Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Lo importante es lo que no ves

El artista, recientemente reconocido con el Premio Nacional de Artes Plásticas 2018, apuesta por revelar las invisibles conexiones que mueven el mundo

Autor:

Lourdes M. Benítez Cereijo

Podría decirse que al artista José Ángel Toirac (Guantánamo, 1966) le viene de maravillas la archiconocida frase que Antoine de Saint-Exupéry inmortalizara en su obra El principito: Lo esencial es invisible para los ojos, porque al decir del creador, el verdadero valor de las cosas no siempre es evidente. En su obra lo importante es lo que está detrás, lo que no se ve.

Y en esa zona oculta o menos visible hay mucho corazón, meticuloso trabajo de investigación, infinita sed de conocimientos y verdadera pasión por la historia.

A pocos días de haber recibido el Premio Nacional de Artes Plásticas 2018, el pintor —aunque es mucho más que eso— recibió a Juventud Rebelde en su taller, para hablar del galardón, de su obra y de una trayectoria signada por la sinceridad y la búsqueda constante.

«Desde pequeño supe que quería ser pintor y el universo conspiró para que así fuera. ¡Qué afortunado fui! Cuando hice las pruebas del ISA no clasifiqué, eran nueve plazas y yo fui el diez. Luego resultó que una de esos nueve no tenía derecho a hacer la prueba y entré por los pelos», rememora.

Otras dificultades obstaculizaron su meta de estudiar pintura. Nos cuenta Toirac que su padre se opuso a la idea, pero él se las arregló para continuar los estudios a escondidas. «Con el tiempo se enteró, pero no me dijo nada porque prefería que yo estudiara a que mataperreara por un río que había en Guantánamo nombrado Cagalar.

Nos cuenta que en su provincia natal tuvo un profesor clave: Emilio Rodríguez, pero el destino le jugó una mala pasada. Su familia se mudó para La Habana y tuvo que dejar todo. Matriculó en la capital por un traslado.Y nuevamente el universo actuó a su favor y se rencontró con este profesor. «Él me puso al nivel de los otros alumnos, porque yo no tenía una verdadera noción de las artes plásticas. Nunca había visto una obra de arte original. Mis referentes eran los de Guantánamo. Cualquiera pintaba y a mi aquello me parecía lo máximo. En la emisora local había un paisaje inmenso bajo la firma de Linares, me parece estarlo viendo, y yo quería hacer eso».

—¿Cómo descubrió esa pasión?

—Para mí que fue algo que echaron en mi barrio, pues éramos un piquete de muchachones que nos criamos juntos, cuatro de ellos salieron músicos y yo pintor. Más bien creo que todo se debió a un sistema que funcionaba. Esa idea de captar el talento en la base era efectiva. Las Casas de Cultura y los círculos de interés no tenían grietas. Te permitían descubrir tu vocación desde niño.

«Después de ser estudiante fui profesor y me desencanté el día que me di cuenta de que no hay peor situación que tratar de enseñar a quien no quiere aprender. Sencillamente muchos desean saber la fórmula de hacer dinero y esa no la tengo, por eso me dediqué profesionalmente solo a mi trabajo.

«Lo que hago me da placer, me permite compartir con los amigos y criar a mi familia. Si encima de eso me pagan, ¡qué más puedo pedir!».

Graduado de la Escuela Provincial de Artes Plásticas San Alejandro en 1985, así como del Instituto Superior de Arte (ISA) en 1990, José Ángel cuenta con más de una treintena de exposiciones personales y colectivas. Piezas de su autoría forman parte de las colecciones del Forum Ludwig, Alemania; Centro Atlántico de Arte Moderno, España; Arizona State University Art Museum y MoMA, EE. UU., y el Musée des Beaux-Arts de Montréal, Canada, entre otras.

Algunos de sus referentes más significativos son los alemanes Gerhard Richter y Hans Haacke. El primero es su pintor favorito y el segundo es un maestro en develar vínculos ocultos entre cosas aparentemente desconectadas, y de ahí ha bebido mucho Toirac. En su quehacer, asegura, lo que salta a la vista es solo la punta del iceberg.

Cada una de sus obras cuenta una historia mucho más profunda, que trasciende las dos dimensiones de un lienzo. «Para mí la creación no está en la novedad del producto final, sino en el cableado que yo hago. El mundo y las ideas son como una gran red conectada por hilos invisibles. Y el ser humano está acostumbrado a seguir siempre las mismas rutas. Mi intención es mostrar caminos diferentes».

—¿Será por eso que te catalogan de irreverente?

—Mi obra es quizá irreverente porque presenta la realidad y la historia de otra manera, porque establece conexiones nuevas. Es como un juego de dominó, que siempre tiene las mismas fichas y sin embargo, las datas nunca son iguales, las maneras de combinar son infinitas y así es la creación.

—En el recuento de sus obras, ¿qué piezas no pueden faltar?

—Mis preferidas son muchas y están asociadas al trabajo que me dio confeccionarlas o a los años que tomó concretar esa idea, al destino final de esa pieza o su nivel de aceptación o popularidad. La serie Desde adentro me gusta mucho, cuando la hice fue a dar a una galería en el exterior; y al recibir la beca Rockefeller aproveché la oportunidad para repetir esa idea. Se trata de un mosaico elaborado a partir de fotos tomadas por el Che Guevara. La intención es mostrar cómo el héroe ve el mundo mediante los conceptos de sacrificio, de lo eterno, de la paternidad, de la burocracia, y la idea del líder.

«Otras de las más queridas son Profile, un retrato de Fidel sin Fidel, una suerte de perfil nacido de las conversaciones sostenidas con Ignacio Ramonet para el libro Cien horas con Fidel; el proyecto de las primeras damas de Cuba desde 1902; la serie donde pongo a dialogar a la propaganda política con la publicidad comercial como si fueran un espejo; y el proyecto que dediqué a la Virgen de la Caridad y que compartí también con Meira Marrero, con quien colaboré durante más de 20 años».

—¿Es mejor o más difícil trabajar con colaboración?

—Es más desafiante, pero sin dudas mucho mejor porque para avanzar necesitas contrapunto, impulsos, visiones diferentes…

—Ese trabajo con íconos, héroes, símbolos, ¿no le resulta complejo?

—Es algo natural. Son decisiones que vienen con la madurez: tú decides vivir en Cuba, debes ser consecuente con su historia. Cuando hablo del Che y Fidel lo hago sabiendo que son dos destinos posibles. A mí me resulta más sincero discursar a partir de ellos, que ponerme a hablar de gente y cosas que no me tocan de cerca. A Homero le tocó hablar de Aquiles y Ulises, estos son los héroes de mi tiempo.

—¿Cree que su obra ha sido justamente valorada?

—No soy el artista más popular. Aunque ser conocido no implica necesariamente que te valoren. Hay ciertas personas que sí me interesan, y por ellas me ocupo y preocupo de ser entendido, el resto es un albur, un azar. La apreciación es un acto voluntario. No me preocupa si me valoran, eso no motiva mi carrera. Durante mucho tiempo hice arte en función de un profesor muy bueno, Flavio Garciandía. Siempre me preguntaba: ¿qué pensará Flavio de mi trabajo? Eso me compulsaba.

—¿Y qué pensaba Flavio?

—Todos los días le presentaba una idea diferente. Él me dijo:«guárdalas porque con los años te das cuenta de que solo tienes una, pues las demás se agotaron». Nunca me pasó por la cabeza que eso fuera cierto. Y al cabo de los años he tenido que darle la razón. Te quedas con una idea y diversos niveles de profundización, que al final conforman tu cosmovisión del mundo.

—¿Haber recibido el Premio Nacional de Artes Plásticas implica algún cambio?

–Si me premiaron fue por algo y tiene que significar algo: un cambio a nivel de contexto. Aunque a veces un premio dice más del jurado y las circunstancias que del premiado. Fui nominado tantas veces que no me lo tomaba en serio. Me asombró realmente, además cualquiera que esté lo merece.

—¿Cronista, intérprete o crítico…?

—Es difícil decir, porque es una secuencia. Transito por ellas, son como trajes que uno se pone. Vistes de cronista cuando necesitas negociar y exponer los hechos tan fríamente como sea posible. Todo artista, todo ser humano es intérprete de la realidad. Cada cual tiene su representación del mundo, negarlo sería ingenuo. En cuanto a ser crítico, yo pienso como San Agustín: la crítica es tan pertinente como la herejía. Si discutes y dialogas podrás fortalecer la fe. Solo llegas al verdadero conocimiento, sabiendo quién eres y manteniendo una postura crítica, de lo contrario nada tendría sentido.

—Su quehacer: ¿interrogante o respuesta?

—Un poco de ambas. Es una pregunta, pero también una respuesta, pero una que no satisface, que invita a la búsqueda y te deja con ganas, te estimula.

—Los especialistas lo sitúan como uno de los creadores más significativos de la producción simbólica contemporánea. ¿Cómo se define usted?

—Como artista sencillamente. No me gusta definirme como pintor porque eso reduce mucho, aunque yo recalo en los métodos tradicionales de las artes plásticas. No tengo una venda en los ojos, sé que el compromiso de un artista del siglo XXI no es solo hacer arte, sino sacarla de su estudio: hacer pública una responsabilidad social; y eso implica negociación con el espectador.

«Por eso el arte debe ser siempre honesto. Hay un espacio otro para la magia y el ilusionismo en el arte. Pero el sol de una creación artística debe partir del amor sincero».

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