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¡Gracias, Omara!

Rodeada de colaboradores excepcionales, la cantante cubana Omara Portuondo grabó el disco Gracias en el que, mientras celebra sus fructíferas e indetenibles seis décadas en la música, nos deleita con un trabajo equilibrado y diverso

Autor:

Frank Padrón

Pasada la justa euforia por la inusual noticia (el Grammy a una artista cubana que, además, pudo recibirlo in situ por manos propias) se impone el reposo del análisis, la pormenorización del despiece. ¿Qué significa Gracias, de Omara Portuondo, en el contexto de la música cubana y de la propia trayectoria de la artista?

De entrada, si más de un disco de la gran cantante pudo legítimamente recibir el codiciado galardón, este se inserta en circunstancias muy específicas: precisamente con él, la ex Aida celebra sus 60 años de vida artística, mientras el repertorio lo conformó una premisa especial a la cual la propia intérprete responde cuando le preguntan sus motivaciones para hacerlo: además de un grupo de piezas que la acompañan de siempre, Portuondo quiso incorporar «canciones que constantemente he querido cantar»; asignaturas pendientes que sin pensarlo dos veces dieron curso a la pregunta-reto que le lanzara su productor, Ale Siqueira, respecto a lo que le gustaría incluir en el nuevo fonograma de Producciones Montuno.

Rodeada de colaboradores excepcionales (los cantautores Jorge Drexler, Pablo Milanés y Chico Buarque, los bajistas Avishai Cohen y Richard Bona, los pianistas Chucho Valdés y Roberto Fonseca o el percusionista Trilok Gurtu, entre otros muchos) Omara se lanzó a una empresa en la que, mientras celebra sus fructíferas e indetenibles seis décadas en la música, nos deleita con un trabajo equilibrado y diverso.

La Nueva Trova, a la que tan vinculada estuvo desde el surgimiento de ese torbellino musical entre nosotros, está presente en varios de sus exponentes emblemáticos. No hay que olvidar que La era, de Silvio, se convirtió en todo un himno en su voz, mas ahora asume un tema mucho más íntimo y lírico del trovador mayor (Rabo de nube), acompañada por un rasgueo típico de la guitarra trovadoresca.

También años después ella hizo suya una preciosa pieza de Amaury (Vuela pena) que ahora vuelve (y vuela) con toda la fuerza desgarrada del original, su difícil crescendo melódico y sus arriesgados intervalos que ponen a prueba cualquier vocalización.

Pero es Pablo el «novatrovista» más representado, desde que una frase de su rítmico Soy del Caribe sirve de cortina que descorre el disco todo, específicamente dando entrada a ese homenaje que rindiera el francés Henri Salvador (Yo vi, con elegante arreglo para cuerdas del director musical, Swami Jr) a esa, nuestra rica franja antillana, para que poco después la cantante rinda tributo a su compañera Elena Burke con Ámame como soy (tema que inmortalizara, recordemos, la Señora Sentimiento) al que se une el propio Milanés; y después atacar un bolero inicial, poco conocido del compositor (Tú, mi desengaño) al que ella extrae todo su filin inmanente.

Pero no podía faltar esa Omara tradicional, que emblematiza algunos de los más grandes momentos del rico patrimonio cancionístico: Drume negrita (Grenet) ahora exhibe ciertos acentos rítmicos y corales que la pasean entre el blues y su intrínseco afro; una minuta de Cachita le permite darse el lujo de cantar con su nieta Rocío, a pura clave de Andrés Coayo y Cuento para un niño (Rojas Torrente) la sitúa en una cuerda emotiva que ella, con su habitual contención, jamás desborda, sin que falte esa credencial a lo largo de tantos años (Lo que me queda por vivir, de Vera) en una perspectiva ahora medio jazzística que sin dudas la enriquece, o ese clásico de Ela O’Farrill (Adiós felicidad) que no desdeña, por parte de los arreglistas, agradecibles toques de modernidad.

Mas, hablando de ella, como este es un CD sobre todo de novedades, están representados, incluso físicamente, par de importantes cantautores foráneos.

El carioca Chico Buarque le hace dúo en su célebre O que será (en esa versión diferente al tema del filme Doña Flor y sus dos maridos): letra más abarcadora y social, que ya nuestra coterránea «ensayara» con María Bethania en sus conciertos brasileños; y el uruguayo Jorge Drexler (el mismo del Oscar a la mejor canción por Al otro lado del río, tema de otra cinta: Diarios de motocicleta) le aporta el festivo y rítmico tema del disco, con quien también comparte.

Y como si fuera poco, Ariel Jiménez (hijo de Omara) le dona el contundente Nuestro gran amor, calzado por los superteclados de Chucho y el contrabajo de Cachaíto López, simplemente, hijo de su padre.

Disco cubanísimo, el lauro de Mejor Álbum Tropical le viene como anillo al dedo, entendido el Trópico como ese aleph confluyente de sincretismos e hibridaciones,  teniendo en cuenta que la plataforma tímbrica y armónica no puede serlo menos, atendiendo a las mixturas intergenéricas de los arreglistas, que alternan e integran de modo coherente ritmos aparentemente tan diversos como el jazz y la rumba, el samba brasileño y el son cubano.

Y entre ellas, en medio de tan ricos acordes y jugosas orquestaciones, la voz límpida y poderosa de Omara, quien no se ha cansado de agradecer por todo lo que significan el CD, el premio, las coordenadas en que se inscriben, como si no fuéramos nosotros los que, encantados receptores, debiéramos repetir una y otra vez el título del disco.

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