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Dos facetas desconocidas de Leal

Testimonio sobre un ejemplo, entre muchos, de que el Historiador de La Habana no olvidaba ni la más mínima promesa y acerca de los pininos que hizo en dos actividades intelectuales poco conocidas

 

Autor:

Luis Hernández Serrano

Cuando mi hermano mayor estaba en la recta final irreversible de su vida, me pidió que si coincidía como periodista con Eusebio Leal Spengler le llevara tres tarjetas de presentación que el mismo Historiador le había entregado personalmente en diferentes ocasiones, en gestos de cortesía característicos de su proverbial decencia.

Me explicó que dos de tales tarjetas se las dio en momentos distintos de la década de los 80, cuando —casualmente— lo atendió en su turno de trabajo del Departamento de Tráfico del Aeropuerto Internacional José Martí de Rancho Boyeros minutos antes de partir hacia el extranjero. Y me aclaró que la tercera tarjeta era la más antigua y desigual de todas, tal vez no conservada por él, pues mi hermano la guardaba desde 1960.

Con las tarjetas en mi portafolio, fui a cubrir como reportero de este diario un encuentro de historiadores que se realizó en el teatro de la Escuela Provincial del Partido Olo Pantoja, de La Habana, en el que Leal haría la clausura.

Tuve la suerte de verlo en el instante en que se disponía a entrar en dicho teatro y lo abordé enseguida, aunque pensando que posiblemente no podría atenderme, pero me atendió. Le dije que mi hermano estaba aquejado de cáncer de próstata y que le enviaba un recuerdo suyo.

Le di las tres tarjetas de presentación. Deliberadamente coloqué en el último lugar la más vieja y valiosa de todas, en colores, que decía: «Eusebio Leal Spengler, adoctrinador revolucionario del Movimiento 26 de Julio». Incluía la imagen rojinegra de la histórica bandera de la organización fidelista.

Leal las miró una a una y cuando vio la tercera me dijo, sorprendido: «Oh, qué bien. De este tipo ya no tenía ninguna… las he buscado, pero entre tantos materiales y papeles con que trabajo a diario, no he hallado ni una sola. Recientemente hablé con un compañero de una faceta mía desconocida que este documento muestra y demuestra. Se los agradezco muchísimo a usted y a su hermano enfermo».

Realmente era temprano en la mañana del 14 de abril de 2013. Leal me extendió su diestra y cuando iba a incorporarse al teatro, se detuvo de pronto, se viró hacia mí y me pidió que le escribiera en un papel el nombre, los apellidos y la dirección de mi hermano. Lo hice rápidamente, para no robarle ni un minuto más, y Eusebio me aseguró: «Es que voy a mandarle algo que él se ha ganado y que debe serle útil y de su agrado, luego de tantos años sin vernos. Ah, y útil también para usted como periodista».

No era la primera vez que hablaba con Leal. Sin embargo, pensé que en medio de tantas importantes ocupaciones suyas, iba a olvidarse de lo que me había prometido… y me equivoqué. Pasaron solo dos días, cuando más tres, y un enviado de su Oficina llegó a la casa de mi hermano en un auto, con un sobre amarillo en el que Leal le mandaba uno de sus más importantes libros: Memoria y Legado, de Ediciones Boloña, Colección Opus Habana, La Habana, 2009.

El libro venía con la siguiente dedicatoria en tinta azul, en palabras cursivas de su puño y letra: «Para mi Amigo Ismael, este pequeño recuerdo de gratitud, de Eusebio Leal, La Habana, abril 16, año XIII».

No había puesto su nombre. Estampó su firma. Mi hermano estaba muy enfermo ya, pero aún lúcido. Mostró su alegría por el delicado detalle del gran historiador y orador irrepetible que le enviaba y le dedicaba una obra suya. Me pidió que le leyera algunas cosas. Nos llamó la atención en la dedicatoria que pusiera la palabra Amigo con letra inicial mayúscula y también que en el libro nos enterábamos de otra faceta suya desconocida: que en cierto momento de su trayectoria personal fue actor de teatro.

En unos párrafos de la página 50, en la entrevista introductoria del libro y en respuesta a una pregunta de Argel Calcines, responde: «No tuve la oportunidad de construir una amistad con Lezama Lima, como la que tuve hasta su muerte con el padre Gaztelu, o con Eliseo y Bella, o he tenido hasta ahora con Cintio y Fina.

«De alguna manera me introduje en esa familia, que era muy afín porque sus grandes preocupaciones eran las mías. Junto a ellos hice mis intentos de actor teatral, cuando me seleccionaron para un papel protagónico de Canción de Navidad, de Charles Dickens, cuya puesta en escena se realizó en la casa parroquial de San Antonio de Padua, en Calabazar (…) en el seno de aquella improvisada comunidad de actores».

Y en otra parte del texto (también en la amplia entrevista de Calcines) Leal dice algo que, aunque no lo vincula a mi hermano Ismael, podría servirle ahora. Afirma Eusebio que uno nunca debe olvidar determinados gestos bien intencionados, «porque hay que tener siempre prenda de gratitud por aquellas personas que reparan en tu quehacer, cuando a muchos les parece irrisorio».

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