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Ponjuán ha querido «pintar bonito»

Dueño de una obra que se reinventa en cada propuesta y se adentra en verdades que nos acompañan, Eduardo Ponjuán, Premio Nacional de Artes Plásticas, conversó con Juventud Rebelde

Autor:

Aracelys Bedevia

Eduardo Ponjuán no suele dar entrevistas. Ni cuando le entregaron el Premio Nacional de Artes Plásticas (2013) ofreció declaraciones a la prensa. Sin embargo, en medio del País de nieve que ha creado para la 13ra. Bienal de La Habana, este artista genuino que ha formado a varias generaciones de creadores cubanos accedió a conversar con Juventud Rebelde.

«No me gustan las entrevistas porque me editan y ponen la parte que menos me agrada. Pero ya ves, no soy tan inaccesible. ¿Dónde quieres que hablemos?».

Así comenzó el diálogo con este pintor, dibujante, escultor e  instalacionista que, según cuentan sus amigos más cercanos llegó al arte por azar y es actualmente uno de los imprescindibles dentro de la historiografía de la plástica cubana.

Con una obra que se reinventa en cada propuesta y se adentra, por lo general, en verdades que nos acompañan, Ponjuán nació en Pinar del Río, en 1956, aunque vive y trabaja en La Habana desde hace muchos años.

Cuando las aulas del Instituto Superior de Arte (ISA) se quedaron prácticamente sin profesores, asumió la docencia junto a otros grandes de la plástica cubana (José A. Toirac, Lázaro Saavedra, René Francisco Rodríguez) y garantizó el relevo.

¿Por qué dejó de impartir clases? «Me cansé. Además, te roba muchas horas. El maestro debería ser mejor premiado. Pero así es en el mundo entero. No fue pérdida de tiempo porque aprendía más de lo que enseñaba. Mis alumnos iban a bienales, viajaban a presentar sus exposiciones y yo no podía hacerlo porque tenía un compromiso con la docencia», expresó Ponjuán, quien ha asumido como ideal la comprensión del hombre y sus destinos.

Foto: Abel Rojas Barallobre

Entre el bullicio del público que asistió a la inauguración de su exposición País de nieve, en la galería 23 y 12, el prestigioso artista confesó que no pensaba hacer nada para la 13ra. Bienal de La Habana.

«Estuve trabajando más de un año para el Armony Show, en Nueva York y me sentía muy agotado. Pero decidí hacerlo por la importancia del evento. Tuve que preparar la exposición prácticamente en tres meses. Excepto una de las piezas, que es de 2017, el resto son nuevas. Las hice en tiempo récord y terminé su montaje horas antes de la inauguración», dijo.

El artista expresó su agradecimiento por el apoyo que recibió de la presidencia del Consejo Nacional de Artes Plásticas, el Fondo Cubano de Bienes Culturales y el Comité organizador de la 13ra. Bienal, quienes le dieron la posibilidad de eligir el espacio para exponer sus creaciones. «Estoy prácticamente estrenándolo porque acaban de repararlo», dice, al tiempo que observa sus cuadros, a gran formato, sobre paredes blanquísimas en la histórica esquina del Vedado.

—¿Por qué País de nieve?

—País de nieve alude a la novela homónima del japonés Yasunari Kawataba: una historia de amor que leí en mi adolescencia y que sucede en una de las regiones más frías de Japón. Nunca he estado ahí. Pero he visto la nieve y los abedules en Moscú, en la pintura de Iliá Repin y en las películas del polaco Andrzej Wajda. País…, no tiene nada que ver con nuestro contexto.

«Lo primero que hice fue tratar de evadir todo lo que pudiera estresarme. Quería hacer algo por el corte del artista atrapado en su torre de marfil. Si algún tema tienen estas obras es la belleza, aunque  alguien adivine en el Titanic su choque con un témpano de nieve.

«La belleza está mal vista, vilipendiada. Si alguien dice que el cuadro está bonito los artistas se ponen bravos.     Hay que ser duro, sarcástico, irónico.

«También yo, como Arthur Rimbaud, senté a la belleza en mis rodillas, la encontré amarga y la injurié. En esta ocasión, quise pintar como Henri Matisse; y, como dijo alguien una vez, cuando termino de pintar un cuadro no tengo nada que decir. Lo que he hecho es lo que quise decir y si no lo logré, toda la culpa es mía.»

—Es una obra compleja en la que se percibe mucho la influencia del diseño gráfico.

—Quise hacer una serie que encarnara el estándar estético que el marketing y el diseño gráfico han construido sobre el paisaje de las regiones frías.

«La irrealidad de su representación (no es naturalista) se superpone a la paradoja   de haber sido creada en el trópico.

En País de nieve, imágenes de trasiego público en internet trascienden su origen virtual por una erótica de la pintura donde el público olvida el tema y se concentra en cómo fue hecho. Lo que une ambos lenguajes, el digital y el pictórico, es el deseo de estar en otro lugar». 

—Su obra se expone en estos momentos en proyectos  oficiales de la Bienal como La posibilidad infinita. Pensar la nación, en el Museo Nacional de Bellas Artes. ¿A qué atribuye el hecho de que a 35 años de su primera edición, la Bienal de La Habana siga viva?

—Lo que hace posible realizarla es el sistema de enseñanza artística con el que contamos. Eso produce un resultado y es lo que ha permitido que tantos artistas jóvenes hayan participado siempre en proyectos importantes dentro de la Bienal de La Habana, la primera que apostó —en su totalidad— por los artistas invisibilizados del Tercer Mundo.

«Es un privilegio tener una bienal en Cuba, un país pequeñito, de pocos recursos financieros. Las bienales cuestan dinero. Hay muchas naciones, riquísimas, que no hacen ninguna.

«Sin embargo, estos eventos hay que sistematizarlos y fortalecer la jerarquía institucional, no solo en tiempos de bienal (donde lo que se expone suele ser lo mejor) sino también durante todo el año.

«Las demoras entre una edición y otra muchas veces repercuten en la calidad de lo que se expone. Por otra parte, hay poca participación de Cuba en los  megaeventos mundiales. Los jóvenes viajan y venden más que antes, pero en el circuito de galerías y ferias de arte, lo que impone un estilo particular. Las nuevas generaciones deberían tener el fogueo nacional e internacional que nosotros sí tuvimos. Eso depende de la institución, la única que tiene los recursos para hacerlo. Aquí es donde la bienal te sube la varilla. Se espera con ansias porque te da la posibilidad de apreciar arte contemporáneo e intercambiar con artistas, galeristas, coleccionistas, teóricos y curadores de otras latitudes. Y darle, también, un abrazo a un amigo que hace rato no se ve».

Más de cuatro décadas de trabajo sostenido

                                                                                                                                                              Foto: Abel Rojas Barallobre

PonjuÁn cuenta con numerosas exposiciones personales y colectivas, dentro y fuera de Cuba. Entre las más significativas sobresalen Bésame mucho (2014) y Lo tengo en la punta de la lengua (2004), ambas realizadas en el Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) de Cuba; Scratch (2016), en el Museo de las Culturas del Mundo, Milán, Italia; Wild Noise (2017), en el Bronx Museum of the Arts, Nueva York, Estados Unidos; y Adiós Utopía: Dreams and Deceptions in Cuban Art since 1950 (2017), en el Museum of Fine Arts de Houston, Estados Unidos.

Ha participado en la Bienal de Venecia (2011), la Bienal de La Habana (1994, 1997, 2006, 2009, 2012, 2015 y 2019); la Bienal del Sur de Panamá (2013), la Bienal de Pintura de Cuenca (1999 y 2009) y la Bienal Internacional de Malta (1999). Obtuvo el Premio Nacional de Artes Plásticas (2013) y el Premio Nacional de Curaduría (2007), ambos otorgados por el Consejo Nacional de Artes Plásticas de Cuba; el Primer Premio de Collage, en la Bienal Internacional de Malta (1999) y la beca otorgada por la Fundación Browstone de Francia (2005). Obras suyas están en colecciones como la del Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana; la Daros-Latinoamérica en Suiza; la de la Fondazione Sandretto Re Rebaudengo en Italia; la colección Farber; la del Blanton Museum of Art y la del ASU Art Museum, en Estados Unidos.

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