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Tras el rastro de los coronavirus

Ante la amenaza actual del SARS-CoV-2, vale la pena revelar experiencias y hechos históricos que han significado verdaderos adelantos desde el descubrimiento del primer coronavirus humano

Autor:

Julio César Hernández Perera

La actual epidemia del SARS-CoV-2, el nuevo coronavirus que brotó en el ocaso del año 2019, ha disparado las alarmas en todo el mundo y prácticamente no existe minuto en el que no se hable de este virus a nivel global.

Inicialmente conocido con el nombre de 2019-nCoV, en torno a este microrganismo y a la enfermedad respiratoria que causa —el COVID-19—, se han tejido y divulgado, principalmente por las redes sociales, un sinnúmero de historias. La incertidumbre mayoritaria que se ha expandido tiene que ver con la siguiente interrogante: ¿cómo surgió el nuevo coronavirus?

Aunque no puedan darse en tal sentido respuestas íntegras a tal interrogante, estamos obligados a referirnos a la historia del descubrimiento del primer coronavirus.

Vacaciones en Salisbury

Después de la Segunda Guerra Mundial, en el Reino Unido las gripes causaban estragos en los puestos de trabajo, lo cual impactaba negativamente en la productividad de muchas empresas. Por esa razón el Consejo de Investigación de ese país creó un centro de investigaciones que denominó Unidad de resfriado común.

El lugar escogido para ubicar la instalación fue un hospital de guerra clausurado que había servido como centro de transfusión de sangre para las tropas aliadas. Estaba confinado a un ambiente rural en las afueras de la sureña ciudad de Salisbury, conocida por su majestuosa catedral gótica y cercana al célebre monumento de Stonehenge.

El lugar era estimado como perfecto pues los científicos podían poner a las personas en cuarentena durante diez días y monitorear de cerca el efecto de los resfriados. Pero… ¿a quiénes estudiaban?

Aunque nos parezca insólito, las personas acudían «voluntariamente» para que les inocularan un virus. A cambio, mientras eran examinados por los investigadores, les pagaban el pasaje, les daban algún dinero de bolsillo, y les garantizaban una anhelada tranquilidad: muchos acudían solo para poder escribir, leer, jugar ajedrez, estar en contacto con la naturaleza, y otras muchas situaciones placenteras mientras contraían una gripe.

Se cuenta que por ese lugar, hasta que finalmente cerró en 1990, pasaron unos 20 000 voluntarios. Y aunque nunca se pudo encontrar la deseada cura para la gripe, sí se lograron grandes descubrimientos como demostrar que no era un único virus el que producía la gripe —se aislaron diferentes virus capaces de producir manifestaciones catarrales en el hombre como los rinovirus, el virus de la parainfluenza, y los coronavirus.

El primer coronavirus humano

El descubrimiento del primer coronavirus humano tuvo lugar en 1965 en la citada Unidad de investigación de resfriado común. El mérito se lo llevaron los investigadores Bynoe y Tyrrell; este último fungía, además, como director del centro.

Ellos lograron obtener este microrganismo de las vías respiratorias de un niño con resfriado común. Mediante pases en cultivos de tráquea embrionaria humana lograron el aislamiento del germen que era diferente a los virus que habitualmente habían reconocido hasta ese momento: el nuevo agente era sensible al éter.

Más tarde, con la ayuda de la microscopía electrónica, se logró revelar la presencia de partículas similares a unos virus que eran capaces de producir bronquitis infecciosa en los pollos. Más o menos al mismo tiempo, Hamre y Procknow obtuvieron un agente citopático en cultivos tisulares de estudiantes de Medicina con resfriado.

Los virus examinados tenían una particular morfología concordante en su superficie, lo que motivó que fueran denominados como coronavirus. Rápidamente lograron aislarse otras muchas variedades de coronavirus humanos y animales. Estos últimos eran capaces de causar enfermedades en ratas, ratones, pollos, pavos, otras especies de aves, terneros, varios rumiantes salvajes, ballenas beluga, perros, gatos, conejos y cerdos, con manifestaciones en el sistema respiratorio, el sistema digestivo, el sistema nervioso central, el hígado, el sistema reproductor, y otros.

En los humanos, han podido advertirse con claridad las variedades responsables de tres de las epidemias que se han vivido en el siglo XXI. En menos de dos décadas conocimos, a finales de 2002, sobre la aparición en la ciudad china de Guangdong del Síndrome respiratorio agudo grave, una infección que se propagó rápidamente a otras ciudades del gigante asiático y al resto del mundo. También conocida como la «Primera epidemia del siglo XXI», suscitó en aquel momento una respuesta rápida e intensa, coordinada por la Organización Mundial de la Salud.

Aunque en julio de 2003 se había logrado detener la transmisión del SRAG en todo el orbe, no se pudo evitar la muerte de más de 700 personas.

Una segunda epidemia causada por coronavirus apareció diez años más tarde y fue conocida como Síndrome respiratorio del Oriente Medio. Se diagnosticó por primera vez en un paciente ingresado con una neumonía aguda muy agresiva e insuficiencia renal en un hospital de Jeddah, Arabia Saudita.

En los 23 meses siguientes se detectaron 536 casos adicionales (145 mortales). Casi todos eran esporádicos, relacionados con el entorno hospitalario, y los pacientes eran personas que vivían o que habían viajado al Oriente Medio.

Estas son historias que debemos conocer, pues permiten extraer experiencias que ineludiblemente servirán para enfrentar eficientemente la amenaza que hoy representa el SARS-CoV-2.

En esta batalla las diferentes acciones de prevención, junto con la disciplina, han sido y serán las más eficaces para enfrentar amenazas y evitar las dolorosas muertes.

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