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El privilegio de Capitán

Un estudiante de la Universidad de Granma deja una asombrosa historia en Cuba porque parecía estar en varias partes al mismo tiempo. Así ganó reconocimientos cumbres y más

Autor:

Osviel Castro Medel

MANZANILLO, Granma.— Llegó con muchos temores, que no se disiparon cuando bajó del avión, procedente de Angola. Era lógico que tuviera miedos y dudas porque en Malange, la comunidad donde vive, pocos supieron darle referencias ciertas sobre Cuba. Además, dejaba atrás, con lágrimas en los ojos, a su adorada madre, Dominga, y a varios hermanos menores.

«Me asusté más cuando, sin descansar del vuelo, salimos en guagua de La Habana y nos pasamos 15 horas de viaje hasta llegar a Manzanillo, a la sede Blas Roca Calderío, y nos dijeron que era aquí donde íbamos a estudiar», cuenta ahora sonriendo Jeovane José Dala Puingui, de 27 años, que ha dejado una historia asombrosa en nuestro país.

Ni él mismo, amante de los desafíos, podía sospechar que cinco años después de aquella larguísima travesía se convertiría en el graduado más integral de su promoción (de 1 665 estudiantes) en la Universidad de Granma. Una hazaña doblemente gigantesca porque lo hizo venciendo la Licenciatura en Educación Logopedia, en la que es indispensable la correcta pronunciación.

No solo brilló académicamente, también mostró sus luces en la investigación, la cultura, el deporte, como alumno ayudante y como dirigente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU).

Cuando el periódico de la juventud cubana fue a su encuentro, Jeovane José admitió que las dos notas de cuatro puntos en Anatomía y Lenguaje de señas resultaron «dolorosas», porque «siempre quise el máximo», aunque también reconoció su felicidad por haber ganado Título de Oro y el reconocimiento cumbre por su integralidad.

—Terminaste con 4,92 de promedio académico. Tengo entendido que fue el mismo docente quien te «bajó» dos veces a cuatro.

—Sí, pero hoy comprendo mejor a ese profesor. Él es muy exigente, algo que lleva a esforzarse más a los estudiantes. Con él aprendí a superarme y a entender que hay metas muy altas, que la perfección no existe. Después me llamó para que fuera su alumno ayudante; me sorprendió y me causó risa a la vez. Luego él se convirtió en otra escuela. Yo creo que esas notas fueron lecciones y me servirán para toda la vida.

—¿Es cierto que como dirigente de la FEU tuviste algunas buenas discusiones?

—Dirigí desde el primer año hasta el último, pero yo discutía con profesores o estudiantes cuando pensaba que tenía la razón. La FEU me ayudó a desarrollarme en este país, a escuchar y a ser escuchado, a conocer el proceso que estaba viviendo en Cuba.

«Si usted supiera cuántas veces en los debates de la brigada les dije a mis compañeros cubanos que aprendan a valorar lo que tienen, porque algunos no conocen o no quieren conocer las realidades que se viven en muchas partes del mundo, aunque las vean en las noticias. Aquí no hay recursos, pero la amabilidad de la gente, el capital humano, el trato, la cultura… hacen a este país muy especial. Son tantas cosas que no te lo sé explicar con palabras».

—¿Cómo puede un estudiante conjugar la práctica deportiva, la docencia, la investigación y el arte con el aula y lograr altas calificaciones?

—Vine a Cuba a aprender, a ponerle atención a las enseñanzas de mis profesores, y eso hice. Me centré en mi objetivo fundamental, que era la docencia. Si los cubanos estudiaban dos horas, yo lo hacía cuatro; si estudiaban cinco, yo me pasaba diez.

«Necesité la ayuda de mis compañeros y la paciencia de mis profesores. Sin ellos no hubiera logrado mi objetivo. Los educadores fueron buenísimos porque me repetían una y otra vez cuando no entendía.

«Creo que el tiempo para cada cosa hay que buscarlo. Dediqué horas a las copas de fútbol (llegó a integrar el equipo principal de Manzanillo), a interpretar canciones en los festivales de la escuela, a preparar ponencias en eventos científicos, a impartir clases, a dirigir… y me alcanzó el tiempo».

—¿Por qué Logopedia? ¿Qué les dirías a los jóvenes que «huyen» de las carreras pedagógicas?

—Cuando salí de Angola ni imaginaba lo que era. Hoy estoy enamorado de ella; me doy cuenta del amplio campo que tiene y cuánta falta le hace esta carrera a la sociedad, porque ayuda a tratar los trastornos de la comunicación en los niveles de habla, voz y escritura.

«La logopedia te enseña cómo los niños pueden superar o compensar, por ejemplo, la tartamudez o la dislalia, más frecuentes de lo que las personas piensan. Te enseña a cuidar la voz, un instrumento importante para cualquier profesional, principalmente para los pedagogos. Y creo que lo fundamental es que te enseña a valorar mejor a los seres humanos, a los que necesitan orientación, atención y apoyo».

Muchos te conocen por el seudónimo de «Capitán». ¿Cómo surgió?

Me gusta eso de Capitán porque impone respeto (sonríe). Un compatriota mío me llamó así porque yo traía una chaqueta parecida a la de un militar cuando venía de Angola y con ese me quedé desde el primer día. Mis compañeros y profesores me lo dicen con cariño.

—¿Qué les contaste a tus familiares en la primera llamada a tu país, y luego cuando has ido de vacaciones?

—Llamé por primera vez a los tres meses de estar aquí y mi madre se emocionó mucho. Le conté cómo es la gente acá, que parece que te hechiza, te enamora y no quiere que te vayas nunca.

«Vengo de una familia de padres separados y de ocho hermanos, dos de ellos están desaparecidos; entonces soy como un pilar fundamental para todos ellos. He ido una sola vez, en 2018, porque mi padre había fallecido y tuve que hacerme cargo de muchos trámites legales».

—¿Te has imaginado el vuelo de regreso a tu país? ¿Qué harás?

—No me imagino el viaje todavía porque quiero quedarme a hacer el doctorado. Esa es mi meta. Va a ser difícil el regreso, pues aquí me siento como en casa. Cuando retorne quisiera que se me cumpliera un sueño: llevar a la práctica un proyecto para crear centros comunitarios para la atención logopédica desde un enfoque pedagógico.

—¿Cuántas veces has pasado por cubano?

—Muchas (sonríe). Me he quedado en varias de las casas de mis compañeros y cuando he ido a cualquier municipio de Granma o de otra provincia me han confundido con un cubano. Y eso me gusta; quisiera quedarme aquí (vuelve a sonreír), pero tengo una obligación con mi país.

—Tenías reservas cuando venías para Cuba. Después de un lustro, ¿te arrepientes?

—Cuando venía tenía mucha incertidumbre. Algunas personas me desalentaban, pero uno de mis tíos, Xavier Gonga Dala, que había conocido a muchos cubanos allá, me dijo: «Verás que nunca te arrepentirás». Tenía toda la razón. Haber estudiado en Cuba y conocido a su gente, con todo su amor y solidaridad, es uno de los mayores privilegios del mundo.

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