Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un sitio para honrar y conocer

 El museo memorial Mártires de Barbados, único de su tipo en Cuba, sometido hace un año a una reparación capital, recuerda a aquellos jóvenes que resultaron víctimas de uno de los crímenes más horrendos de la historia

Autor:

Juan Morales Agüero

 

Las Tunas.— En la nefasta historia del terrorismo planetario, pocos actos horrorizaron tanto a la opinión pública mundial como el cometido el 6 de octubre de 1976 contra una aeronave de Cubana de Aviación, minutos después de despegar del aeropuerto Seawell, en Bridgetown, capital de Barbados.

En aquel crimen atroz murieron 73 personas, entre ellas los 24 miembros de nuestro equipo juvenil de esgrima, muchos de los cuales tenían cerca de 20 años de edad. Regresaban a Cuba luego de ganar el torneo centroamericano realizado en Caracas. Entre las víctimas estuvieron cinco coreanos y 11 guyaneses.

Un oficial de la torre de control del aeropuerto de Seawell declaró días después a la prensa: «Pero, ¿quién odiaba a esos muchachos? Casi todos eran jóvenes… Los deportistas, los tripulantes, los guyaneses. Ocho guyaneses eran estudiantes y otros tres eran abuela, hija y nieta. La niña, de solo nueve años. Todos inocentes y sanos. Y si una cosa así ha podido suceder, ¿quién puede estar tranquilo en este mundo?».

Dos de las víctimas del criminal sabotaje eran tuneros, y ambos floretistas. Carlos Leyva tenía apenas 19 años, y en él estaban cifradas grandes esperanzas para el ciclo olímpico;  Leonardo Mackenzie había cumplido 22, y gozaba también de gran prestigio, incluso con participación internacional.

Para honrar la memoria de Leonardo y Carlos, en la capital tunera existe el museo memorial Mártires de Barbados. Es el único de su tipo en Cuba, y pretende acercar al visitante a sus biografías a partir de documentos, trofeos, fotos, armas, medallas y objetos suyos. El recinto deviene referencia sobre las circunstancias en que se consumó el crimen.

El memorial tiene por sede la casa donde residió la familia de Carlos Leyva. Se inauguró el 2 de julio de 1977. Hace un año fue sometido a una reparación capital. Recibe decenas de visitantes. Entre los más ilustres figuran los embajadores de Guyana y de Barbados. También vienen los estudiantes de las escuelas vecinas, colectivos laborales, investigadores…

En su primer salón aparecen las fotos de las 73 víctimas. Altera, enfurece, perturba contemplar tantos semblantes llenos de vida. Solo alguien con alma de monstruo, carencia de sentimientos y entrañas de hiena pudo cercenarles la vida a jóvenes así y arrebatarles de un zarpazo la sonrisa.

Junto a las imágenes, una pintura reproduce desde el arte el avión de Cubana. A su lado se exhibe la trayectoria desde que despegó en Guyana, sus escalas en Trinidad-Tobago y Barbados, y, finalmente, su caída al mar frente a una playa repleta de bañistas atónitos ante el insólito suceso. Un pedazo de fuselaje rescatado en el océano acusa a los asesinos.

Hay pertenencias de los mártires por todas partes: una foto de Carlitos a los 35 días de nacido; su carné de la UJC y el de usuario de la biblioteca; una libreta con notas de clases y su diario de entrenamiento; una postal dedicada de su puño y letra a su progenitora por el Día de las madres…

De Leonardo está un certificado del Comité Olímpico Mexicano en el que se reconocen sus dotes deportivas. También hay trofeos, placas, ropa, un comprobante del Servicio Militar, llaveros, cartas de referencias, su carné de identidad, en fin…

En el patio hay una escultura inspirada en las víctimas. Tiene por nombre Nuestros muertos alzando los brazos, y es obra del matancero Juan Esnard Heydrich, quien la donó al museo en 1978. Está construida en metal y remeda un cuerpo humano despedazado y consumido por el fuego, pero erguido a pesar de todo, con un brazo en alto y el puño cerrado.

En la parte trasera del inmueble, el área de esgrima es una ofrenda a los caídos. Allí se han formado varias generaciones de esgrimistas. Durante la semana, un grupo de niños  acude allí para prepararse en ese apasionante deporte.

«Realizamos actividades en el hogar materno, la casa de los abuelos y con los discapacitados —dice Anni Fonseca, guía del museo—. Intentamos así divulgar la vida de nuestros mártires, denunciar aquel crimen y a sus responsables».

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La instalación radica en la antigua vivienda de la familia de Carlos Leyva, ahora restaurada.

 

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.