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Vicente Hernández Hernández: Me siento en deuda con mi pueblo y mi país

Desde este viernes se exhiben en la Casa del Festival, como parte de la expo Rostros de Mella, obras emblemáticas como la firmada por Servando Cabrera Moreno en 1981, y otras realizadas especialmente para esta 32 edición del Festival Internacional de Cine

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

La figura del eterno revolucionario Julio Antonio Mella vuelve a estar presente en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Si en la pasada edición nos llegó por medio de la mirada del arte y el amor, a través del lente de Tina Modotti, este año el fundador de la FEU regresa una vez más a nosotros por medio de los lienzos de reconocidos artistas de la plástica.

Desde este viernes se exhiben en la Casa del Festival, como parte de Rostros de Mella, obras emblemáticas como la firmada por Servando Cabrera Moreno en 1981, y otras realizadas especialmente para la ocasión, entre las que destaca la creada por Vicente Hernández Hernández, quien participa en este proyecto junto a pintores como los Premios Nacionales de Artes Plásticas Adigio Benítez, Roberto Fabelo y Nelson Domínguez, y de la talla de Ernesto Rancaño, Vicente Bonachea, Ernesto García Peña, Eduardo Roca (Choco), Carlos Guzmán, Alain de la Cruz, Alexis Esquivel, Xavier Guerra y Eduardo Abela Torrás.

—Vicente, fue tuyo el cartel del 29 Festival, pero en esta edición estás con un Mella...

—Mella sí que fue un reto. Lo pinté por una solicitud de Alfredo Guevara, presidente del Festival, notable intelectual a quien admiro y considero mi amigo y mentor. Me propuse transformar la imagen hierática que acompaña a su figura y procuré humanizarla, extrayéndola de las muy conocidas fotos de Tina Modotti. En mi obra apenas aparecen los retratos, pero así y todo lo intenté y salió del modo como Vicente ve a Mella, un ejemplo para los cubanos y el mundo desde siempre. Pintarlo genera un gran compromiso para mí.

—Tus vínculos con el cine han ido más allá de los carteles. La película Lisanka, de Daniel Díaz Torres, es un ejemplo...

—En Lisanka trabajé a partir de una petición de Daniel. Y ese encuentro con el séptimo arte realizando imágenes para cine constituyó una experiencia inolvidable. Si bien antes había concebido varios carteles, nunca había participado en una película. De hecho, no solo creé imágenes sino que aporté ideas que al final se introdujeron en las mismas, lo cual me dio un placer enorme.

«Se trata una película sobre un momento crítico y específico de nuestra historia, tratado de una manera humorística, pero con mucho rigor. Lisanka me permitió conocer mejor y vivir el tiempo de la Crisis de Octubre que por razón de mi edad no me tocó. Trabajamos en mi casa durante dos jornadas, pero ni yo mismo me creía que ¡estábamos haciendo una película cubana! Trabajé duro en los fondos que me encargaron, pero valió la pena».

—Los críticos te clasifican como un pintor de lo real maravilloso. ¿Hasta qué punto tienen razón?

—Efectivamente. Ese surrealismo tropical que parece absurdo y salido del subconsciente para el visitante de otras tierras, para nosotros es cotidiano y real. Hay algo cierto y es que en los últimos tiempos me he inclinado por una propuesta más simbolista. Por ello me signan el realismo mágico y lo real maravilloso, como a tantos otros artistas.

—Insistes en pintar paisaje, pero uno atípico...

—El paisaje en mi pintura es un personaje más que discursa dentro de un contexto simbólico. Mi obra siempre se ha inspirado en mi pueblo y su gente. No me ajusto a vanguardias importadas o tendencias temporales. Por el contrario, toda la obra busca desarrollar una cualidad narrativa que sirva para cautivar al espectador convirtiéndolo en cómplice y protagonista de la misma.

«Mi obra tiene, desde luego, un compromiso social y personal. Abordo temáticas cotidianas que pasan por mi universo propio y mi vínculo con el medio. Un suceso puede convertirse en una obra inmediatamente, de hecho ocurre con frecuencia. Pasa entonces por el prisma de cómo yo veo las cosas. Así nacen mis lienzos».

—En el año 2008 participaste en el proyecto humanitario Expedición que, promovido por Silvio Rodríguez, te llevó por centros penitenciarios de la Isla. ¿Qué te aportó esa experiencia?

—Expedición fue un proyecto trascendente en lo personal por el alto sentido humanista que contenía. Era una posibilidad sin igual poder ofrecer una segunda oportunidad a personas que por los azares de la vida fueron a parar a esos lugares. Silvio es un líder que cautiva a quienes con él trabajamos. Para mí resultó un regalo que agradeceré eternamente.

—Como delegado del último Congreso de la UNEAC tuviste una oportunidad muy peculiar: obsequiar uno de tus lienzos a Raúl Castro...

—Me sentí honrado al regalarle un cuadro a Raúl en nombre de los delegados. Mi pueblo recibió a los moncadistas en 1955. Aquel barco Pinero en que viajaba representaba su libertad personal, que luego el Granma refrendaría como libertad nacional en la figura de Fidel y Raúl. El cuadro tomaba el Pinero como motivo principal.

Extraño pueblo, de 2007, ha sido tu última exposición en la capital. ¿Por qué te tomas tanto tiempo entre expo y expo?

—Muy sencillo: me gusta traer nuevas propuestas al público y para ello se necesita tiempo.

—Recientemente expusiste nuevamente en Estados Unidos. ¿Cuál fue tu propuesta esta vez?

—Así es: participé en la Feria Internacional de Arte de Chicago. Allí expuse obras de la serie Mundos, que estoy realizando por estos tiempos. La acogida de la crítica fue buena y estoy en verdad muy complacido.

—Has concebido un premio para entregar en tu Batabanó. ¿Qué persigue dicho galardón?

—En Batabanó estoy trabajando con muchachos de mucho talento, algunos egresados de las escuelas de arte e instructores de arte. Promuevo un salón de artes plásticas anual, cuya premiación  patrocino, y me asisto de las autoridades del Gobierno y Cultura para su organización. Asimismo, quiero llevar adelante un taller experimental de artes plásticas en el mismo Batabanó a principios de 2011, el cual estará abierto para niños y jóvenes. Yo soy fruto de las escuelas de arte, y me siento en deuda con mi pueblo y mi país.

—¿Hacia dónde se dirigen las próximas pinceladas de Vicente Hernández?

—Mi próximo proyecto es una exposición personal que tendrá lugar el año próximo en el museo Appleton de Opa Locka, en la Florida, y estoy partiendo para otra que inauguraré en Santo Domingo, República Dominicana.

—Pintar todos los días, ¿costumbre o necesidad?

—Solo te digo que no puedo dejar de hacerlo, es una necesidad casi fisiológica. Me motivan las exposiciones o ferias de arte en las que participo en el curso del año, pero más que todo el acto de crear.

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