: «Le llamaban cariñosamente Billito. Comenzó a practicar esgrima en 1956 en La Habana con un técnico francés. Adquirió buena técnica lo que le hizo integrar el equipo Cuba de esgrima desde 1959 a 1967.

«En esa fecha compitió en las armas de sable y florete en juegos centroamericanos, Panamericanos y Campeonatos del Mundo. Su actuación más relevante tuvo lugar en los 10mos. Juegos Centroamericanos y del Caribe de San Juan, Puerto Rico 1966, donde ganó tres títulos: en florete (individual y por equipos) y sable (por equipos).

«Luego se formó como árbitro internacional e impartió justicia en los Juegos Centroamericanos y del Caribe, Panamá 1970; los Juegos Olímpicos de Múnich, 1972. También en las Universiadas de Moscú, 1973, y los Panamericanos de México, 1975.

Aunque provenía de una familia acomodada, Billito simpatizó con la naciente revolución de enero de 1959. Para entonces ya estaba formado como profesor de Educación Física y en esta área brindó también sus servicios. En abril de 1961 integró el claustro de profesores que en Varadero formó a los futuros alfabetizadores.

De vuelta al presente

Tal como quería su padre, Margarita se hizo universitaria. Estudió en la antigua Unión Soviética, allí se graduó en Ciencias Sociales.

«Me fui a Rusia —como le llaman hoy— porque estudiar en el extranjero significaba un reto mayor. Exigía aprender otra lengua, otra cultura y otra tradición, al tiempo que me hacía más independiente».

En lo adelante no dejaría de superarse. Además, aprendió inglés, idioma imprescindible para sus funciones como compradora internacional de la División General de TRD Caribe.

—Estudió en el extranjero, y también su trabajo requiere que viaje al exterior. ¿Siente miedo al montar avión?

—No, porque los accidentes ocurren lo mismo en un auto, que en una aeronave. La muerte de mi papá y las demás personas que iban en el vuelo CU-455 de Barbados a La Habana es consecuencia de la acción criminal, de personas malvadas e inescrupulosas.

«¿Sabe a qué le temo? A que mis dos hijos tuvieran que pasar por lo mismo que yo. Por eso, a pesar de tantos años, las víctimas del terrorismo seguimos reclamando justicia. No importa que los principales criminales hayan muerto. Solo tratamos de evitar que actos así se repitan. Nadie se imagina el dolor que sentimos».

Nota: El pasado 23 de mayo Luis Posada Carriles, autor principal del crimen de Barbados, murió de forma natural a los 90 años de edad en la Florida. Orlando Bosch, su cómplice, falleció en abril de 2011 en la misma ciudad.

Fragmento de la prensa venezolana, octubre de 1976, tomado del libro Cuba la historia no contada

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