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Buscando todo lo perdido

Varios estrenos de la reciente temporada teatral insisten en la recuperación: del tiempo, la identidad, la paz, los recuerdos

Autor:

Frank Padrón

Varios estrenos de la reciente temporada teatral insisten en la recuperación: del tiempo, la identidad, la paz, los recuerdos… El último fuego (Espacio Teatral Abdala), Sangre (Berenjena Teatro) y Flechas del ángel del olvido (Gaia Teatro de La Habana) son algunos de esos títulos.

De la excelente dramaturga alemana Dea Loher (Inocencia), nada ajena a la escena cubana, es la pieza que Irene Borges (directora general de Espacio Teatral Abdala) y la actriz Amada Morado llevaron a la escena de la sala Tito Junco.

El accidente que causa la muerte del pequeño hijo de un matrimonio conduce a una reflexión que preside el corpus dramático de El último fuego: ¿descuido que pudo ser evitable o fatalismo marcado por el destino?; entre tales disyuntivas se debaten los personajes, que no solo son los padres sino testigos y participantes en un forcejeo perenne entre culpa, remordimientos, fatalismo y esperanza.

Texto de una evidente dureza, como caracteriza la línea genérica en que se inserta (teatro de la crueldad), la puesta en escena de Borges y Morado se caracteriza por una creadora explotación del espacio escénico, y una indudable coherencia entre distintos elementos que atrapan el ambiente trágico del relato: el vestuario de Virginia Karina, las luces de Normando Delabat o la banda sonora, en la cual tanto la música original (Alejandro Delgado) como la composición coral (Liz Rivero) detentan expresividad y absoluta correspondencia con los códigos manejados en el montaje.

Dentro de la perspectiva dialógica asumida por los actores, descuellan la misma Amada, Pedro D. Ramos, Lilliana Lam y Alina Molina.

Otras búsquedas modulan la obra Sangre, de Yunior García (Jacuzzi): la enfermedad en relación directa con el erotismo —¿hasta dónde una condiciona el otro?—; la religiosidad y la ideología, en franca correspondencia con el consumo y las desigualdades sociales, conforman algunos de los cuadros que arma Berenjena Teatro en una puesta que conforma la Trilogía de la identidad (comentábamos hace algún tiempo la primera de ellas, El hijo).

La dirección de Anaysi Gregory Gil remite al teatro griego, sobre todo por los coros, los movimientos coreográficos y las máscaras. Si bien apreciamos un notable trabajo vocal en los cantos que van complementando los segmentos hablados, otros elementos como el vestuario o la escenografía no gozan de la misma fortuna, sobre todo porque no se integran a la plataforma conceptual que persigue el texto, el cual, si bien goza de la agudeza y poder de sugerencia de todo el teatro firmado por el joven dramaturgo holguinero, esta vez no termina de cerrar y desarrollar más de una idea, apenas esbozada.

Frank Mora, Beatriz García, Mayra Mazorra y Julio Marín se hallan entre los actores que sobresalen dentro de un equipo que muestra apreciables desniveles, defecto que comparte con Flechas del ángel del olvido, pieza del célebre español José Sanchis Sinesterra en versión y puesta de Esther Cardoso y su grupo Gaia Teatro de La Habana, en la que realmente pocos son los desempeños que salen ilesos en un texto excesivamente farragoso, lleno de reiteraciones y circunloquios que terminan afectando la comunicación y el flujo narrativo.

Una joven que ha extraviado la memoria y hasta la propia identidad y se encuentra internada en un centro siquiátrico es visitada por personas relacionadas con su vida anterior, que le reprochan, interrogan, acusan en un ajuste de cuentas que es también hacia ellos mismos.

La propuesta resulta interesante per se, mas pierde mucha de su eficacia ante tales excesos, que ni siquiera una puesta inteligente por parte de Cardoso y sus colaboradores (interacción de los actores con el público, escenografía expresionista y motivadora, coreografía y música de apreciable elocuencia, diseño de luces conformadoras de atmósferas y estados anímicos…) logra salvar, por lo cual se impone, para futuras presentaciones, una rescritura más creativa y sintética.

Sangre, obra de Yunior García.

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