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La farsa de San Isidro

No son un invento en absoluto los vínculos y sintonía del denominado Movimiento San Isidro con funcionarios del gobierno de Estados Unidos, encargados de la atención y avituallamiento de su base operacional en Cuba

Autor:

Reinier Alejandro Duardo Samper

En las últimas horas, ante los sucesos en San Isidro, hay que recurrir a las publicaciones de algunos miembros del Movimiento San Isidro en octubre del 2020, mes en el que es un deber detenerse con total intencionalidad. Transcurría la fase final de las elecciones en Estados Unidos. Los integrantes de este grupúsculo, con una audiencia sustancialmente radicada en el sur de la Florida, hacían campaña día tras día en favor de la reelección de Donald Trump. Aplaudían todo su daño a Cuba, y como si no fuera suficiente, le pedían que apretara más. 

Trump, el ídolo que abrazan, representaba la permanencia y arreciamiento de una política de asfixia económica concebida desde inicios de la década del sesenta para afectar la vida del pueblo cubano. En pos de ello, sus miembros pedían a sus acólitos de Miami que votaran por Trump. 

A esa dura militancia trumpista, pertenece Denis Solís, el hombre por cuya libertad clama el Movimiento San Isidro y a quien se puede ver gritar enardecido “Trump 2020, es mi Presidente”, al mismo tiempo que ofende y desafía a las autoridades cubanas. 

La derrota de Trump en las elecciones, que abre el camino de la presidencia a Joe Biden, y con éste la posibilidad de retomar la senda del proceso hacia la normalización de las relaciones, iniciado con Obama –al margen de la convergencia de intenciones en cuanto a injerencia y agresividad contra Cuba, pero con métodos diferentes-, contravenía los deseos de este reducido grupo de personas de mantener esa política de asfixia total para inducir al malestar, la irritación y, en algún momento, el tan pretendido “estallido social” para nuestro país. 

No son un invento en absoluto los vínculos y sintonía del denominado Movimiento San Isidro con funcionarios del gobierno de Estados Unidos, encargados de la atención y avituallamiento de su base operacional en Cuba. 

Circularon con claridad, hace unos meses, las imágenes que dan fe de las relaciones de Luis Manuel Otero Alcántara, cabecilla principal, con la encargada de negocios de la Embajada de EE. UU, en La Habana. O de otra de sus integrantes, Omara Ruiz Urquiola, visitada por la propia diplomática. O de las decenas de mensajes que en los últimos días salieron de las cuentas oficiales en Twitter de funcionarios del Departamento de Estado y de la Embajada de EEUU en la capital cubana, haciendo coro a la más reciente provocación montada por este grupo, con el mismo cinismo con que abogan por arreciar el bloqueo y cortar las remesas. 

El pretexto utilizado como detonante de la provocación actual fue la detención, procesamiento judicial y sentencia del ciudadano Denis Solís, miembro del Movimiento San Isidro, sancionado a 8 meses de privación de libertad por el delito de desacato a un oficial de la Policía Nacional Revolucionaria. 

Según informaciones que han trascendido en los medios oficiales, el desacato de Solís hace suponer que también fue una fabricación intencionada. Este había sido citado oficialmente en una ocasión anterior para presentarse en la unidad de la PNR con el fin de esclarecer sus vínculos con un elemento terrorista radicado en Miami, los cuales reconoció tras su detención, aunque no resultó procesado por ello. 

Solís decidió no asistir a ese primer citatorio ante las autoridades policiales. Cuando esto ocurre siempre se produce una segunda citación y advertencia. Esto fue lo que motivó la presencia del oficial en casa de Solís, quien por libre voluntad decidió dejar documentado la manera en que desacató su autoridad. 

Aquí es importante volver a detenerse en el elemento legal de este caso. El artículo 144.1 de la Ley 62, Código Penal, señala, en esencia, en un extenso párrafo, dos dimensiones del delito de Desacato: la ofensa y la amenaza a una autoridad en el ejercicio de sus funciones. 

Denis Solís con total agresividad, consciente de su acto, en plena transmisión en directo por las redes sociales, le dice a toda voz a este policía:“esbirro”, “sicario”, “penco envuelto en uniforme”, “rata”, “mariconsón” y “capitana”. Estas fueron las ofensas, pero también hubo amenazas. Solís le espetó al policía que si regresaba por su casa iba a escupirlo y reventarlo. 

El video es más que suficiente para probar la existencia de este delito y desmontar la mentira goebbeliana de que se trata de un preso de conciencia. 

¿Cuál habría sido en los Estados Unidos, por ejemplo, la actitud de un policía ante un hombre joven negro que lo increpa, lo ofende y lo desafía? Sabemos de sobra la respuesta. ¿Llegaría siquiera ante un tribunal? ¿Quedaría paralizado de por vida tras recibir más de 7 disparos a quemarropa o moriría ahogado con una rodilla sobre su cuello? 

Ceder y liberar a Solís es sentar un precedente para el caos y la anarquía en nuestro país, donde cualquier delincuente sentirá que arropándose en el papel de “opositor” tiene una patente de corso para irrespetar o atentar contra la autoridad. 

La aplicación de la justicia a Denis Solís sirvió como pretexto al Movimiento San Isidro. Buscaban tener a alguien detenido para sustentar su escándalo. Declaran entonces pasar a una supuesta huelga de hambre y sed, a sabiendas de que es un recurso que por lo general tiende a no pasar desapercibido y a despertar simpatías en no pocas personas. 

Para ello se acantonaron durante poco más de siete días en un local de la Habana Vieja, ubicado en Damas 955, entre San Isidro y Avenida del Puerto. 

El devenir de la semana en la que se desarrolló esta puesta en escena demostró de qué se trataba el performance. Además de las imágenes de comida, agua y toda clase de suministros que existieron en este lugar, hay dos hechos marcados por el tiempo que desafían la lógica y la ciencia médica. 

El primero lo tenemos el pasado sábado 21 de noviembre. Habían transcurrido más de 72 horas de iniciada la supuesta acción. Algunos medios digitales afines y amigos de los supuestos “plantados”, publican que se encontraban en las últimas y al borde de morir. El panorama pintaba caótico. 

Sin embargo, pocas horas después, en la madrugada, a punto de cumplirse los cuatro días en que supuestamente no habían tomado agua, ni ingerido alimento alguno, se les ve desafiantes y violentos, enérgicos, corriendo de un lado a otro dentro de la casa, manoteando, fumando y haciendo transmisiones de video en directo para Facebook. ¿Se recuperaron tan rápido o es que nunca estuvieron al borde de tal gravedad? 

El segundo momento significativo lo tenemos al sexto y séptimo días de supuestamente no consumir agua, ni comida. Según datos publicados por ellos mismos en sus redes sociales, en ese momento tenían parámetros médicos imposibles para quienes asumieron una huelga extrema. La presión de los dos principales cabecillas rondaba los 120 y 80, las frecuencias cardiacas entre 70 y 80, y los niveles glicémicos ajustados a los estándares normales. 

Pero no queda ahí. En estos dos días, que sobrepasan las 150 horas en que supuestamente no habían bebido una molécula de agua, ni ingerido un grano de arroz, realizaron otras transmisiones en directo, escribieron largos y coherentes textos en sus páginas en Facebook y finalmente se enfrentaron con determinación, plenitud de facultades mentales y físicas a tres médicos que visitaron el lugar de la presunta huelga, ante una seria violación de las normas sanitarias establecidas en el país para el enfrentamiento a la COVID-19. 

Médicos a los que se ha consultado, así como publicaciones especializadas en internet, coinciden en la imposibilidad de que un ser humano muestre tanta vitalidad en condiciones extremas como a las que afirman haberse sometido. 

En el séptimo día los cabecillas principales anunciaron que abandonaban la huelga de sed. Eso era inevitable: pasaban los días y ni su salud, ni su condición física se deterioraban. Ya resultaba insostenible la mentira para quienes decían no estar bebiendo ni una gota de agua. 

El performance de San Isidro no duró todo lo que sus ejecutores hubieran querido. Carlos Manuel Álvarez, de quien se observan dudosos vínculos con los servicios especiales norteamericanos, mediante la NED, ONG fachada de la CIA con la cual ha reconocido mantener relaciones, arribó sorpresivamente a la sede del Movimiento San Isidro el pasado martes 24 de noviembre. 

Residente en México, antes de viajar a la Habana, pasó por los EE. UU, y desde ahí viajó a Cuba, donde incumpliendo los protocolos médicos no se hospedó en el inmueble que había declarado en el aeropuerto, trasladándose directamente a San Isidro. 

Ante el resultado alterado de su prueba de PCR se procedió con lo establecido en el protocolo cubano: localizar a la persona y conminarlo a una nueva prueba y a su aislamiento. La actitud ante la visita de las autoridades médicas fue desafiante y violatoria, lo que obligó a la evacuación forzada y aislamiento de todos los presentes en Damas 955. 

Ambulancias y patrulleros eran visibles en aquel lugar en la noche del 26 de noviembre. Había un pueblo expectante, pero para nada solidario con los falsos huelguistas. 

Videos grabados para las redes sociales evidencian que no existieron atropellos, ni la violencia a la que algunos aluden. No hubo, a pesar de sus provocaciones y ofensas reiteradas al Estado durante los últimos días, detenciones arbitrarias, interrogatorios en cuartos fríos, torturas o desapariciones. 

Todos los provocadores de San Isidro, después de los requeridos exámenes médicos, fueron restituidos a sus hogares, donde se les conminó a mantenerse aislados ante el riesgo epidemiológico. 

Mientras eran retirados del lugar se escuchó a los vecinos abuchearlos y lanzar consignas de respaldo a la Revolución. Y es que los atrincherados en San Isidro, llegaron allí para empañar la tranquilidad de la zona con sus reiteradas provocaciones, con las indecencias que pretenden llamar arte y con sus profanaciones a uno de los símbolos más sagrados de este país: la bandera de la estrella solitaria.

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