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Los «buzos ciegos» que buscaron a Camilo

Un grupo de inmersionistas de Cienfuegos participó en el rastreo submarino del avión donde viajaba el Señor de la Vanguardia. Leopoldo Álvarez García contó a Juventud Rebelde detalles de aquellas jornadas

Autor:

Laura Brunet Portela

Hay recuerdos que se enraízan en lo profundo de hombres y mujeres, y aunque pasen muchos años vuelven como asidero para demostrar que todos tenemos un lugar en la historia. A esas memorias, desperdigadas en fotos, recortes de periódicos y revistas, se aferró siempre Leopoldo «Polín» Álvarez García, quien falleciera recientemente.

Por mucho tiempo las inmersiones fueron el complemento de su pasión por la biología marina. Decía que «no puede haber cubano ni cienfueguero, al que no le guste el mar»; por eso cuando ya no pudo volver a las profundidades de la bahía de Cienfuegos, llenó el hogar con trozos de esta y peces.

La más preciada de sus memorias corresponde a la búsqueda de Camilo Cienfuegos Gorriarán, tras su desaparición física el 28 de octubre de 1959. Por vez primera Polín quiso fracasar. «Era muy grande el deseo de no hallar nada, para seguir alimentando la esperanza de que Camilo estaba vivo y podía aparecer en algún cayo».

Fueron escasos los sucesos que movieron el rumbo de la búsqueda del Héroe de Yaguajay, en la que colaboró el Club de Pesca y Exploración Submarina de Cienfuegos. Pero esos pocos causaron temores, y les dieron aliento a los entonces jóvenes buzos que se ofrecieron para cumplir aquella misión de intenso y ansioso rastreo en la zona de Trinidad.

«Una señora de la serranía cercana a la costa informó haber visto la caída de un objeto semejante a un avión. Se tomaron muestras de una mancha de aceite fino y las enviaron al laboratorio, en La Habana. Allí estimaron que se trataba de lubricante de aviación, pero análisis posteriores demostraron que nada tenía que ver con la trágica desaparición del Cessna 310 ejecutivo en que viajaba Camilo», recordó Álvarez García.

Agregó que en aquella jornada también apareció parte del alerón de una avioneta, pero tampoco guardaba relación con la que llevaba al Comandante de «sombrero alón». De ese objeto Polín conservó una foto, como registro histórico de aquella tarea. Un periódico de la época publicó que fue hallado «en los arrecifes al oeste de Cayo Trabuco, 47 millas al sur de la bahía de Cienfuegos (...) Por las condiciones en que se encuentra, se estima no llevaba mucho tiempo en aquel lugar y que los restos de la nave a la que pertenecía no deben encontrarse lejos de allí. Una de las partes del alerón tiene la inscripción siguiente: Clad, No. 2024, T-3. El fragmento fue entregado a la Marina de Guerra Revolucionaria».

Fueron días de mucha tensión, sin alba ni atardeceres. Se hacía una sola comida al mediodía, rememoró Leopoldo. Los motores de la pareja de barcos remolcadores que los transportaban no se detenían a menos que apareciera algún indicio. Las embarcaciones conocidas como «rastras» halaban una enorme y pesada cadena que peinaba las profundidades.

Cuenta Polín que los buzos permanecían en la cubierta del barco, de guardia, y ante cualquier tropiezo de la cadena el explorador de turno se lanzaba al agua. «Con ayuda de una varilla de pesca, tanteábamos el cuerpo extraño porque la zona era muy fangosa y la visibilidad casi nula. Por eso entre nosotros nos llamábamos buzos ciegos.

«A veces nos sumergíamos atados para evitar accidentes a causa del cambio de la densidad del agua; arriba quedaban los responsables de prever cualquier peligro. Muchas veces en un abrir y cerrar de ojos ya estabas metido en el fango, sin contar con que bajábamos a un lugar donde habían varias especies marinas peligrosas», explicó.

En una ocasión, cuando le correspondía el descenso, la cadena se enredó. «El solo hecho de pensar en encontrarme el avión de Camilo al entrar al agua, me hizo flaquear; quedé paralizado mirando el mar. Mi amigo Juan Allen me dijo: ¡Polín, yo voy!», expresó.

Pero otra vez fue solo una falsa alarma. Estaba claro que esta era la más difícil y sensible de las encomiendas que asumirían como buzos; los cubanos tenían sus esperanzas puestas en la pericia de estos jóvenes para escudriñar las aguas.

«Aceptar algo así supuso una grandísima responsabilidad con el pueblo de Cuba, con la Revolución y conmigo mismo. Fue una prueba de valor y sacrificio. Viéndolo hoy desde la madurez, no sé cómo muchachos como yo, de solo 20 años, fuimos capaces de resistir toda esa carga emocional».

Volvieron a casa extenuados de tanto nadar, con las manos vacías, pero alentados por ese fracaso. «Queríamos que el motivo de la suspensión de la búsqueda fuera ese y no el hallazgo de algún indicio o del mismo avión», reconoció Álvarez García.

Durante mucho tiempo Leopoldo y sus amigos no despegaron ojos ni oídos de las noticias, con el anhelo de que la derrota de aquellos días finalmente se tornara victoria con la aparición de Camilo Cienfuegos.

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