Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El placer de sentirse útil

Un joven trabajador de una empresa tunera ha hecho de la capacitación técnica y de su consagración al trabajo su carta de presentación

Autor:

Juan Morales Agüero

LAS TUNAS.— Cuando Luis Manuel Reyes asegura que pertenecer a Ludema, empresa adscrita a la Industria Cubana del Mueble, clasifica entre lo mejor que le ha ocurrido en sus 27 años de vida, el orgullo se observa en todo su semblante. En esa laureada entidad —una de las principales proveedoras del programa turístico nacional—, él no solo se superó hasta convertirse en un hábil carpintero. También conoció el valor de la constancia y del trabajo para crecer como persona.

Nuestro diálogo sobrevino al concluir la asamblea de balance 11no. Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) del comité de base de Ludema, cuyos militantes lo eligieron en su nueva directiva. Había llegado a la reunión directamente desde su taller. Lo evidenciaba su overol de trabajo, todavía salpicado de sudor y de aserrín. «¿Y por qué a mí?», me pregunta cuando le propongo entrevistarlo. «Es que fuiste recomendado», le digo. Y él: «Bueno, si es así…».

—Cuéntame en qué momento llegaste a esta empresa.

—Soy graduado de técnico de nivel medio en Informática, algo que aparentemente no tiene nada que ver con la fabricación de muebles. Pero cuando tenía 17 años, acabado de salir del servicio militar voluntario, me topé con un tío en la calle que me dijo: «En Ludema hay plazas en oferta, tal vez te interesen». Me presenté con mis papeles y me aceptaron. Fue el viernes 10 de agosto de 2012. Y el lunes 13 ya estaba trabajando.

«Comencé desde abajo, como ayudante, en un equipo grandísimo llamado seccionador, que, por cierto, ya no presta servicio. Allí era donde arrancaba la línea productiva de paneles. Lo mío no tenía complejidad, pues se limitaba a esperar a que el operario midiera los tableros. Luego yo cargaba las planchas y las colocaba en el sitio donde iban a ser picadas».

—¿Permaneciste en calidad de ayudante mucho tiempo?

—No. A los seis meses ofrecieron un curso de capacitación. Lo asumieron tecnólogos y trabajadores de la fábrica. Quienes la aprobaran obtendrían la evaluación de carpinteros, aunque eso no significaba tener derecho a ocupar enseguida una plaza. Aprobé y seguí en lo mío. Pero un día, durante un doble turno, promovieron a operario al ayudante de la sierra cuadradora. Me propusieron trabajar con él y acepté.

«Con esa sierra me hice carpintero de verdad. Era la más nueva y una de las más complejas del taller. Se usaba para cuadrar las piezas de los muebles, una labor muy exigente y difícil, pues todo tiene que quedar parejo y a escuadra. Medio milímetro de diferencia puede originar que el mueble quede desnivelado y el cliente lo rechace. De ahí que el control de calidad sea estricto. Allí estuve dos años».

—¿Qué hiciste después? ¿Te entrenaste en otros equipos?

—¡Pues adivinó! Sin dejar de atender mi trabajo, y por mi obsesión por aprender cuanto pudiera, comencé a interesarme por el trompo, un equipo que hace molduras, rebajes, en fin… Lo operaba un amigo mío, también carpintero. En el horario de almuerzo iba por allí para que me enseñara su funcionamiento. Al parecer, los directivos de la fábrica advirtieron mi interés y mis progresos. Y en el trompo me dejaron.

«Poco a poco fui aprendiendo a trabajar con otras técnicas. Me fijaba en sus detalles y luego aclaraba mis dudas con los operarios: “¿Cómo se hace esto? ¿Y por dónde se enciende?”. Así llegué a dominar máquinas tales como el autómata y el escoplo viejo. Ya era carpintero de plantilla, pero me ponían a trabajar en cualquier parte, donde hiciera falta».

—Casi toda aquella técnica fue modernizada luego… 

—Eso fue después. Comenzó a hablarse de una inversión grande, con tecnología italiana y alemana computarizada. Dije: «¡Esta es la mía!». Cuando se instaló el equipamiento, me llamaron. Primero me capacité para operar una seccionadora nueva. Luego estuve con las sierras que, aunque eran manuales, tenían sistemas muy modernos. Áreas del acabado como el tallado, el lijado y la pulimentación también fueron favorecidas.

«Antes de esa primera inversión, en la fábrica solo teníamos un equipo computarizado: un pantógrafo. Los italianos lo actualizaron con piezas nuevas y software informáticos y lo convirtieron en una máquina capaz de hacer de todo con sus propias herramientas: fresar, cortar, trompear… Por su complejidad, hubo que impartir un curso para dominarlo».

—¿Y la tecnología china instalada en Ludema?

—¡Ah, importante! Esa inversión aumentó la competitividad y la eficiencia de nuestra fábrica, algo reconocido en todo el territorio nacional. Entre las novedades que trajo recuerdo el cepillo calibrador computarizado. Un compañero que recibió el curso de capacitación me ejercitó para que aprendiera a operarlo. También se instaló un sistema centralizado para la extracción de las virutas de madera. Eso protege el medio ambiente, la salud de los trabajadores y ahorra energía.

«De toda esta tecnología nueva, lo que más me impresionó fue el escoplo múltiple, a cuyo perfil estoy asignado en la actualidad. Los escoplos tradicionales están diseñados para trabajar solamente con una pieza a la vez. Pero este chino es tan superproductivo que puede hacerlo con cuatro al mismo tiempo, pues cuenta con igual cantidad de cabezales».

—¿Qué tipo de mobiliario sale de los talleres de Ludema?

—Nuestras líneas de producción son diversas. Aquí hacemos muebles de todo tipo, como juegos de cuarto y de comedor, armarios, closets, gabinetes, mesas, butacas para centros hospitalarios, sillas escolares, sillones de aluminio… Muchos de los mejores hoteles de Cuba están amueblados por nosotros. El Packard y el Gran Hotel Manzana Kempinski, por ejemplo. Y ahora trabajamos a toda máquina en el de Prado y Malecón. Los tres son de altos estándares, llamados cinco estrellas plus.  

«Trabajamos, en especial, en el confort de sus habitaciones. Asumimos los respaldos de las camas, los maleteros, las encimeras, los closets… El nivel de exigencia en cuanto a la calidad es enorme. Además tenemos a nuestro cargo toda una gama de elementos decorativos, cuya factura ha sido posible gracias a las nuevas tecnologías de las que hablé. También trabajamos para las escuelas y para el sistema de salud».

—Hablas de Ludema y aprecio tu gran sentido de pertenencia…

—Tengo un gran sentido de pertenencia por mi fábrica, por mi equipo, por mi taller, por mis compañeros… ¡Son siete años aquí! Hace pocos días, un amigo me dijo: «Fui al restaurante La Esquina y vi los muebles que hicieron ustedes, todos bonitos y cómodos». Y lo le dije, orgulloso: «Bueno, pues esos muebles pasaron por mis manos». Siento satisfacción de pertenecer a una empresa como esta, de tanto prestigio.

«Aquí nadie pierde tiempo. Desde que llegamos, temprano en la mañana, es de «venga y venga». Colegiamos trabajar nueve horas diarias, para tener el sábado libre. Pero no es extraño que asistamos también ese día, porque los planes de producción no deben atrasarse y siempre es bueno ir delante. Contamos con una excelente atención al hombre y salimos bien en el salario».

—¿Qué rol desempeñan los jóvenes en esta fábrica?

—Estamos en la primera línea, dispuestos siempre para cumplir cualquier tarea que nos asignen. La dirección de la empresa cuenta con nosotros. Con los más veteranos hemos hecho una mezcla muy productiva. Ellos ponen la experiencia acumulada y nosotros los deseos de aprender. Eso repercute en los buenos resultados que tiene nuestra fábrica. Imagínate que muebles diseñados y fabricados aquí forman parte del patrimonio de los hoteles Nacional, Habana Libre, Comodoro y Riviera. 

«¿La UJC en Ludema? Funciona bien, pero podría hacerlo mucho mejor si incrementáramos el número de militantes. Tenemos varios jóvenes en el radio de acción que merecen figurar en nuestras filas. Son excelentes trabajadores, la mayoría con reconocimientos en la ANIR y en las BTJ. Nuestro deber es atraerlos y motivarlos con imaginación y creatividad».

—¿Crees que la superación profesional te ha cambiado?

—¡Mucho! Llegé aquí hace siete años sin tener idea de lo que era la carpintería, y, con la ayuda de los más experimentados y con mi fuerza de voluntad, me he ido abriendo camino. Hoy no cambio mi perfil por ningún otro. Aquí me he realizado como trabajador y también como joven. Ludema es una gran escuela, cuyas enseñanzas van más allá de lo profesional.

«Junto con el aprendizaje diario en mi taller de maquinado, estoy estudiando Ingeniería Informática. Cuando la termine, estaré mejor preparado para operar las nuevas tecnologías que, seguramente, continuarán entrando en la fábrica. Aquí ya casi no quedan equipos obsoletos. A mí el hambre de saber no se me quitará jamás. Creo que estoy en el lugar indicado. Me siento cómodo y, sobre todo, útil».

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