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Lo que nos viene «pa’arriba» (del mundo... y también de Cuba)

Resumen de análisis y datos de organismos internacionales, economistas, publicistas y periodistas sobre la recesión económica que vive el mundo. La crisis de la COVID-19 no puede ser para Cuba un problema, sino una oportunidad, pero tenemos que hacer mejor las cosas

Autor:

René Tamayo León

Una nueva crisis económica global era esperada. La pandemia SARS-CoV-2/COVID-19 la adelantó. Se augura como la recesión más difícil de las tres grandes que han afectado al mundo en lo que va de siglo. Solo se le compara con la Gran Depresión de los años 30 del pasado siglo.

Tan severa se pronostica (y ya es), que será disruptiva. Por un lado —debido a los paradigmas higiénicos y sociales que urgen cambiar—, impondrá una «nueva normalidad». Por otro, retrotraerá en décadas las condiciones de vida de las personas. De las pobres y de las de clases medias bajas, claro está. Las ricas «ricas» se han hecho más ricas todavía. Y se harán más.

Varios países han comenzado la «desescalada» de las medidas para contener la crisis sanitaria. A fin de mitigar la crisis económica, están reduciendo paulatinamente las órdenes de confinamiento y promoviendo el regreso a las actividades «del día a día». Aluden a que la calamidad se está controlando; que está cediendo; que habremos de convivir con la enfermedad como una endemia, como «normal».

La Organización Mundial de la Salud (OMS), sin embargo, señala que apenas estamos a mitad de la primera oleada de la pandemia. Y que la segunda puede ser peor. Dos preguntas se imponen entonces: ¿cuánto durará el estancamiento económico? y ¿cuándo comenzará la recuperación?

Los conceptos sobre las recesiones varían. El más aceptado refiere que una economía entra en ella cuando suma dos trimestres consecutivos de caída del Producto Interno Bruto (PIB).

Las más recientes informaciones indican que entre enero y marzo el PIB de los países miembros de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) —el club de «los países ricos»— se contrajo 1,8 por ciento.

Las medidas de paralización de actividades y confinamiento comenzaron en el mundo avanzado ese trimestre. No obstante, el desplome de ahora es el mayor de la OCDE desde la contracción de 2,3 por ciento en el primer trimestre de 2009, cuando la crisis financiera mundial de entonces estaba en su apogeo.

Para abril-junio se pronostica que la caída del PIB en este grupo de países, y en el resto de las economías, será mayor.

La «T»

Sobre el tiempo de permanencia y «la hora de salida» de la actual crisis económica, hay muchas versiones. Una que pudiera servir la encontré en un análisis de 2001 (La economía y el 11 de Septiembre) del premio nobel de Economía Gary Stanley Becker, a propósito del atentado a las Torres Gemelas.

El estadounidense citaba al economista y filósofo inglés John Stuart Mill (1806-1873) para diagnosticar que tras la crisis provocada por el atroz acto terrorista en Nueva York, EE.UU. y el resto de los países «centrales» tendrían una recuperación económica similar a las que se producen a continuación de los grandes desastres naturales: de forma rápida.

«A menudo —glosaba Becker a Mill— causa admiración la gran rapidez con que se recuperan (ciertos) países de cuadros de devastación, la pronta desaparición de los rastros del daño efectuado por terremotos, inundaciones, huracanes» y guerras.

John S. Mill, teórico liberal, fue un defensor de la «libertad individual» por encima del control estatal. Gary S. Becker (1930-2014) fue uno de los más destacados profesores de la Universidad de Chicago y siempre asumió la influencia de su colega —también Premio Nobel— Milton Friedman (1912-2006), uno de los fundadores de la Escuela de Economía de Chicago.

Hablo en los dos últimos casos de omnipotentes pensadores neoliberales. El neoliberalismo es lo que subyace en el fracaso de los sistemas sanitarios de muchos países para contener la pandemia SARS-CoV-2/COVID-19 y proteger a su gente. Y si eso es lo que ahora ha traído a la humanidad tantas muertes inesperadas, no está mal buscar en él algunas «respuestas».

Los economistas gustan describir el ritmo de recuperación de las recesiones utilizando determinadas letras que ilustran las formas que adquieren los gráficos de líneas al mostrar la caída, estancamiento y recobro del PIB durante estas. Por lo general usan la V, la U y a veces hasta la W. Llegué a S. Becker leyendo el artículo de un empresario británico del sector financiero para quien la actual crisis tendrá forma de «T».

El millonario tipifica la actual crisis como un suceso inesperado (que no dio señales, a diferencia de las que acontecen cíclicamente) que ha supuesto una caída súbita, pero que también tendrá una recuperación súbita. Y de ahí forma su «T».

«Esta recesión —explica Richard Woolnough, que así se llama— obedece a las medidas implementadas por las autoridades para combatir el brote de coronavirus», pero —agregaba más adelante—  «afortunadamente entramos en esta recesión con una postura muy acomodaticia de los bancos centrales» (de los países «centrales» —solo de esos está hablando—).

Las ideas y pronósticos de Woolnough están en sintonía milimétrica con lo que piensan o quisieran los más influyentes tomadores de decisiones de los países «centro», empezando por Donald Trump, con sus aspiraciones de un segundo mandato en la Casa Blanca, sin importarle algo las miles de muertes evitables que está dejando en su país la COVID-19.

«L» invertida (˩)

«¿Cuándo y cómo vamos a salir de “esto” y volver a la normalidad?», es la pregunta reiterada que todos nos hacemos.

La «geometría» de la recuperación de la crisis económica que hoy asola al mundo es pronosticada de forma comedida por la mayoría de los analistas, aunque no necesariamente coincidan, porque —dicen— todas las cartas deben estar sobre la mesa. Muchas «letras del alfabeto» están en juego aquí.

En un artículo de BBC Mundo fechado a finales de abril, los expertos más optimistas declaran que de darse una solución «rápida» a la pandemia, la recuperación sería en V, la cual «describe una caída del PIB precipitada, con un ápice breve y un repunte empinado». Esta es la ideal, pero muchos dudan.

Para otros especialistas, el escenario más probable será una recuperación en U —la de ahora posiblemente «larga y ancha»—, que es aquella en la que cuesta recuperarse de la crisis, pero con el tiempo se sale y se retorna al estado anterior.

Los menos optimistas han echado manos a la W ante los pronósticos de la OMS de que aún la primera oleada de la pandemia no acaba, y de que vendrá una segunda, máxime ante el relajamiento de las medidas de aislamiento social y distanciamiento físico que están aplicando muchos países de forma prematura. «La W es cuando entras y sales, pero vuelves a entrar (en recesión)», decía uno de los entrevistados por BBC Mundo.

Los más pesimistas hablan de una L si una vacuna efectiva contra el virus demora o nunca llega, o no se logre una terapia efectiva a corto plazo para curar la enfermedad.

La «L» ilustra que tras una caída, la economía se mantiene a ritmo mucho menor y sin recuperarse; pero «eso, en el fondo, más que una recesión es un cambio permanente en el nivel de crecimiento» de un país o un grupo de ellos». «La típica noción de una recesión —aclaraba BBC Mundo— es que vas a volver al nivel que tenías antes», no que sigues en el hoyo.

La actual depresión económica se caracteriza por una abrupta disminución de la demanda, el colapso de la producción y los servicios, el desempleo masivo, y una crisis financiera y posiblemente de deuda externa que traerá graves consecuencias de larga data para los países «periféricos», el Tercer Mundo.

De frenarse a tiempo la pandemia, tal vez los países pobres no pongan la mayor cifra de fallecidos —son poblaciones relativamente jóvenes debido a las bajas tasas de esperanza de vida que tienen—, pero volveremos a ser —como siempre— los grandes perdedores de la crisis económica SARS-CoV-2/COVID-19.

Para poner «letra» yo también, muchos de nuestros países, los de la «periferia», tendrán una recuperación en L invertida: «˩». Seguirán cayendo más aún en el abismo económico. E igual suerte correrán los amplios sectores pobres y de clase media baja de los países «primermundistas».

Hasta mediados de mayo los 600 multimillonarios estadounidenses incrementaron sus fortunas en 434 mil millones de dólares durante la cuarentena parcial por la Covid-19; casi 40 millones de trabajadores perdieron el empleo; y ya la cifra de muertes por la enfermedad superó los 100 000. Y ha sido solo en la primera mitad de la primera oleada de la crisis sanitaria en el país más rico del mundo y en la historia de la humanidad. Los tiempos por venir lucen peores.

La «nueva normalidad» que se avecina supondrá un encarecimiento de todo, incluidas las medidas de higiene y relacionamiento social, a nivel individual, familiar y colectivo en los ambientes laborales, públicos y hogareños.

La elevación de los costos corporativos y de los gastos públicos que supondrá la «nueva normalidad» no serán asumidos ni por las empresas ni por los Gobiernos que siguen las recetas neoliberales. Los primeros buscarán rentabilizarse mediante más automatización, y por ende, más desempleo; los segundos reducirán drásticamente sus presupuestos sociales.

«Más pobreza» es el sinónimo de la «nueva normalidad». Y no estoy hablando de poca gente. Según el Banco Mundial, ya más de 3 400 millones de personas tienen grandes dificultades para satisfacer sus necesidades básicas, y solo en 2020 entre 40 millones y 60 millones de personas se sumarán a la abultada lista de quienes «viven» en pobreza extrema en el planeta, tanto en los países de la «periferia» como en los «centrales».

De crisis en crisis

El siglo XXI parece destinado a ser una era de crisis tras crisis, a menos que declinen los esquemas neoliberales o que la humanidad se autodestruya en el camino por la vía militar o la medioambiental. Si queremos rebasar el umbral del siglo XXII, necesitamos lo contrario: una economía justa y solidaria, paz y responsabilidad medioambiental.

En sus primeros 20 años suman tres las grandes crisis económicas de alcance mundial. La primera fue la de las «puntocom», entre fines del siglo XX y el 2001, con el estallido de la «burbuja» financiera de las principales empresas que operaban en Internet en Estados Unidos y el mundo.

La segunda fue la crisis financiera de 2008-2009 tras el estallido de la burbuja inmobiliaria en EE.UU., que condujo a un derrumbe bursátil a lo largo de todo el planeta. La tercera es esta, la de la pandemia SARS-CoV-2/COVID-19.

Entre unas y otras, se cuentan varias parciales, sectoriales y hasta bilaterales (como la aún vigente guerra comercial entre EE.UU. y China), que también han tenido un alcance general, pero en la que unos países perdieron y otros ganaron.

La primera de este tipo a mencionar fue la provocada por el atentado terrorista a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001. Descontando la brusca caída de los viajes y el turismo, los efectos económicos de esa crisis fueron contradictorios, entre otras causas porque se subsumieron en la recesión «puntocom». No obstante, provocó radicales cambios de política económica y geopolítica (con la «guerra contra el terrorismo») que han marcado la vida de la humanidad en lo que va de siglo.

Otra crisis a comentar fue la caída del precio del petróleo a partir del otoño de 2014, a la que antecedió el descenso de las cotizaciones de las principales materias primas (los llamados commodities), que son el sustento de vida de la mayoría de los países del Tercer Mundo y de varios «emergentes».

Cuba con ojo aguzado

Todas las crisis mencionadas —sean de mayor o menor magnitud—, han tenido efectos directos e indirectos sobre la economía cubana. País en desarrollo, con pocos recursos naturales en variedad y cantidad, la nuestra es una economía abierta.

Está atada a las exportaciones, las importaciones y los créditos externos. Según se ha movido el mundo, así hemos ido nosotros. Y si a eso le sumamos que somos «oveja negra» para los poderes hegemónicos, en primer lugar para EE.UU…

En lo que va de siglo, la nación ha tenido que lidiar con cuatro problemas básicos. Uno, el bloqueo económico, comercial y financiero del Gobierno de EE.UU. contra el pueblo cubano; dos, los desastres naturales; tres, las recurrentes crisis económicas internacionales; y cuatro, insuficiencias propias.

De 2001 a 2020, el bloqueo ha significado, en dinero contante y sonante, pérdidas por decenas de miles de millones de dólares, sumando las cifras de los daños que cada año presenta La Habana en la Asamblea General de Naciones Unidas. Y son las pérdidas «más a la vista», los perjuicios por otras presiones a terceros y la satanización de la Isla en los medios de comunicación masiva globales y los corrillos económicos y financieros, sumarían cientos de miles de millones de dólares.

De 2001 a 2018 (cuando nos afectaron los más recientes eventos meteorológicos extremos —la tormenta subtropical Alberto y el huracán Michael—), las pérdidas por desastres naturales de este tipo llegaron a 41 773,5 millones de pesos (estas contabilizaciones son a razón de un peso es igual a un dólar).

Aunque no hay datos sobre pérdidas directas e indirectas de Cuba (las posibles a estimar) como consecuencia de las crisis económicas internacionales en lo que va de siglo —o no los encontré—, a cuenta de «buen cubero» también sumarían perjuicios por miles de millones de dólares en los últimos 20 años.

En esta ocasión, la crisis de la COVID-19, por el dinero no captado tan solo en el turismo y por la no exportación de algunos productos tradicionales debido a los cierres de frontera y el colapso del transporte naval y aéreo internacional, sumará otros miles de millones de dólares, parte de ellos irrecuperables, como los dejados de obtener por la prestación de servicios a los visitantes internacionales en estos meses.

Sumados los daños por estos tres problemas (bloqueo, desastres por eventos hidrometeorogicos y crisis económicas internacionales), en lo que va de siglo Cuba ha perdido cientos de miles de millones de dólares que hubieran impulsado notablemente en la etapa su desarrollo económico y social y el incremento del bienestar del pueblo.

El mundo puede cambiarse, pero ya se ha demostrado que requerirá de más tiempo y que surgirán nuevos y mayores obstáculos. De las cuatro variables más «dañosas» que nos han golpeado en lo que va de siglo, solo podemos cambiar de inmediato, una: nuestras insuficiencias propias. Ahora como nunca, estamos obligados a evitar errores y a trabajar más. Tenemos que hacer mejor las cosas. La crisis de la COVID-19 no puede ser un problema sino una oportunidad.

El desarrollo de Cuba en el sector de las ciencias «duras», como la biotecnología, es una fortaleza muy nuestra, muy soberana, que debe incrementar sus réditos económicos. Foto: Roberto Suárez

La soberanía alimentaria es un pendiente que debemos acabar de resolver. Todo lo que puedan dar nuestras tierras, debe salir de ellas, no venir en barco. Foto: Abel Rojas Barallobre

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