Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El mar y el cosmos se unen en La Demajagua

El sitio que este 10 de octubre volverá a tocar campanas, hechiza con detalles no siempre mencionados

 

Autor:

Osviel Castro Medel

Manzanillo, Granma.— Algunos se «asustan» cuando llegan al lugar. Los sorprende la cercanía del mar y la magia de un árbol que habla más allá de sus raíces.

Esa sorpresa al pisar terreno del antiguo ingenio azucarero Demajagua o La Demajagua (se aceptan ambos nombres) tiene su explicación: muchos relatos del sitio donde detonó el grito independentista, lo han pintado sin matices.

Por eso siempre será oportuno hablar de las rarezas que laten en enclaves como este, desde el cual dejamos de ser trozo de tierra habitada para empezar a convertirnos en nación.

Bandera

Hoy ondean en ese lugar, a unos 13 kilómetros de Manzanillo, dos banderas: la cubana y la de Carlos Manuel de Céspedes.

El estandarte que el Iniciador concibió para la lucha tiene una hermosa historia, digna de un libro. Él la diseñó a semejanza de la de Chile, pero lo bello es que en su confección, casi rudimentaria, participó Candelaria Acosta, «Cambula», la hija del mayoral del ingenio, quien con apenas 17 años se enamoraría del prócer y le daría después dos hijos.

Ella, como cuentan los historiadores, llegó a arrancarse una parte de su vestido azul celeste con tal de donarlo a la enseña que ondearía el día sublime. La bandera tuvo su estreno guerrero en el ataque a Yara, el 11 de octubre, fecha para la cual ya se le había designado una escolta.

En abril de 1869, en la Asamblea de Guáimaro, se decidió adoptar como estandarte de la República en Armas el traído por el anexionista Narciso López, tomado por parte de los alzados en Camagüey y Las Villas. Céspedes acató la decisión y siguió luchando por Cuba.

El Comandante Fidel Castro durante su visita a el Ingenio La Demajagua.

Un bombardeo

Siete días después del 10 de octubre de 1868, La Demajagua se convertía en una montaña de polvo y humo. Desde el mar cercano, la propiedad fue bombardeada salvajemente por el barco español Neptuno.

La acción puede considerarse la primera embestida de las tropas colonialistas contra el patrimonio de los nacientes libertadores. Vale reseñar que los atacantes bajaron a tierra e incendiaron todo.

No resulta difícil imaginar la dimensión de aquel fuego con el que se destruyó no solo una propiedad industrial y una vivienda vistosa, sino también valiosa papelería, incluyendo la biblioteca.

De seguro, al enterarse, Céspedes recordó los tiempos en que contemplaba las maniobras de los barcos desde su casa de tejas y columnas dóricas. O las épocas en que fue modernizando poco a poco la industria y mejorando los rendimientos de la finca, de unas 18 caballerías, en la cual abundaba el árbol conocido como majagua. Lo cierto es que aquel ingenio, uno de los primeros en Cuba en emplear mano de obra asalariada, quedó convertido en ruinas.

Un cascabel

Este 10 de octubre los cubanos podremos reverenciar otra vez la campana que hace 150 convocó a la lucha. Tal símbolo tiene una novela singular, porque se contó entre los pocos objetos que pudieron salvarse después de aquella fecha.

Llegó al ingenio Demajagua ocho años antes del estallido libertario, cuando la finca era propiedad de Francisco Javier de Céspedes, hermano de Carlos Manuel y quien llegó a ser Presidente de la República en Armas. Permaneció «apacible» hasta que el día cumbre «Miguel García Pavón, hombre de gran confianza de Carlos Manuel de Céspedes, golpeó constantemente el badajo contra el bronce para convocar a negros y blancos a compartir sacrificio y voluntades», tal como relata el historiador manzanillero César García.

Luego del bombardeo fue trasladada en 1869 al ingenio La Esperanza, donde estuvo 31 años «debajo del piso del segundo departamento del barracón de esclavos de aquel ingenio».

Modesto Tirado, primer alcalde de Manzanillo, comandante del Ejército Libertador y amigo de José Martí, logró que en octubre de 1900 se transportara solemnemente al salón de sesiones de la alcaldía de Manzanillo, según cuentan en el libro Dos fechas históricas los investigadores Hortensia Pichardo y Fernando Portuondo.

Aunque hubo varios intentos de convertirla en objeto de propaganda política y «paseo», de allí solo salió a La Habana en 1918, cuando se celebró el aniversario 50 del levantamiento; y en noviembre de 1947, cuando Fidel Castro, entonces estudiante de Derecho, la llevó a la Universidad de La Habana.

Se sabe que a la sazón fue robada por «mafiosos» al servicio del Gobierno de Ramón Grau San Martín; pero por la presión popular «apareció» y así la llevaron de nuevo a la Ciudad del Golfo.

Hace cinco décadas justas, en 1968, centenario del 10 de Octubre, en un grandioso acto presidido por Fidel la campana volvería al terreno sagrado donde cobró notoriedad, aunque ahora estaría colocada en un monumento de rocas. Después ha salido solo cuatro veces: el 30 de marzo de 1987, cuando jóvenes de Granma la llevaron al 5to. Congreso de la UJC, celebrado en abril en la capital cubana; en octubre de 1991, en que se transportó a Santiago de Cuba para el 4to. Congreso del Partido; en febrero de 1995 para la Sesión Solemne de la Asamblea Nacional del Poder Popular con motivo de los cien años del levantamiento del 24 de Febrero; y en octubre de 2017 para el acto político y ceremonia militar de inhumación de los restos de Céspedes y Mariana Grajales.

El jagüey y el cosmos

Uno de los «milagros» de La Demajagua está vinculado con un árbol centenario de jagüey. Este aprisionó de forma curiosa entre sus ramas una de las dos ruedas que sobrevivieron al paso del reloj.

Al parecer, la planta no quería que nada ni nadie se llevara el único vestigio del central azucarero. Pero un día el jagüey empezó a morirse lentamente, debilitado por su centenaria edad y las enfermedades. Ante el hecho, «se le aplicaron varias cirugías vegetales, injertos botánicos y fumigaciones aéreas», aunque sin éxito.

Sin embargo, ese árbol había dejado, casi de modo subrepticio, un hijo. Este, en una de esas casualidades extraordinarias, para sorpresa de botánicos e historiadores, comenzó a tomar el mismo lugar del padre. Y al crecer atrapó entre sus yemas, como había hecho el jagüey viejo durante décadas, la catalina original del central. Así está ahora el hijo, como símbolo de continuidad.

Pero hay más en esta leyenda de árboles: antes de su viaje al espacio, en septiembre de 1980, Arnaldo Tamayo Méndez, primer cosmonauta de América Latina, acudió a La Demajagua y tomó tierra del lugar; con esas partículas sagradas anduvo por el cosmos.

A su regreso abrió un hueco en un sitio del ya Parque Nacional La Demajagua, plantó una palma real y tapó parte del agujero con esa tierra que había llevado al cosmos. Ahora la palma, de 38 años de edad, crece enhiesta, al futuro, como símbolo estremecedor.

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