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En nosotros habitan las respuestas

Aquel 17 de noviembre de 2005, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, Fidel lanzó una reflexión que aún desafía a todos los cubanos de bien

Autor:

Alina Perera Robbio

Trancurridos 15 años, volviendo a las versiones taquigráficas de aquel discurso del Comandante en Jefe Fidel, me pregunto cómo pude salir airosa, en mi función reporteril, de aquellas horas en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, con un periódico esperando por la información contra cierre y ante el hecho de una intervención extraordinaria no solo por su extensión, sino también por los temas diversos y complejos que entonces abordó el líder de la Revolución Cubana.

 Estuve allí aquel 17 de noviembre de 2005, atareada en recoger con precisión lo que entonces dijo el estadista en el aniversario 60 de su ingreso a la universidad. Fue una intervención sin cansancios —como resultaba habitual—, en cuyos instantes finales Fidel dijo que en el mundo debían acabarse «la zoquetería, los abusos, el imperio de la fuerza y del terror». Y con esa impronta del domador que siempre iba látigo en mano y de frente hacia la fiera, nos recordó que esa dictadura del pánico solo desaparece ante la ausencia total de miedo.

 En el cierre, estremecedor, habló de la justeza que hay en el esfuerzo de quienes luchan por la supervivencia de la especie, y habló del valor que hay en emplear «todas nuestras energías, todos nuestros esfuerzos, todo nuestro tiempo para poder decir en la voz de millones o de cientos o de miles de millones: ¡Vale la pena haber nacido!  ¡Vale la pena haber vivido!».

 Las reacciones ante aquel discurso, en Cuba y en el mundo, no se hicieron esperar; porque ese día fue cuando el Comandante en Jefe lanzó una reflexión que desafió a todos los cubanos de bien: «Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos (los imperiales y sus mercenarios); nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra». Y ese día también fue el momento para compartir una «conclusión» que había sacado «al cabo de muchos años: entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo. Parecía ciencia sabida».

 Fueron palabras cristalinas, autocríticas hasta el último trazo, con varios temas dentro de sí mismas: el ingreso del excepcional luchador a las aulas universitarias, en una época que en nada se parecía a la de 2005; la certeza de que la especie humana estaba en grave peligro de extinción; preguntas que se hacen científicos, filósofos y seres humanos cuando alguna vez han mirado al cielo (¿qué tiempo podremos durar en el universo mientras el sol alumbre?; en fin, la vida misma porque, en opinión de Fidel y así lo dijo a los presentes, cuando «hablamos de universidades hablamos de la vida». 

 Aquel día, el Comandante describió al mundo, donde el descaro y la hipocresía iban de un lado al otro; donde los medios —y todavía no andábamos en el frenesí de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación— tenían anestesiadas a las personas; donde estaban de moda los ataques preventivos, el uso del fósforo blanco como arma de guerra, las torturas en la Base Naval de Guantánamo; el bloqueo pretendiendo nuestra asfixia.

 País adentro, Fidel habló de la ética como premisa primera de un revolucionario; de la Batalla de Ideas que buscaba ordenar la sociedad; de esas ideas como fuerza de millones; y de asuntos tan terrenales y nocivos como el robo, el despilfarro y la indisciplina, vicios que se habían convertido en grandes enemigos del proceso revolucionario.

 «Pienso que la experiencia del primer Estado socialista, Estado que debió arreglarse y nunca destruirse, ha sido muy amarga —dijo Fidel entonces—. No crean que no hemos pensado muchas veces en ese fenómeno increíble mediante el cual una de las más poderosas potencias del mundo, que había logrado equiparar su fuerza con la otra superpotencia, un país que pagó con la vida de más de 20 millones de ciudadanos la lucha contra el fascismo, un país que aplastó al fascismo, se derrumbara como se derrumbó». 

 «¿Es que las revoluciones —se preguntó— están llamadas a derrumbarse, o es que los hombres pueden hacer que las revoluciones se derrumben?  ¿Pueden o no impedir los hombres, puede o no impedir la sociedad que las revoluciones se derrumben? Podía añadirles (se dirigió especialmente a los estudiantes) una pregunta de inmediato. ¿Creen ustedes que este proceso revolucionario, socialista, puede o no derrumbarse?  (Exclamaciones de: “¡No!”) ¿Lo han pensado alguna vez? ¿Lo pensaron en profundidad?».

 El Comandante en Jefe preguntó con énfasis y más de una vez durante su discurso. No por gusto desarrolló en esa ocasión temas como el de las
desigualdades sociales, como el de la pirámide invertida —que un médico ganase mucho menos que ciertos pillos—, como la falta de vergüenza de algunos que manejaban recursos o dirigían a personas. Pidió reflexionar, porque en algún momento los veteranos irían desapareciendo y… «¿qué hacer y cómo hacerlo? Si nosotros, al fin y al cabo, hemos sido testigos de muchos errores, y ni cuenta nos dimos».

Como en muchas otras ocasiones, Fidel compartió aquel día con los jóvenes. Foto: Jorge Luis González

 Hablando de vicios, de dolencias sociales que entonces golpeaban por varios flancos, Fidel pronunció una frase más que terrenal: «Pues cosas como esas han estado ocurriendo. Y, en general, lo sabemos todo, y muchos han dicho: “La Revolución no puede; no, esto es imposible; no, esto no hay quién lo arregle.” Pues sí, esto lo va a arreglar el pueblo, esto lo va a arreglar la Revolución, y de qué manera. ¿Es solo una cuestión ética? Sí, es primero que todo una cuestión ética; pero, además, es una cuestión económica vital». 

 De analizar a fondo los problemas y tomar decisiones, de eso habló también, y del dolor que da tomar decisiones transitorias pero inevitables para seguir adelante en un camino que no ha resultado fácil.

 Quince años después, enfrascada en seguir recogiendo con precisión el espíritu de una época, entiendo que las preguntas hechas por Fidel nos siguen desafiando: en circunstancias muy complejas, con una pandemia que ha reconfigurado la conducta del mundo —y que, por cierto, Cuba encara como pocos, gracias a la predicción fidelista—, la dirección del país da continuidad a un estilo de trabajo que se expresa en el nacimiento de múltiples programas (y sus respectivos chequeos); y que apuesta a las reservas más profundas de nosotros mismos —no esperamos milagros llegados desde más allá de los mares—: seguimos batallando lo mismo frente a carencias materiales, que ante golpes de la naturaleza o ante enfermedades terribles.

 Si asumo la pregunta que entonces hizo Fidel, partiendo por supuesto de que la economía es premisa vital, diría que lo que haría reversible nuestros sueños actuales serían las carencias del espíritu, la atrofia de la conciencia, no reflexionar entre todos, una y otra vez, sobre lo que más nos duele y desvela, no explicar entre todos, hasta el detalle minúsculo, una realidad que gravita sobre el destino de cada hijo de Cuba. Para mí es en ese universo «intangible» donde se decide nuestro desmantelamiento o la prolongación de una arquitectura social y moral cuyas líneas sean, obligadamente, las de poder ser más bondadosos que egoístas, más humanos que instintivos, y en consecuencia, felices.

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