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Mi Instituto

En materia de enfermedades tropicales e infecto-contagiosas, el IPK es el mejor de las Américas y lo más grande que tenemos los cubanos. Tiene 83 años y lleva el nombre de Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (padre de la parasitología cubana) en honor a su fundador

Autor:

Aracelys Bedevia

Con una boleta de trabajo en las manos entré por vez primera hace más de 20 años en el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK). Recién me había graduado de la Facultad de Periodismo, de la Universidad de La Habana, y fue en ese centro científico donde me tocó hacer el servicio social.

Del IPK tenía muy poca información. Sabía que ahí ingresan a los enfermos de Sida y a los que contraen la tuberculosis, el paludismo importado y otras enfermedades tropicales e infecto-contagiosas, pero nada más.

El silencio fantasmal que habita en sus largos pasillos, donde rara vez se ve transitar a alguien fuera de los horarios de almuerzo o de entrada y salida, me hacía sentir palpitaciones, sobre todo al principio, cada vez que una persona sin bata blanca pasaba por mi lado.

Tenía, sí, temor al contagio, aun cuando no estaba en contacto directo con los enfermos. Pero al ver la actitud de mis colegas muy pronto me solidaricé con ellos y dejé a un lado mis miedos.

El control epidemiológico que existe en el IPK, donde cada cual está en su puesto de trabajo, hay cámaras de vigilancia por doquier y se cumplen estrictamente las normas de protección, me hizo sentir la certeza de que no existe lugar más seguro que mi instituto.

En el IPK comprendí a cabalidad que «toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz», y que hay que asumir cada investigación como si de ella dependiera la vida de la humanidad. Aprendí que la disciplina es lo primero para hacer realidad un proyecto y que no debes dejar pasar un día sin hacerle el bien al prójimo.

Conocí de primera mano historias de vida de personas infectadas con el VIH-SIDA; disfruté la alegría de los primeros niños sanos nacidos de mujeres infectadas y constaté el afecto sincero entre el personal de la salud y los pacientes.

Mi pasión por el diarismo hizo que a los cuatro años presentara con dolor la renuncia. «Vamos a guardarte la oficina, por si decides regresar», me dijeron, y durante mucho tiempo lo cumplieron.

Orgullo siento de haber sido parte de esa tropa de titanes, que desafían virus y bacterias, de esos científicos, médicos y enfermeros que en estos tiempos de pandemia unen el día con la noche convencidos de la utilidad de su trabajo.

Orgullo siento de mi instituto, donde el talento y la ternura se dan la mano y cada persona cuenta. Donde no existen límites cuando de salvar vidas se trata.

Pocos años después regresé a él como paciente, por causa del dengue, y una vez más pude comprobar el amoroso trato que, sin distinción, ofrecen.

Desde la cama que por varios días ocupé en una de las salas del hospital escuchaba a ratos la voz de mi compañera de cuarto: una mujer cubana de más de 40 años, con pocos estudios, y un cuchillo en la lengua. Ella no conocía a nadie en el IPK ni tenía familias o amigos con cargos importantes. Tampoco parecía tener dinero. Había sido remitida desde su área de salud y se resistía a permanecer ingresada. Aun así elogiaba la atención recibida por médicos y enfermeras y la pulcritud con que el personal de limpieza desinfectaba cada superficie varias veces al día.

Su recuerdo y el de otros muchos cubanos que han ingresado en esa institución o recibido atención médica, por consulta externa, y a los que conocí personalmente, vuelve a mí esta mañana al escuchar la pregunta de si hay que ser extranjero o alguien importante para tener el privilegio de entrar al hospital del Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí.

En el IPK ingresan a los que lamentablemente están complicados o podrían estarlo por presentar otras patologías que agravarían su cuadro clínico. También a los que requieren estudios específicos y aquellos a los que por cercanía geográfica al centro les corresponde recibir asistencia en él. A nadie se le pregunta a qué se dedica ni se le segrega por no ser extranjero. No es este un hospital para foráneos aun cuando a ellos también se les brindan cuidados en caso de que lo soliciten.

En materia de enfermedades tropicales e infecto-contagiosas, el IPK es el mejor de las Américas y lo más grande que tenemos los cubanos. Tiene 83 años y lleva el nombre de Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (padre de la parasitología cubana) en honor a su fundador. Cuando parecía que iba a desaparecer la Revolución lo rescató en 1979 y le dio espacio en el reparto Siboney donde radicó hasta que Fidel, visionario de todos los tiempos, lo inauguró en su actual sede en el año 1993 y le dio la misión de ser una institución para la humanidad.

Desde entonces nuestro sistema de salud ha priorizado no solo la formación en él de cientos de especialistas, que hoy están dando lo mejor de sí por todo el país, sino también la creación en varias provincias cubanas de centros de diagnóstico con capacidad para procesar muestras ante cualquier epidemia.

La atención médica en Cuba es igual para todos y no hay privilegios ni diferencias entre los que ingresan por la Covid 19 en el IPK y aquellos que lo hacen en otros hospitales cubanos.

Hay que ponerle freno a los comentarios mal intencionados porque estos son tiempos de unir, de trabajar todos por el bien de todos, de protegernos contra un enemigo que sin tiros ni bombas está causando estragos en varios países del mundo.

Nuestro gobierno diariamente informa sobre el estado en que se encuentran los contagiados, la mayoría afortunadamente con una evolución favorable, y toma medidas encaminadas a proteger la salud del pueblo y garantizar sus derechos.

No moriremos como moscas, como muchos dicen, sin antes haber luchado a brazo partido por la vida. Si nos quedamos en casa, como está orientado, y se cumplen las medidas higiénicos sanitarias diseñadas para tiempos de pandemia, más temprano que tarde la Covid 19 pasará a ser un triste recuerdo del que saldremos fortalecidos. De nosotros depende poder contar la historia de una infección que entró a esta isla de gigantes y que será erradicada con el esfuerzo colectivo.

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