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El cansancio es temporal y la satisfacción es eterna

Entre las historias de profesionalidad y humanismo que acumula la medicina cubana,destaca la del joven pediatra Rafael Álvarez Lambert, el primero en atender a un niño con COVID-19 en Cuba y quien hoy devuelve salud a la población infantil haitiana

Autor:

Liudmila Peña Herrera

Recién había despertado cuando el súbito movimiento de los objetos le activó las alertas, aprendidas en su natal Santiago de Cuba. Su primera reacción fue protegerse en el espacio más seguro de la habitación. Pasados aquellos instantes de susto, y aún sin conocer detalles sobre el sismo de 7,2 grados en la escala de Richter, Rafael Álvarez Lambert, especialista de 1er. grado en Pediatría, se equipó con los medios de protección y salió al encuentro de sus colegas cubanos más cercanos para ayudar a la población haitiana que se acumulaba a las afueras del cuerpo de guardia del hospital de Saint Antoine, en el distrito de Jeremie.

«Eran muchísimos heridos. La cantidad de fallecidos también fue difícil de asimilar —rememora el joven galeno—. Entre todos los afectados hubo un paciente que casi pierde la vida. Se llama Jean y apenas tiene tres años. Llegó hasta el servicio de ortopedia con peligro de perder su brazo.

«En el hospital había poco personal y tuve que entrar al salón para apoyar al ortopédico Osvaldo Valdés, a servirle el instrumental y ayudarle en todo lo que hiciera falta, como limpiar parte de la herida. La satisfacción fue ver a ese niño sonreír y tomar alimento unas horas después. Aunque no nos pudiéramos comunicar bien a causa del idioma, se le notaba en el rostro el agradecimiento».

El doctor Rafael, de 33 años, llegó a Haití en octubre de 2020 para cumplir su primera misión internacionalista. Sus días en la tierra de Louverture, desde hace casi un año, son intensos. Cuenta que trabaja en un hospital semiprivado, pues la institución pertenece al Estado haitiano, pero está afiliado con personal que lo representa por la parte privada. Allí atiende una sala de pediatría.

El doctor Álvarez Lambert asegura que no siente miedo, sino responsabilidad frente a la COVID-19.Foto:Cortesía del entrevistado.

«En la mañana paso visita junto a médicos haitianos. Algunos hablan español y otros no. Sobre las diez de la mañana me incorporo a la consulta, y en la noche estoy de guardia localizable, por si hay cualquier emergencia: un parto, una urgencia pediátrica, un niño politraumatizado por un accidente…», asegura.

El creole le «chocó» al principio, pero lo que más le impactó fue la pobreza y la desigualdad en la población.

«Aquí todo se paga, desde el dossier, que viene siendo la historia clínica, hasta los medicamentos. Hay algunos programas, como el proyecto de atención al niño desnutrido, el de tuberculosis, el de VIH… que son gratuitos, gracias a organizaciones benéficas.

«Eso cubre los análisis que, en algunas zonas, son gratis; pero es algo que nos cuesta asimilar porque en este hospital he atendido a pacientes con neumonía, que no tenían el dinero completo para los estudios y el tratamiento; entonces, para ayudarlos, me he limitado a tratarlos clínicamente y a mandarles menos exámenes, para que puedan comprar sus medicamentos».

Casi un año alejado de la familia, no es motivo de queja para Álvarez Lambert; por el contrario, él asegura que ha crecido no solo como médico sino también como hombre, aun cuando —afirma— sabe de «chapistería, albañilería, electricidad e informática».

Parece que la experiencia en Haití le ha subido la varilla a la superación: «Acá aprendí a cocinar, y no soy un chef, pero se me da bien. Aunque sabía lavar, nunca me había tocado cuidar tanto de mi ropa, ni de la limpieza.

«En cuanto a la profesión, me he relacionado con algunas enfermedades que prevalecen aquí, como la malaria y la fiebre tifoidea; los casos de malnutrición que se ven escasamente en Cuba y aquí los encontramos con su máxima sintomatología; los pacientes con VIH… Estremecen, sobre todo, los niños huérfanos, que son mayoría entre los que he atendido».

Rafael también se dedica a estudiar los casos positivos de COVID-19 que se detectan mediante pesquisa en el hospital donde labora. Asegura que la enfermedad allí se torna complicada porque «la mayoría de los haitianos piensa que no les va a dar por múltiples razones, entre las que se encuentran las creencias religiosas y, además, la ignorancia: ellos dicen que son muy fuertes y han sobrevivido a muchas epidemias».

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Las preguntas y las respuestas viajan casi instantáneamente a través de los mensajes de voz de WhatsApp, desde Haití hasta La Habana, y viceversa: «En este trabajo el cansancio es temporal y la satisfacción es eterna». Lo dice diáfano, con soltura, este esposo y padre amantísimo de una niña de cuatro años y un niño de nueve, y a quien la pasión por la medicina le viene de cuna, inspirado en el ejemplo de su madre, la doctora Osmanda Lambert Fernández, también pediatra; mientras su vocación de servir, y de ver el resultado de su trabajo en el rostro de la población, le fue inculcada por su padre, que no era doctor, pero sí un hombre visionario.

Fiel a sus enseñanzas, Rafael nunca ha sido de negativas cuando de salvar vidas se trata. Y no lo buscó, como él dice, pero el destino lo situó en el lugar correcto unos meses atrás, cuando la Covid-19 comenzaba a ensañarse con Cuba.

Los primeros casos sospechosos fueron ingresados en el hospital clínico quirúrgico Ambrosio Grillo, de la comunidad de El Cobre. Y tal como había sucedido otras veces ante el cólera, el dengue o la gripe A H1N1, el doctor Álvarez Lambert dijo que sí cuando le solicitaron apoyo.

Unos días después le pidieron que se trasladase hacia el hospital militar Joaquín Castillo Duany, donde se convirtió en el primer pediatra en atender a un niño positivo al SARS-CoV-2 en el país. Era el paciente Dylan, de 18 meses de edad, de la provincia de Granma, que toda Cuba conoció a través de la televisión.

«Estuvo hospitalizado más de 14 días, con una evolución favorable. Fue una experiencia muy compleja porque todo era nuevo para nosotros. Estaba directamente vinculado con la doctora Lissete López, jefa del Grupo Nacional de Pediatría, a quien diariamente tenía que hacerle un reporte del caso.

«Soy partidario de que al paciente hay que examinarlo correctamente, tenga COVID-19 o no; y claro, siempre teniendo cuidado extremo», asegura el doctor, quien laboró junto a cuatro MGI durante aquella rotación.

Ese mismo cuidado se lo recuerda y exige a diario su familia, aunque Rafael hace suyos los pasos aprendidos de memoria mientras laboraba en el hospital militar de Santiago de Cuba.

«Había que garantizar la protección a toda costa y debía cambiarme de ropa constantemente porque, ante cualquier cambio en los análisis, tenía que subir otra vez a la sala. Eran 14 días trabajando con los casos positivos, 14 días en cuarentena y luego otros 14 días más en la casa, para entonces incorporarme al mismo ciclo nuevamente. Y claro que mi familia estuvo preocupada, pero siempre recibí todo el apoyo de mi esposa y de mi madre».

Dice que le gusta bromear, bailar, reír, pero se torna serio cuando, ante su aseveración de que nunca ha sentido miedo, le pregunto cómo es posible no sentirlo ante la COVID-19: «Me refiero a que garantizar la buena atención ante una enfermedad tan nueva y contagiosa, es más reto que miedo. En todo caso, el temor me ayuda a cuidarme más, a cumplir con todas las medidas; no como un impedimento para no realizar mi labor, ni como algo que me frene y me lleve a no tocar al paciente y solamente interrogarlo. Miedo no. Lo que sí he sentido es mucha responsabilidad frente a la COVID-19».

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