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Historia y maravilla puras

Del conjunto de fortificaciones ubicadas en la capital declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, el Castillo de Atarés se hallaba entre las que no habían sido restauradas integralmente. Ahora despliega por vez primera su puente levadizo para permitir la entrada al público, que podrá admirar esta joya de la arquitectura militar

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Cuando dentro de muy poco el impresionante Castillo de Atarés permita el paso del público hacia su interior a través del puente levadizo de estreno que se ha «regalado» para celebrar los cinco siglos de La Habana, ya la Fortaleza de Nuestra Señora de los Ángeles de Jagua no se quedará sola con el mérito de poseer el único del país que funcionaba perfectamente, aunque, sin duda, el de la bella construcción cienfueguera continúe siendo el que lleve siglos luchando contra el paso del tiempo y el salitre.

De cualquier manera, el Castillo de Santo Domingo de Atarés, nombre con el cual surgió cuando el alto mando español determinó levantarlo en el siglo XVIII, de seguro se mostrará espléndido con todos esos atributos que ha vuelto a recuperar, para en lo adelante poder permanecer como notable representante del famoso conjunto de fortificaciones con que cuenta la capital cubana y que fueran declaradas Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, junto al extraordinario Centro Histórico de la antigua ciudad.

Edificado entre 1763 y 1767, este era uno de los últimos bastiones que faltaba por restaurar. Ahora su espléndido puente dará acceso pleno a la fortaleza que señorea desde la Loma de Soto, convertida en un museo de sitio, según dijo con orgullo a JR el ingeniero Néstor Sad Rodríguez, inversionista principal de esta monumental obra.

En efecto, devolverle la singular construcción al castillo fue uno de las grandes gestas que enfrentó el equipo multidisciplinario que desde 2014 asumió la responsabilidad de rehabilitarlo. De hecho, en esa ardua tarea estaba enfrascado cuando el diario visitó el inmueble que vio la luz tras la toma de La Habana por los ingleses, ocupación    que duró 11 meses y que provocó que al sistema defensivo de la urbe, que ya integraban los castillos de la Real Fuerza, San Salvador de la Punta y Tres Reyes del Morro, se sumaran también el del Príncipe y la Fortaleza San Carlos de la Cabaña, para transformarla, definitivamente, en una plaza inexpugnable.

«Construir de nuevo el puente levadizo utilizando el sistema original ha resultado una empresa en verdad difícil. Lo estamos haciendo a la vieja usanza, como en el siglo XVIII, rescatando el mecanismo de izaje. Quienes nos hemos enfrentado a ese reto enorme jamás habíamos tenido una experiencia similar», admite el experto.

Este peculiar pasadero había sido una de las víctimas de las tantas agresiones que en todos estos años sufrió la edificación. «Es que se sustituyó por uno de hormigón armado, cuyas losas medían 25 centímetros de espesor. Hubo entonces que demolerlo para posicionar el nuevo de madera, tratando de reflejar cómo pudo haber sido.  

«Lo que han hecho los trabajadores es toda una proeza, porque el montaje se ha realizado de manera manual. Había dificultades con el equipamiento y no quisimos retrasar el cronograma de ejecución. Estos hombres son unos héroes», reconoce Sad Rodríguez.

De hazaña en hazaña

De hazaña en hazaña han estado los especialistas y trabajadores que asumieron la tarea de restituirle toda la grandeza a este centenario inmueble, pero que ellos se encontraron totalmente agredidos. Entonces, «el mayor desafío ha sido devolverle todo su esplendor y sus notables valores históricos, arqueológicos, arquitectónicos que, lamentablemente, se fueron perdiendo por usos indebidos y por el paso del tiempo.

«Para poder asumir la rehabilitación integral del Atarés hubo que convocar a las especialidades que competían, desde los estudios históricos y arqueológicos, que constituyen la base fundamental  para realizar un trabajo serio, responsable, hasta aquellas que responden a las prestaciones que la edificación tendrá en  lo adelante, convirtiéndolo en un espacio funcional, que desempeña funciones contemporáneas como museo de sitio».

Aunque se le haya llamado castillo, ciertamente se trata de una fortaleza, cuyo destino siempre fue militar, explica Sad. Rodeada de un foso seco y ubicado en un promontorio, sobre la famosa Loma de Soto, tenía una posición estratégica desde el punto de vista táctico por la visibilidad que ofrecía de toda la bahía  aunque su objetivo era la defensa del frente terrestre y no el marítimo.

Conseguir que la piedra luzca reluciente, como se ve hoy, resultó en realidad muy complicado, debido a que «estaba cubierta por unos morteros: un hormigón de casi cinco centímetros de espesor. Durante casi tres años nos dedicamos con mucho cuidado a esa labor, cincel en mano. Se desarrolló un trabajo bien delicado, retirando todo ese revoque, para después encargarnos de piedra por piedra, actuando y restaurando junta por junta».

Compuesto por un conjunto de bóvedas, llama la atención el sistema de iluminación, «que no es el original. A partir de 1901, cuando los norteamericanos ocuparon la fortaleza, practicaron esas oquedades, esos huecos especie de lucernarios que posibilitaban aprovechar la luz natural y mejorar la ventilación. Sin esa transformación no es difícil de imaginar cuán oscuro y caluroso era este edificio.

«Por medio de los estudios también pudimos descubrir que la mayoría de las bóvedas se comunicaban directamente entre sí, lo cual parecía poco probable, pues las encontramos tapeadas. Incluso, muchas de estas entradas, de estos accesos, tenían fallas estructurales, y hubo que volverlos a construir. Tratamos por todos los medios de emplear materiales tradicionales para que no entraran en contradicción con el propio inmueble».

La Plaza de Armas es otro de los espacios llamativos de la edificación, que igualmente lucía un estado muy vulnerado. «A través de las investigaciones y las fotos históricas conocimos cómo se veía cuando terminaron de levantarlo en 1767. Hasta unos brocales, que ya no estaban, hubo que crear porque quisimos que cuando lo entregáramos se pareciera lo más posible al castillo inicial.

Allí, en la misma Plaza de Armas se localiza otro elemento sobre el cual intervinieron con mucha dedicación, y que hoy se muestra espléndido: la escalera que da acceso a la cubierta, que hallaron completamente desgastada, muy erosionada, lo cual complicaba transitar por ella. «Esta fue una de las obras más destacadas, que involucró a restauradores, investigadores, artistas, trabajadores...

Ese constituyó uno de esos grandes retos que Néstor no podía dejar de mencionar: lo que significó darle apariencia a la escalera de haber sido edificada «ayer mismo». «Hubo que extraer escalón por escalón, bloque a bloque, y virarlos, para sacar al exterior la parte que permanecía protegida desde hacía siglos, de manera que la zona degradada ha quedado hacia adentro. Fue una tarea titánica que posiblemente muy pocos notarán, solo nosotros sabremos el esfuerzo enorme que representó», insiste Sad Rodríguez.

Ahora también resulta difícil determinar, dice, cuáles son las originales entre las garitas que coronan los vértices del castillo y que, como este, tienen forma hexagonal. «De estos elementos que muchos denominan torreones, pero que no lo son, faltaban dos, empezando por el que da para el frente marítimo. Nos dimos entonces la tarea de reproducirlos tal cual eran. Apenas se puede notar cuál tiene dos meses de construida y cuál lleva siglos a la intemperie».

Atractivo museo de sitio

Cuando JR recorrió esta maravilla de la arquitectura militar, ya se había realizado la impermeabilización de toda la cubierta, que se levantó en su totalidad y se hizo nueva. En este momento se trabajaba en perfeccionar los lucernarios y en todo lo relacionado con la museografía, es decir, en las técnicas y las prácticas para que el Castillo de Atarés, como museo de sitio, esté a la altura del profundo proceso de restauración al que fue sometido. 

Y es que, como recalca el especialista principal de la Oficina del Historiador de la Ciudad, serán sus elevados valores como patrimonio inmueble y cultural la mayor atracción de la fortaleza, a pesar de que en sus bóvedas se expondrán diversas muestras, como la titulada El ingenio de Leonardo da Vinci que, patrocinada por la fundación italiana Anthropos, permaneciera desde 2012 en el Convento de San Francisco de Asís.

«No obstante, enfatiza Néstor, que El ingenio de Leonardo da Vinci sea recibida en este extraordinario edificio permitirá que las cerca de 100 piezas concebidas por artesanos e ingenieros italianos a partir de los bocetos del Genio del Renacimiento, se puedan apreciar en toda su magnitud. Aquí, en este espacio completamente remozado, han encontrado su sitio ideal, pues se mostrarán divididas por temáticas, por especialidades... Mas, insisto, lo más interesante será venir al castillo y descubrirlo, que él pueda exhibirse a sí mismo. ¡Esto es historia pura!». 

Por tal razón, será muy relevante la sala monográfica del castillo, lo cual, de todos modos, no le quitará méritos al resto, como aquella que se ha pensado que sea polivalente por las múltiples  funciones que podrá asumir: lo mismo se podrá emplear para que en ella se dicten conferencias, que para que allí se realicen proyecciones, seminarios, cursos didácticos, talleres, y hasta para celebraciones y espacio de conciertos.

De lo que no caben dudas es que la labor que se ha llevado a cabo en tan importante complejo erigido por el ingeniero Silvestre Abarca, ha sido titánica. «Se dice fácil pero la labor ha sido ardua. Se hizo, por ejemplo, un trabajo muy importante de consolidación de la parte estructural: muchas de estas cubiertas y bóvedas estaban afectadas, presentaban grietas y fracturas significativas que requirieron un proceso largo, estudiándolas, consolidándolas y restituyéndolas nuevamente», argumenta nuestro entrevistado.

Aunque el castillo nunca entró en combate, se fue deteriorando seriamente en la medida en que se usó como sede de la guardia presidencial, prisión (aquí eran asesinados los opositores durante la dictadura del general Gerardo Machado) y unidad militar...

Significativos hallazgos arqueológicos han sorprendido a los trabajadores enrolados en una de las obras cumbres que se han acometido por el aniversario 500 de La Habana, como haber encontrado el sitio exacto donde los españoles protegían el armamento y las municiones.

«Gracias a los estudios históricos que se efectuaron y apoyados por los investigadores, dimos con esta maravilla que es el polvorín original del castillo, el lugar exacto donde se almacenaba toda la pólvora. Ahora se pueden apreciar los diferentes elementos que así lo atestiguan, como esos sillares pétreos sobre los que descansaba el armamento.

«Hubo que hacer una excavación para dar con él. Ahí está la marca que indica hasta dónde llegaba el relleno, y es que este inmueble se alteró muchísimo morfológicamente por las diferentes funciones que tuvo, fue muy alterado», apunta Sad.

Idéntica «suerte» corrieron con las evidencias que aparecieron en la que se trasformará en la sala de arqueología. «Todo indica que se trata de la antigua cocina de la fortaleza, como nos hacen creer los restos de parte de las cimentaciones que ahora se pueden ver, los azulejos, el sistema de evacuación de las aguas, del drenaje... y que quedarán expuestos para que el público los admire. Se colocará una especie de pasarela, como haremos en el polvorín, para que los visitantes interactúen directamente con el sustrato y puedan avanzar hasta un determinado punto.

«Todas las exhibiciones estarán apoyadas de información visual, además de televisores que se ubicarán en cada sala para complementarla, a la vez que ofrecerán datos de la propia monografía del castillo», enfatizó.

Una joya de alto quilates brilla otra vez en La Habana. Que su luz nos llegue a todos en medio de las celebraciones por los 500 años de La Habana, se debe a un equipo que reúne rasgos que lo hacen muy especial. De ello está convencido Néstor Sad Rodríguez. «Primero hay que tener gran sensibilidad, sentido de la responsabilidad, conocimiento histórico y arquitectónico para darle el justo valor a cada elemento. Y, por supuesto, una cuota grande de sacrificio y dedicación, ponerle mucho amor a cada acción que emprendas, no perder de vista que obras de este tipo no solo nos hablan del ayer sino que debemos preservarlas para que nos sigan hablando en el mañana».

 

Escudo que preside la entrada del impresionante Castillo de Atarés. Fotos: Rolando Pujol

Los hombres del puente levadizo son unos héroes, al realizar el montaje de manera manual, reconoce Sad Rodríguez.

Pocos se percatarán de cuáles son las garitas que pueden contar la historia y las que se colocaron nuevas.

Cuando los norteamericanos ocuparon el castillo practicaron esas oquedades que hoy se observan para aprovechar la luz natural y mejorar la ventilación.

Por las cimentaciones encontradas se supone que esta fue la antigua cocina de la fortaleza

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