Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Los Malagones, primeros milicianos

Fue el 31 de agosto de 1959, hace 60 años, cuando Fidel tuvo la idea de crear una agrupación para exterminar las bandas contrarrevolucionarias alzadas en Pinar del Río. Juan Quintín Paz Camacho, el último integrante de esa fuerza, rememora a Juventud Rebelde cómo él y sus compañeros lo lograron

Autor:

Dorelys Canivell Canal

VIÑALES, Pinar del Río.— Aquel día cuando conversé con Juan Quintín Paz Camacho, Juanito, me aseguró que se levantó desde antes de las siete de la mañana. Estaba afeitado, esbelto y delgado como cuando con 21 años se unió a Leandro Rodríguez Malagón para capturar al cabo Luis Lara Crespo, que estaba alzado por las lomas cercanas, en la cordillera.

Ahora ya suma casi 82 años —que cumplirá el próximo 31 de octubre—, y jocoso dice que hace 22 cumplió 60, que es lo mismo, pero no suena igual. Jaranea, muestra sus habilidades para hacer dos cosas diferentes con cada mano a la vez y mueve las orejas en distintas direcciones. Entonces, lo invito a recordar aquellos años cuando integró el grupo de Los Malagones, incipiente tropa que dio paso al nacimiento de las Milicias Nacionales Revolucionarias.

Sí, porque el 31 de agosto de 1959, hace 60 años, en las montañas pinareñas y con la presencia de Fidel, nació la primera milicia campesina organizada por la Revolución, conocida con el nombre de Los Malagones. Allí fue que el Comandante en Jefe conoció a Leandro Rodríguez Malagón, y nació la frase legendaria: «Si ustedes triunfan, habrá milicias en Cuba».

«Cuando Fidel le orientó al viejo Malagón que buscara 11 hombres para atrapar a Lara yo estuve dispuesto para acompañarlo, ese día estaba de guardia en la cueva, pero me dijeron: Tu padre es el dueño de estas tierras. Entonces Fidel interrumpió: Eso no tiene nada que ver, y quién soy yo, y quién es Raúl, quién era Carlos Manuel de Céspedes.

«Me fui un mes a Managua. Fidel y Celia diseñaron un uniforme para nosotros. Nos indicaron que cuando nos preguntaran dijéramos que estábamos entrenando para ser guardabosques, y así lo hicimos. Nosotros estamos aquí para cuidar los montes, contestábamos cada vez que alguien averiguaba.

«Aquello era tiro y guerrilla, nada más. Hacía unos cinco meses que la gente de los comandantes Pinares y Escalona estaban detrás de Lara, y eran muy buenos, pero no conocían la zona. Nosotros, en cambio, sabíamos de estas lomas y sus cuevas hasta donde el jején puso el huevo».

Les pisábamos los talones

«Empezamos a caminar a co-mienzos de octubre, sin preguntar para no levantar sospechas. A unos guajiros de confianza que simpatizaban con la Revolución les pedimos que si veían algo raro nos avisaran. Un día una avioneta tiró unos paracaídas con zapatos y alimentos y los vimos, desde ahí les pisábamos los talones, si un cordón se les zafaba nosotros los cogíamos.

«Uno de los alzados era asmático, por la noche escuchó que lo iban a matar porque su tos los podría descubrir. Escondió su arma y salió en busca de la carretera. Los guajiros dieron con él y nos lo llevaron. Después de un interrogatorio en el que no confesaba, le pedimos que se quitara los zapatos. Al ver las llagas en sus pies confirmamos que era un alzado.

«Bien cerca de ellos, por la información ofrecida por el capturado, una tarde encontramos unas pisadas en el camino con la marca de las botas que usaban y empezamos a seguirlas; cuando dimos con una casa un muchacho nos dijo, ayer mi hermanita vio cerca de aquella casa que se ve allá a unos hombres que no son de aquí limpiando unas balas, mientras indicaba con el dedo el lugar.

«Nuestra orden era ubicarlos, pero si nos íbamos a avisar se escapaban; entonces razonamos ¿para qué queremos las armas?, si nos matan que nos maten. Y establecimos un cerco; éramos cinco más un soldado rebelde que se nos había unido, los otros siete estaban en el campamento cuidando al que teníamos preso.

«Me arrastré por más de 150 metros, la ropa no se sabía de qué color era y allí empezó la balacera. Cuando aquello llevaba un buen rato se oyó: ¡emplacen la ametralladora!, y desde el flanco respondimos, ¡ya emplazamos el mortero, le vamos a tirar con el mortero! Al momento Lara salió con una niña del brazo, escondido detrás de ella. Creyeron lo del mortero y la ametralladora, ocurrencia de nosotros.

«Cuando salió Lara nos pidió tres cosas: primero, que no le diéramos golpes; segundo, que no dejáramos llegarle a ninguno de los familiares de sus víctimas; y tercero, que lo llevaran a ver a su madre. Fidel nos había dicho que a los enemigos había que tratarlos bien, ni un golpe, y lo llevé a ver a su vieja, que vivía como a un kilómetro de aquí.

«A mí se me partía el alma con la señora, yo la conocía desde niño, y a Lara también, hasta pelota jugamos alguna vez. Me dijo que no se lo maltratara, y le respondí que no le iba a hacer nada, pero sus deudas tenía que pagarlas. A 23 ascendían los crímenes de Luis.

Los Malagones escribieron una  página heroica en nuestra historia al desarticular una importante banda contrarrevolucionaria. Foto: Archivo de JR

«El día del juicio vino un hombre al que aún no le habían salido las uñas después de que este se las sacara, y un muchachón mostró en su espalda las marcas de más de diez tabacos que apagó en su cuerpo. A otro hombre lo amarró por el brazo y la pierna a un árbol, y los miembros del otro costado los ató a un yipi y lo echó a andar. Era horroroso lo que había hecho.

«Nosotros cumplimos la orden del Comandante en Jefe. Eso no tenía discusión. Cuando lo llamaron para comunicarle, le dijeron: Fidel, los guajiros ya cumplieron su misión, y él respondió: cómo que ya, si les di 90 días y solo han pasado 18; pero Comandante no solo lo ubicaron, lo tienen aquí con ellos.

«Entonces nos mandó a buscar. Allí estaba Camilo, que enseguida nos regaló unos tabacos. Yo lo dije: Camilo, a mí no me gusta esto, cómo ustedes y Fidel nos van a estar recibiendo con honores si nosotros no hicimos más que agarrar a unos bobos».

Del alto de Fidel

En las paredes de la casa de Juancito hay fotos de Fidel y de Raúl, de Camilo y el Che, de Almeida; de su esposa con los aires de veinteañera, la misma que lo esperara cuando andaba meses y meses por los montes con el cabello a la cintura y sin regresar a casa.

El hogar es humilde, sencillo y acogedor. A una le dan ganas de quedarse toda la tarde escuchándole las historias de cuando era joven y apuesto. «Mira esa foto, señala para un cuadro debajo del televisor, yo era un tipazo», bromea.

—Juanito, ¿cuánto usted mide?

—Seis pies y cuatro pulgadas

—¿Del alto de Fidel?

—Ahí, ahí, asiente con algún orgullo oculto. Varias veces de las que estuve a su lado me fijé en eso. Yo me tenía que cuidar mucho de las balas por el tamaño.

El día de su cumpleaños le regalaron un fusil de madera que ahora me muestra. «Este le saca un susto a cualquiera, parece de verdad», me dice con picardía, al tiempo que asegura recordar con añoranza a Fidel.

«Él nos dijo que habría milicias y cumplió. Era el padre de todos nosotros y del mundo. Nos dio estas casas, la educación, la salud; nos hizo personas, aquí la mitad de la gente no sabía ni leer ni escribir. Por eso yo me muero con la Revolución.

«Aquí viene mucha gente a visitar el Memorial y me buscan para hacerme preguntas. Soy el único que queda vivo. Nací, crecí y luché aquí, y ahora me hicieron cerquita la bóveda. Ya dije que yo para allí no voy, a mí tienen que llevarme», expresa ri-sueño.

Un día memorable

El 31 de agosto de 1959, el entonces primer ministro Fidel Castro Ruz y el capitán del Ejército Rebelde, Enrique Núñez Jiménez se entrevistaron con los campesinos Leandro Rodríguez Malagón (quien había servido de práctico a Núñez Jiménez en sus expediciones con la Sociedad Espeleológica de Cuba antes del triunfo de la Revolución) y Cruz Camacho Ríos, en la Gran Caverna de Santo Tomás.

Estos le relataron los desmanes cometidos por Luis Lara Crespo, conocido como el Cabo Lara, torturador y asesino de la derrocada dictadura batistiana, prófugo de la justicia revolucionaria quien se encontraba alzado en la zona contra los poderes del Estado.

Entonces Fidel tuvo la idea de crear una milicia encabezada por Malagón, a la que le dio la tarea de reunir 12 hombres y capturar al cabo Lara y sus cómplices en un plazo de 90 días. Surgen así los legendarios Malagones y, con ellos, el embrión de la milicia obrero-campesina en Cuba. Los 12 campesinos seleccionados fueron:

—Leandro Rodríguez Malagón (jefe)

—Cruz Camacho Ríos (El Niño)

—Alberto Pérez Lledía

—Antonio Gómez González (El Negro)

—Hilario Fernández Martínez

—Jesús Padilla González

—José Antonio Álvarez Camacho (Pepe)

—Gerardo Rodríguez Malagón

—José María Lledía Ceballos

—Eduardo Serrano Martínez

—Juventino Torres Véliz

—Juan Quintín Paz Camacho, (Juanito)

 

 

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