Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Por la serena convivencia

De no haber ocurrido los graves sucesos del 11 de julio en Cuba, este Día de los Niños podríamos haber hablado de otros temas, pero urge reflexionar sobre el cuidado de la inocencia y la integridad física y mental de los infantes, porque ellos son el futuro más limpio y promisorio de esta nación

Autor:

Liudmila Peña Herrera

Parecía un fotograma extraído de una película de guerra. Vidrieras rotas, saqueo, confusión… y una niña descalza penetrando en un comercio vandalizado, caminando sobre los cristales y perdiéndose al interior de la debacle…

Ese instante, captado por una cámara desconocida el 11 de julio, en Cárdenas, nos dejó la prueba documental de lo que está en juego para Cuba y para quienes la habitamos: la inocencia y la seguridad de nuestros infantes, que son, en definitiva, el futuro más limpio y promisorio de la Patria.

Me pregunto qué hacía allí aquella pequeña, si estuvo en el lugar de los hechos fortuitamente, como quien pasa por una avenida y se encuentra por casualidad con una flor, la arranca y sigue, sin mayores consecuencias; o si estuvo al tanto de lo que planeaban los mayores, si vivió el sobresalto en medio de los gritos, de las piedras, del desatino… y también del miedo. Me pregunto si ese hecho marcará para siempre su destino. No lo sabré y prefiero que así sea, porque saber, a veces, duele.

Pero el horror no acababa. Parecía poco y se armó de pedruscos lanzados con total alevosía hacia el área del hospital cardenense que acogía a los pacientes pediátricos. Sobresalto, ansiedad, desconcierto… y otra vez el miedo. Dicen muchos que aquello no fue un simple acto vandálico, sino terrorismo. Yo no estuve allí, y es posible que algunos me acusen de alarmista. Les sugiero creerles a las familias de los infantes que sí lo vivieron, que temieron por la vida de sus hijos enfermos y corrieron con ellos en brazos, para protegerlos.

Narrar el odio, resumirlo con palabras, es difícil en estas horas cuando, en vez de lograr detenerlo, se multiplica, sobre todo en redes sociales. Que ese rencor tome como blanco a un niño ya es, solo por el amago, un crimen. Lo acaba de vivir una colega nuestra, a la que le enviaron el fotomontaje de su sobrino con el cuello ensangrentado, como amenaza de lo que le podrían hacer por lo que escribe.

Los niños cubanos, con el apoyo de su familia, son los nuevos héroes de nuestras vacunas. Foto: Rodolfo Blanco/ACN.

Mucho de lo que no imaginamos que sucedería alguna vez en este país de gente noble, salió a la luz el día en que ese alguien que aún desconocemos tiró la primera piedra y quebró —junto a quienes le siguieron— la serena convivencia que habíamos logrado los cubanos durante más de seis décadas.

Lo peor es que los efectos de ese enfrentamiento que hoy confunde, en una masa casi homogénea, a los manifestantes pacíficos, a los vándalos, a los curiosos, a los asalariados de la anexión, puede afectar directa e indirectamente a quienes más nos necesitan en calma: a nuestros niños, los verdaderos inocentes.

He leído, entre las razones expuestas en internet por algunos detractores del Gobierno, que una gran motivación es cambiar el futuro de sus hijos y vivir en un país donde los muchachos no crezcan soñando con juguetes que jamás tendrán y donde no les falte todo lo que se vendía en las tiendas en MLC que resultaron saqueadas.

Dicho así parece la prosperidad misma y el sueño más legítimo de desarrollo. Yo también —que no tengo moneda extranjera— apostaría por ello. ¿Quién no quiere lo mejor para sus hijos? ¿Pero será eso lo más valioso que podemos legarle?

Hasta ahora, lo que va quedando de todo ese novísimo guion es vandalismo, robo, inseguridad, violencia… No nos dejan claro en sus manifiestos radicales si, en ese país «refundado», permanecerían intactas las garantías conquistadas que, quizá por cotidianas, a muchos les parecen irrelevantes. Tampoco es seguro que nuestros infantes estarán a salvo del temor, de la angustia de estos días, de ese miedo que le descubrí a aquel niño sentado frente a la pantalla de su televisor, mirando con ojos azorados cómo la gente vociferaba y destruía los autos en las calles de La Habana. 

Entre la fuerza de un grupo para empujar y remover los cimientos de la nación, con tal de arrancarle de raíz el socialismo, y la pujanza de otra porción de país para defender lo logrado y sostener una soberanía que costó sangre y lágrimas, hay un grupo etario que nos mira con la angustia reflejada en la mirada.

No exagero. Ha habido llanto infantil por el padre movilizado que demora en regresar a casa, sobresalto por el peligro ruidoso de las calles, ansiedad por la tensión familiar de los últimos días…

De uno y otro lado están los niños, siendo testigos de los actos de sus mayores, mirando un país con ojos azorados. Si no encontramos un motivo superior, en cualquiera de los bandos donde militemos, al menos por ellos, deberíamos apelar a la razón y salvar la concordia en esta nación cuyo mayor tesoro siempre ha sido la paz.

Lo sabe —y lo dice mejor— la Doctora en Ciencias Psicológicas Roxanne Castellanos Cabrera, quien se muestra muy preocupada por la repercusión que puedan tener estos hechos en nuestros infantes:

«Los niños dependen de sus adultos y hay situaciones que pueden ser muy desgarradoras para ellos, sobre todo si se ven solos, si ven a quienes quieren en peligro, o si ellos mismos se encuentran en una situación de riesgo y esas personas no los pueden asistir. Todo eso tiene una fuerte tendencia a afectarlos de manera importante».

Precisa la doctora que demasiado han tenido ya nuestros niños con el confinamiento y el estrés causado por el coronavirus. Hay que cuidarles la tranquilidad y, sobre todo, la inocencia.

Este tercer domingo de julio podría haber escrito sobre otros temas: del sueño de volver a los parques repletos de traviesos, de las aventuras que inventamos en casa para burlar el encierro, de la esperanza… Pero hay algo mucho más perentorio: hay que hablar de integridad física y mental, de pensamiento y de futuro.

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