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Adolfo Roval felicísimo de «colgar» los números

Dentro de casi un siglo de fructífera existencia, 65 años ha dedicado Roval al arte, y se considera una persona superfeliz y realizada profesionalmente

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

Como Adolfo Rodríguez Valdés inscribieron al más reciente Premio Nacional de Danza de Cuba hace casi nueve décadas, pero su marcada creatividad lo llevó a unir tan populares apellidos para conformar uno solo, bien sonoro, artístico: Roval, como merecía el rumbo definitivo que luego tomó su vida. Pero no fue en el Cruces de su nacimiento donde el niño quedó prendado con ese arte al cual le ha dedicado 65 años de su activa existencia.

De hecho, cuando cumplió los tres dejó aquella casa frente al parque desde donde se podía ver la glorieta y sobre todo escuchar las retretas de la banda, para mudarse con los suyos a Santa Clara, por necesidades de su padre, trabajador de las oficinas de Correo. Ese fue justo el tiempo que permaneció en la capital de otrora provincia de Las Villas, hasta que La Habana lo «adoptara» en 1936.

«Me preguntaste qué me impulsó a la danza y estoy convencido de que fueron las películas musicales, que me encantaban. Yo era fanático de Gene Kelly, Fred Astaire, Ginger Rogers... Después sucedió que de adulto, con 17, 18 años, me invitaron a una función en el anfiteatro del puerto de La Habana. Se ponía Bodas de Aurora y Alicia era la Princesa Aurora. Fue esa la primera vez que la vi bailar. Ella me impresionó, todo me impresionó. Se parecía a los musicales, pero diferente, un lenguaje que no entendía. Me dijeron que era ballet.

«Estudiaba la carrera de contador, había que ayudar económicamente a la familia. Entonces en el periódico encontré una convocatoria de la Asociación Cubana de Artistas anunciando que se iniciaba un curso de danza moderna y ballet con los profesores Ramiro Guerra y Luis Trápaga. A pesar de mi ignorancia artística, sabía que este último se empezaba desde temprana edad y que la danza moderna se asemejaba más a los musicales. Comencé a dar clases con Ramiro Guerra tres veces a la semana, y cuando le perdí el miedo, decidí apuntarme los otros tres días con Trápaga.

«Yo trabajaba hasta las seis de la tarde en Cuatro Caminos, cogía una guagua que me acercaba a Perseverancia y Lealtad, donde se hallaban los salones. De ahí iba para la Escuela de Comercio a terminar mi formación como contador. Ese fue el inicio: entrar, perder el miedo y aprender.

«Ya en el 50 se creó la escuela de Alicia Alonso, ubicada en N y 21, donde hoy está el hotel Capri. Entonces decidieron contratar a nuestro querido Ramiro, lamentablemente fallecido, para que impartiera las clases de danza moderna; sus alumnos nos trasladamos para allá. De ese modo entré al mundo del ballet “por fuera”.

«Formaba parte de un grupo muy heterogéneo: la actriz Raquel Revuelta, la locutora Violeta Casal, la periodista Nati González Freire; el que fuera director de la Cinemateca de Cuba, Héctor García Mesa... Unos lo hacían por cultura; otros, los actores, por la expresión corporal... Allí estuve casi un año, hasta que la Unesco le otorgó una beca en París, junto con Vicente Revuelta. Como me quedé sin maestro y no existían más, aprovechando las nociones que me dio Trápaga, me apunté en las clases de Blanca Martínez, la hermana de Alicia. De esa manera me vinculé con la Escuela de Ballet Alicia Alonso, a donde iba a diario cuando salía de la oficina».

Fue Cuca (como le llamaban a Blanca) quien terminó de moldear, tanto el gusto como al bailarín. «No se veía bien que los hombres estudiaran ballet. Hablamos de una época de prejuicios, por lo tanto no había muchos. Como era reducido el subsidio que la compañía recibía del Gobierno, también escaseaban los bailarines contratados, de modo que trataban de resolver con los alumnos. Fernando siempre andaba atento, observándonos, pensando qué podía hacer cada cual.

«Un día entró al aula y eligió al buen amigo Eduardo Recalt, quien tenía más tipo de bailarín que yo, y a mí. Él era alto, perfecto para el burgomaestre de Coppelia, y yo, bajito, le venía bien para el notario. Hacíamos la combinación perfecta: el largo y el corto. Entonces dijo: “Ustedes dos vengan a los ensayos”, que se hacían de noche, porque casi todos trabajábamos en otro sitio. Esto ocurrió en el 52, quiere decir que entré, en verdad, por mis dotes histriónicas (sonríe).

«Luego nos confiaron papeles pequeñitos, más fáciles, como el minué de Bodas de Aurora, para el cual había que tener sobre todo oído, y muchos deseos, pero nosotros felices. Quienes se martirizaban eran quienes debían enseñarnos los pasos de los bailes de carácter, czardas, mazurcas, etc… Así nos iniciamos, digamos, como “relleno” de la compañía».

En el 54, ya Roval sumaba dos o tres años intensivos de ballet y había asumido roles «menores» que le exigían cierto dominio de la técnica (como los aldeanos de Giselle, me ejemplifica), aunque todavía continuaba con su contabilidad. «Pero hubo una gira por América Latina, lo cual me llevó a decidir si daba el salto o no. No fue tan difícil porque a mí me gustaba mucho viajar. Recuerdo que mi padre me paseaba por el Malecón y yo le decía: “yo seré marinero”, así que cuando me hablaron del viaje, ¡colgué los números! Fuimos a ese viaje que duró tres meses. Me enrolé en esa gira por Buenos Aires, donde realmente comencé.

«Cuando regresamos me abrieron un contrato por 40 pesos mensuales, lo que ganaba el cuerpo de baile. A ello adicionaba otros diez que me pagaban por ser el responsable de las zapatillas, de los zapatos de carácter; y diez más por bailar en programas de televisión, con lo cual mi salario se elevaba a 60 pesos y con eso contribuía en la casa...

«Luego vino la ruptura de Alicia y el Ballet con la dictadura de Batista, que le retiró la subvención. No olvidaré la gira que se realizó a través de toda la Isla protestando, con el apoyo de las asociaciones culturales. Alicia pronunciaba un discurso en cada teatro, mas de nada valió. En ese momento ya Alberto Alonso contaba con su grupo de televisión, encabezado por sus primeras figuras, Sonia Calero y Ceferino Barrios, quien también era solista de la compañía. Aquellos que nos quedamos sin trabajo, fuimos acogidos por Alberto, quien se encargaba de las producciones del cabaré Sans Souci, en el Teatro Warner Radiocentro (hoy cine Yara)...».

1959: Una Nueva Etapa

El triunfo de la Revolución agarró a Roval en Puerto Rico. Y es que cuando se disolvió la compañía, le tocó elegir entre seguir en el cabaré o su ya evidente amor por el ballet. «Entonces, con el dinero que me había ganado determiné viajar a Estados Unidos, lo cual me posibilitó continuar estudiando con magníficos profesores. José Parés, puertorriqueño que había formado parte de la compañía, fue quien me escribió para que me le uniera en Puerto Rico, donde existían posibilidades laborales como maestro de ballet. Ello explica por qué me encontraba en la llamada Isla del Encanto, en la que permanecí cerca de tres o cuatro años y donde fundamos el Teatro de Danza José Parés, con alumnos de la escuela.

«Cuando triunfó la Revolución, y Fidel garantizó a Alicia y a Fernando que la compañía tendría subsidio, nos convocaron, y no solo vinimos nosotros, sino que también trajimos a 11 buenos alumnos. Te hablo de agosto del 59, en que hicimos la audición ante un selecto grupo de examinadores como Alexandra Danilova, Ana Leontieva, Alberto Alonso, Ann Barzel, Phyllis Manchester, entre otros, quienes evaluaron a los que nos presentamos, provenientes además de Ecuador, Guatemala, Perú, Argentina, Estados Unidos... De ese modo se conformó la compañía, donde quedaron todos los nuestros de Puerto Rico. El Ballet Alicia Alonso pasó a ser Ballet de Cuba, e inició una nueva etapa».

En ese período boricua estuvo la génesis del gran maestro en que después se transformó Adolfo Roval. «Y también de mi realización como ser humano —asegura— que vive lejos de su país por largo tiempo, en el que no pude venir a Cuba. Allá me hice persona “mayor” y trabajé sin descanso: con una compañía norteamericana haciendo solos en un programa de televisión, y en Teatro de Danza de Puerto Rico que habíamos fundado José y yo, con un repertorio que él mismo montó: una época muy productiva en la que también estuvo Joaquín Banegas, a quien llamamos, pues se había unido a Tropicana para poder subsistir. En esas circunstancias nació el maestro y también se produjo mi desarrollo como bailarín profesional... Pensamos inocentemente que regresaríamos cuando vinimos para Cuba, pero nunca pasó, tampoco volvió Banegas, quien llegó a ser primer bailarín del Ballet de Cuba».

No demoró demasiado la categoría de solista, que le otorgaron en 1962 a Adolfito, como le nombran los muchos que lo quieren. «Yo no era un bailarín para ser de príncipe ni nada de eso, tampoco evidenciaba esa gran técnica, porque empecé muy tarde. Sin embargo, había roles que se prestaban a mi biotipo, como el bobo de La fille mal gardée, los solistas de la danza napolitana de El lago de los cisnes, de czardas..., o interpretaba bailes de carácter. Con José Parés como maestro y paradigma, apareció más tarde la oportunidad de convertirme en el Dr. Coppelius y en Mamá Simone, dos roles que me afianzaron.

«Ambos papeles me aseguraron la categoría de primer solista de carácter. Con ellos obtuve no solo muy buena crítica, sino que, sobre todo, dejaron un recuerdo, un ejemplo para el público y los que vienen detrás, a muchos de los cuales me ha tocado prepararlos. El Dr. Coppelius de Alberto Méndez también era genial: él lo conducía por otra línea, explotaba otras fibras: lo mostraba más monstruoso, más diabólico. Mi viejito, menos pícaro, sin embargo, era engañado por Zwanilda, más tierno si se quiere... Alberto dejó de bailarlo, pero yo no... Todavía si lo programan, seguro que me atrevo otra vez, como cuando se puso Coppelia en los Teatros del Canal, en Madrid, y yo contaba con 88 años. En 2020 debe regresar este clásico al Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, y si la salud me sigue acompañando allí estaré como el primero, con mis 91, porque este 18 de septiembre arribo a las nueve décadas».

De ese casi siglo de fructífera existencia, 65 años ha dedicado al arte más que en serio. «¡Y yo superfeliz!», reconoce con total orgullo. «He sido muy dichoso de haber podido encontrar la felicidad por medio de una labor que me permitió conocer gran parte del mundo, pero sobre todo realizarme en lo personal y bailar junto a importantes figuras de la danza internacional, especialmente Alicia, mi mayor inspiración, quien me llevó a querer entender ese arte que siempre salía de ella y con el que la vi brillar como estrella mayor en los escenarios del mundo; y después ser testigo de su competencia como directora, formadora, ensayadora, coreógrafa de esos clásicos a los que les dio vida nueva: Giselle, Coppelia, El lago... Ha sido un privilegio, una gran satisfacción, haber podido contribuir de cierto modo al desarrollo del Ballet Nacional de Cuba. He sido un hombre útil, feliz y afortunado».

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