Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

«Me duele, aunque no sea yo»

Una adolescente reafirma la amistad con su amiga, aunque no la siguió en su vulnerabilidad ante las drogas

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

No fue ella quien quiso experimentar lo que se sentía con «esto que está bueno, que te pone contenta, que te hace flotar». Tampoco se unió al grupo de los que acordaron entrar más tarde a la escuela, «si en definitiva, la prueba de Matemática es el mes que viene», para aventurarse a compartir las sensaciones que ya les habían anunciado.

Ella no era la novia del muchacho más atractivo y a la vez el más osado de la escuela, al que todas querían agradar, y mucho menos aspiraba a sobresalir con la etiqueta de «la más atrevida, la más decidida, la que no le tiene miedo a nada».

 Esa era su mejor amiga y ella, sinceramente, todo lo contrario. Por eso no puede contar hoy ni la mitad de las vivencias que aquella ha protagonizado, y a veces cree que pierde el tiempo en cosas no tan importantes en vez de disfrutar más su juventud, como le dicen.

Sin embargo, «me siento en paz conmigo misma, porque lo que no me convence, lo que no me parece que sea bueno para mí, y claro, lo que no me motiva al máximo, prefiero dejarlo a un lado». Y lo ha hecho en muchas ocasiones, y ha sido mejor.

Su amiga lleva días hospitalizada, pues «quiso flotar, sentir que volaba, desinhibirse, saber de qué le hablaban su novio y sus amigos». Ella la visita y prefiere no decirle ahora lo que piensa «porque lo sabe; sabe que no estaba de acuerdo, y un sermón a estas alturas no cambiará el daño que se ha hecho. Me mira y solo me dice que yo tenía razón, que siempre tengo razón y que debió haberme hecho caso».

Conversar con esta muchacha, quien cumplirá 16 años el mes que viene, sorprende a ratos. Denota madurez, sensatez, deseos de vivir sin que ello se traduzca en igualarse a los demás al precio que sea, sin que ello signifique transgredir lo que su familia le ha enseñado como lo verdaderamente valioso. Ella reconoce que aún no sabe todo lo que quiere hacer en su vida, «pero sí estoy segura de lo que no quiero en mi vida».

Con cierto recelo accede a dialogar con esta reportera, «pero pido que no se pongan mi nombre ni el de mi amiga… Ya ella y su familia sufren bastante». Asiento y le doy mi palabra.

«Ojalá otros jóvenes como nosotras lean el periódico y entiendan que no es  juego esto de querer fumar y tomar en una fiesta, y en otra y en otra, y luego en la casa, y además, sin razón alguna, solo para hacer cosas de adultos. Ojalá comprendan que si alguien te brinda “lo que nadie puede saber que vas a probar” es mejor alejarse».

—¿Cómo pudiste mantenerte distante?

—Porque nunca he pensado que mi vida sería mejor o más divertida por aprender a fumar o tomarme unas cuantas cervezas en el Malecón. No sé, no me gusta ver cómo se comportan después las personas con las que me comunico en la escuela; no me gusta ver a mi mejor amiga diciendo tonterías o haciendo el ridículo.

«También tiene que ver, tal vez, con el hecho de que en mi casa mis padres me hablan mucho y me piden que les cuente mis cosas. Me alertan, me avisan cuando algún programa en la televisión habla del tema y yo también tengo cabeza, ¿sabes? Puedo darme cuenta de lo que me hace bien y lo que no».

—Al principio nadie piensa que le hará daño…

—Es verdad, pero cuando una escucha hablar del mal que hacen las drogas en el cuerpo, en la mente, en la salud completa y lo difícil que es salir de eso después si se convierte en una adicción, entonces es como para no jugar.

«Una vez me dijeron mi mejor amiga y su novio que lo menos peligroso era mezclar vino con unas pastillas que no me acuerdo ni cómo se llaman. ¿Para qué?, pregunté. Para divertirnos, me dijeron. Y yo no entendí aquello. Entonces no lo acepté, y mira, a lo mejor decir que no siempre me permitió ahora estar salvada».

—¿Crees que tus amigos no tenían suficiente información relacionada con el riesgo que corrían?

—No puedo decir que no sabían nada o casi nada. Ellos sí sabían que estaba mal lo que hacían, por eso siempre andaban a escondidas. Y cuando les decía que podían convertirse en adictos, el novio de mi amiga se reía y me pedía que no me preocupara, que si eso pasaba, seguro los llevaban a un hospital y los curaban.

«Creo que de eso nadie se cura, aunque lo parezca. Siempre estará la tentación. Mi amiga está mejorando, y a veces cuando hablamos me parece que está consciente de que pudo ser peor, de que está a tiempo de cambiar, de que no volverá a hacerlo, pero no estoy muy segura de eso. Una oye hablar de las recaídas, y de que pueden repetirse, y me da pena por sus padres, que siempre están llorando».

—Sé sincera: ¿Ni una sola vez sentiste al menos la curiosidad como los demás?

No tengo por qué decir mentiras. Lo que sí he sentido es la curiosidad de querer saber qué rayos les encuentran a esos cigarros, y a esas bebidas, y a esa mezcla rara de cosas. Con saber que hacen daño es suficiente para no arriesgarse. Y no es que yo sea una miedosa de todo, porque si no, imagínese... con todo lo que me falta por vivir…

«Sé que en la vida hay que ser atrevido para lograr lo que una quiere… Pero ahí está el punto importante: que yo no creo que nada de eso me haga la vida más bonita o me ayude a hacer lo que yo quiera ser. Mi amiga no tiene una vida bonita, créame, porque depende de esas cosas para sentirse bien. Es complicado, no sé… prefiero no saber, porque me duele, aunque no sea yo».

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