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Cita shakesperiana con becados

Recientemente, nuestro diario publicó un motivador texto sobre la ausencia (o al menos la falta de sistematicidad) de un teatro específicamente para adolescentes e incluso jóvenes. Sin embargo, de vez en vez también pueden hallarse ciertas propuestas que, aunque disfrutables por todo tipo de público, tienen su diana en tales etapas de la vida

Autor:

Frank Padrón

Recientemente, nuestro diario publicó un motivador texto sobre la ausencia (o al menos la falta de sistematicidad) de un teatro específicamente para adolescentes e incluso jóvenes. Sin embargo, de vez en vez también pueden hallarse ciertas propuestas que, aunque disfrutables por todo tipo de público, tienen su diana en tales etapas de la vida.

Espacio Té-Atro, digamos, logra un considerable éxito en esa parcela de espectadores con su obra BK2, dirigida por Elio Fidel López Velaz, quien también escribió el texto y se encargó de la dramaturgia.

El mundo de las becas (desde las secundarias hasta la universidad) es hoy diferente al que le tocó a mi generación; otra realidad socioeconómica genera también respuestas diferentes tanto en los muchachos que deben asumir tal estilo de complemento docente como en sus directivas.

López Velaz presenta en BK2 uno de sus diez monólogos basados en ciertas zonas de la realidad nacional, tipos y posiciones; el que ahora se puede apreciar en la sala Llauradó trasunta fuerza y sugerencia, si bien requeriría de cierto «chapeo», en la primera parte donde un recargado anecdotismo, demasiado puntual, hace perder fuerza al discurso que, afortunadamente, se eleva a medida que avanza.

La situación del joven becado que debe abrazar un indeseado travestismo para ayudarse económicamente, con todos los problemas que ello acarrea en su contexto educacional y social, nos llega en una sólida actuación de Iván Collazo, quien mientras incorpora su atuendo femenino va despojándose ante el público de uno más esencial y desgarrador.

La puesta incluye una introducción de los trovadores Luis Franco y Jadis Camila, quienes, pese a lo aceptable de la mayoría de sus canciones, no se integran felizmente al conjunto, de modo que su participación resulta absolutamente prescindible, sobre todo cuando —al menos la noche que fui— no pudo verse el audiovisual a cargo de La guarida del León, con entrevistas a becados reales, de modo que resultó trunco el acabado total.

De cualquier manera, el monólogo per se vale la pena y permite reflexionar sobre los complejos temas dentro de los que se mueve, apoyado en una escenografía minimalista y funcional, al igual que las luces.

Dos jóvenes actrices se reúnen o alternan sus participaciones en el café Bertolt Brecht para dentro de La cita, del Centro Promotor del Humor y a través de un grupo de sketchs, abordar aspectos que van desde el mismo teatro y el cine a los más diversos ítems de las relaciones humanas y sociales.

Dirigido por Osvaldo Doimeadiós, con textos de su hija Andrea (una de las intérpretes, junto a su colega Venecia Feria), nos enfrentamos a un espectáculo que privilegia la intertextualidad, los giros lúdicros y el pastiche.

Como de casta le viene al galgo, la joven autora ha heredado de su progenitor no solo los evidentes voltios histriónicos (la vimos recientemente en el filme El techo, de Patricia Ramos) sino las dotes para la escritura, que recuerda por su ingenio, multirreferencialidad y juegos lingüísticos, los de Doimeadiós.

Las intrigas entre novatas de la actuación; pasajes que involucran imaginariamente a Marilyn Monroe y Frida Kahlo; sátiras al fundamentalismo y la beatería; tipos populares, las nuevas nomenclaturas idiomáticas en la era cibernética o ciertos episodios históricos recrean con mucha gracia y frescura tanto Andrea como Venecia, apoyadas en un closet lleno de vestidos (diseñados por la siempre imaginativa Celia Ledón) que van empleando según las caracterizaciones, y que sirve de original escenografía, integrada además por pocos aunque muy expresivos elementos.

Muestra de un humor paradigmático respecto a lo que se aspira dentro de un terreno que no siempre ofrece espectáculos medianamente convincentes, la cita lo es también con el buen teatro.

De Puerto Rico nos llegó la compañía danzaria Coda 21 en una versión (de las muchas que se hacen constantemente en todo el mundo) sobre Romeo y Julieta, como se sabe, entre las tragedias de Shakespeare más representadas.

A caballo entre el baile y el teatro, o como apreciamos recientemente en el espectáculo matancero Cuatro (donde acertadamente se habló de «teatro coreografiado»), el grupo que conduce artísticamente Denniser Eliza se introduce en la universal pieza con una perspectiva aglutinadora, interdisciplinaria.

La coreografía de Gina Patterson no solo une con sapiencia pasos clásicos y contemporáneos, en representación de varios estilos y escuelas muy bien asimilados, sino que deja brecha para el texto dicho, el audiovisual y otras técnicas que enriquecen la puesta en escena.

Deslumbra fundamentalmente el trabajo escenográfico, que apoyado en la «sombra chinesca» y un creativo diseño de luces, contribuye a adentrarnos en la atmósfera shakesperiana, proyectando su mundo al nuestro, algo que también refuerza, desde su variedad y riqueza, la música.

Donde falla este deslumbrante collage es en la falta de una imprescindible síntesis: demasiado larga, la puesta aterriza en constantes redundancias y también incluye un grupo de imágenes poco inteligibles desde el punto de vista dramatúrgico.

Como la lectura de los realizadores ha contemplado la posibilidad de otros desenlaces, y se alternan además los tonos trágico y cómico (algo que se usa mucho últimamente en los abordajes de esta zona en el bardo inglés), este Romeo y Julieta boricua, con notables bailarines y actores, peca de abigarramiento y desmesura, a pesar de lo cual fue una visita que agradecemos pues se trató de un espectáculo elevado desde lo visual.

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