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El privilegio de vivir miles de vidas

Jr dialogó con el joven y renombrado historiador a propósito de la publicación de su libro Gallegas en Cuba, un esperado texto que, al calor de los 500 años de la otrora Villa de San Cristóbal, estará a disposición de los lectores este lunes, a las 5:00 p.m., en el Centro del Libro de La Habana

 

Autor:

José Luis Estrada Betancourt

«Ahora me puedo morir, porque ya conocen mi historia. Iré a encontrarme con el hombre cubano que me amó, para que, juntos, nuestros espíritus atraviesen el océano y regresen a Galicia». Testimonios similares escucha una y otra vez Julio César González Pagés cuando por fin sus libros, nacidos de su incontrolable pasión por la investigación, ven la luz. Y, sin embargo, el joven y renombrado historiador, coordinador de la Red Iberoamericana de Masculinidades, quien ya debería estar acostumbrado, no consigue retener las lágrimas.

Las más recientes vivencias las acaba de tener en la península ibérica, en la llamada «tierra de emigrantes», donde regresó para presentar esta edición de Gallegas en Cuba, un esperado texto que, al calor de los 500 años de la otrora Villa de San Cristóbal, estará a disposición de los lectores este lunes, a las 5:00 p.m., en el Centro del Libro de La Habana, ubicado en el nuevamente populoso y agraciado bulevar de San Rafael.

«Es un libro lleno de esas emociones, de esa buena energía. Surgió en la década del 90 del pasado siglo, cuando descubrí que había muchas gallegas de edad avanzada que iban al Gran Teatro de La Habana a buscar ayuda humanitaria. No podía imaginar que existieran tantas. Yo trabajaba como director del Centro de Documentación e Información y con frecuencia venían a mi oficina, a pedirme sentarse un ratico», rememora González Pagés en su conversación con JR.

«Para ese tiempo, ya había empezado una carrera alrededor de las historias de mujeres. Conversando con ellas, conocí, por ejemplo, de Hijas de Galicia, que para mí solo representaba un hospital, pero había sido mucho más: una asociación que agrupó entre 40 000 y 60 000 mujeres y a sus descendientes; una institución que desarrolló una notable labor social al apoyar a las emigradas en los años 20 y 30, quienes con frecuencia llegaban al puerto engañadas, las obligaban a prostituirse y después las abandonaban. Si la viéramos como una ONG hoy, sería la más grande de América Latina de mujeres emigrantes... Así se me encendió la llama de la curiosidad que me empujó hacia el Archivo Nacional, a querer saber más y más...

«En una etapa de mi vida mi casa se localizaba entre la Benéfica e Hijas de Galicia, justo en Luyanó, el pulmón del barrio gallego de La Habana, rodeado de bodegas, de personas mayores que llevan boinas y dicen “morriña”... De niño no me percataba de esas circunstancias, pero el adulto comenzó a atar cabos y a armar la historia de mujeres increíbles, pero invisibilizadas hasta en sus familias... Primero llegué a las señoras comunes, después descubrí a figuras de la talla de Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán, Concepción Arenal...

«Como director del Centro de Documentación e Información, tuve acceso a los valiosos materiales que allí se conservaban. Realicé 120 entrevistas, y una parte significativa de mis entrevistadas me entregaron documentos, carnés, objetos personales. Me decían: “Tal vez mi familia no valore todo esto y lo tire. Yo sé que usted lo salvará”. En un cajón guardé esas pertenencias y la información que fui acumulando. De ese cajón salió Gallegas en Cuba».

—Imagino que Gallegas en Cuba también se sume a la nómina de tus libros controversiales...

—Es lógico que cuando se publica una investigación de este corte, encuentres a personas que se enojen: a nadie le gusta que se exponga el pasado, quizá menos glamoroso. No obstante, Gallegas en Cuba me ha traído innumerables satisfacciones, y tal vez lo más importante: me enseñó cómo abordar los temas de inmigración, descubrir que esta siempre fue más difícil para las mujeres. También me permitió amar a Galicia, donde este libro ha tenido una gran oportunidad, la misma que encontró en La Habana con el «desembarco gallego» que este octubre recaló en la ciudad.

«Gallegas en Cuba me dio el privilegio de conocer a un excelente músico como Roi Casal, quien se enamoró de la historia de Hijas de Galicia. Como el libro ya estaba agotado hizo todo a su alcance para que volviera a reeditarse. Un talentosísimo músico joven, ganador del premio Cubadisco, quien para saludar los 500 años de La Habana regresó otra vez, acompañado de una notable delegación, para compartir con el público de la Isla el espectáculo Son galego, son cubano, el cual parte de la producción discográfica homónima donde musicaliza las letras que le entregara el notable escritor, ya fallecido, Xosé Neira Vilas, quien viviera en Cuba.

«Es la primera vez que este libro se presenta en Cuba, pues el que nació con el título de Hijas de Galicia. Emigración de mujeres gallegas a Cuba se distribuyó en Galicia. Recuerdo que lo llevamos a un sitio lleno de mujeres, todas muy viejitas. Entonces ellas mismas me explicaron: “Oímos su entrevista en la radio y le traemos las cartas que nos devolvían, cuando les escribíamos a nuestras familias, pues se movían mucho de un lado a otro”. Ese es un texto que estoy escribiendo ahora: las cartas que nunca llegaron, son más de 600, de una conmoción total. Y eso es un privilegio: he tenido la posibilidad de vivir miles de vidas».

—¿De dónde surgió esa pasión tuya por la historia, por la investigación?

—De mis padres, pero sobre todo de mi papá, quien es descendiente de Leonor Pérez, la madre de José Martí. Nosotros somos la cuarta o quinta generación. Fue él quien me transmitió ese deseo de buscar de dónde venimos, y también me dijo: «No puedes ser vanidoso», de hecho, nunca se me permitió hablar sobre esa conexión. Lo develó luego Natacha Vázquez en su documental Madre del alma. Yo creo que, de cierta forma, la misma Leonor Pérez, de quien no se conoció mucho más allá de haber dado a luz al Apóstol, me motivó a indagar sobre la historia de las mujeres de mi familia. 

«Llegué a la universidad a estudiar Historia y mis profesores no olvidan que siempre levantaba la mano y preguntaba: “¿No hay historias de mujeres aquí?”. Nació conmigo ese propósito de hacerlas visibles, una pasión que después marcó todo el territorio. Poseo unos archivos increíbles en mi casa, los más ambicionados, pregúntaselo a mis amigas Marilyn Solaya y Rochy Ameneiro, quienes acuden a él para realizar sus encomiables trabajos».

—Investigar es muy apasionado, pero necesita de una consagración total. ¿No es demasiada exigencia para alguien tan joven?

—Mira, si no te gusta... Es una especie de sacerdocio que tiene que ver con el espíritu de las personas. Esta es una carrera que exige entrega, sacrificio, responsabilidad, estudio constante, pero también ofrece muchas compensaciones. Yo me siento acompañado por esas miles de mujeres que han inspirado mis investigaciones. Hay veces que las invoco para que me ayuden a llegar al final. Como hice con Enriqueta Faber para poder encontrar su rastro en su Suiza natal.

«Durante muchos años estuve prácticamente viviendo en el Archivo Nacional, en vez de dedicarme a ver telenovelas. Lo único que leía eran esos documentos que ya me localizaban de un día para otro. ¡Tanto me conocían! Se quedaban sorprendidos de ver cómo alguien joven, con un pelo larguísimo que más bien parecía un cantante de rock, se pasaba el día entero, desde las 8:30 a.m. hasta las 5:00 p.m. Pero ahí están los resultados: mis libros, que son como mis hijos y quedarán cuando ya no esté.

«Ya son ocho libros, y todavía me gustaría ir por más, porque me llenan de júbilo al saber que mi aporte también está. Y luego no puedo negar esa felicidad enorme que produce comprobar que esos textos se conectan con la gente. Jamás olvidaré aquella presentación de Por andar vestida de hombre en el Parque del Quijote, donde no cabía ni un alma más, en La noche de los libros. Me costaba creer lo que me aseguraban las libreras: “Julio, el libro se ha agotado en toda la calle 23”. “¿Pero cuántos trajeron?”. ¡Mil en esa primera noche! y tuve la impresión de que las mil personas me esperaban para que los firmara.

«Macho, varón, masculino: Estudios sobre masculinidades en Cuba vendió una cifra superior a 50 000 ejemplares en 2011, convirtiéndose ese año en el más vendido del país. Por andar vestido de hombre, de 2012, clasificó entre los tres más buscados. Ambos me han dado una popularidad inaudita, en la calle le gente me llama: “Oye, macho, varón, masculino”, sobre todo los hombres, a quienes les gustó. Cuando lo vives, te dices: qué bueno, he hecho una obra que me ha trascendido».

—Hablas de tu aporte, desde la investigación, en el campo de las mujeres, pero existe otra parte relacionada con los hombres, con las masculinidades...

—A mí me pasó: soy el quinto de cinco hermanos varones, provengo de una red de masculinidades familiar. Mi madre tuvo que enseñarnos a los seis (contando a mi papá) a convivir en armonía con una mujer, a respetarla, a ser solidarios. Cuando me encuentro con un hombre maltratador me convenzo de que es un problema cultural que debemos desmontar. Hay que derribar esos muros de cultura y educación. Los hombres y las mujeres, por suerte, vivimos en el mismo planeta, entonces debemos llevarnos bien.

«Investigo y escribo historia de mujeres, pero me encanta ser hombre. Como cualquier mortal, me arrebata el deporte, ese es mi hobby favorito. Cuento con muchos amigos y hasta casi hijos deportistas, que la vida me los ha ido poniendo en el camino, mas lidiar con los hombres resulta difícil, por esas exigencias que deben cumplir y después se vuelven nocivas: por una parte debemos tener dinero, ser machos, varones, masculinos, y por la otra nos castigan. Existe una educación hipócrita. La sociedad tiene una gran culpa que no admite, mientras los hombres nos vemos atrapados en un machismo que es ideológico, que es aprendido.   

«Confieso que entrar en el mundo de las masculinidades representó un inmenso desafío personal, porque se trataba de mí también, es decir, este estudio me obligó a cambiar, me convirtió en una mejor persona, en una persona más libre, un hombre que se parecía más a aquel que quería ser, pero que no sabía cómo lograrlo. Un hombre que no necesita estar todo el tiempo demostrando que es exitoso, que no tiene que competir: mis amigos no son mis rivales, sino personas queridas y cercanas a quienes les cuento de mis desamores o si estoy triste, si me va mal o hice algo malo. Eso lo aprendí de las masculinidades. Un reto que ha conformado mi próximo libro: Masculinidades en movimiento: sexo, música y deporte, el cual deberá estar listo para la Feria de 2020».

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