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Notas sorprendentes

En Crónicas de Santiago de Cuba nos enteramos de hechos y sucesos que, a pesar de la brevedad  con que se cuentan, van ampliando nuestro conocimiento sobre la ardiente, original, histórica ciudad 

Autor:

Luis Sexto

Crónicas de Santiago de Cuba, volumen firmado por Carlos Forment Rovira (1886-1960), quizá condicione un equívoco antes de abrirlo. El título podría sugerir un libro para leer enunciados más extensos y complejos si no tenemos en cuenta que crónica posee más de una acepción. Por ejemplo, la columna de ese género en Juventud Rebelde carece de semejanza con las de este libro que hoy comento.

Tal vez esté yo abusando de cuantos me leen. Pero en mi descargo, alego que en tiempos de mi juventud lectora, supuse que solo se podían clasificar como crónicas ciertos textos de José Martí, Julián del Casal, o de Rubén Martínez Villena, Miguel Ángel de la Torre, Pablo de la Torriente, incluso de Onelio Jorge Cardoso y otros escritores que colaboraban con diarios y revistas.

Como suele suceder en esa edad incompleta, uno se equivoca con cierta recurrencia. Y ahora ya sabe que el término crónica también admite que nos refiramos, si de Literatura o Historia tratamos, a una especie de sinónimo de cronología. Y así la emplea Forment en este libro cuyos dos tomos continúan la tradición de las crónicas santiagueras de Emilio Bacardí.

Tanto con el iniciador como en el continuador de estas crónicas de Santiago de Cuba, nos enteramos de hechos y sucesos que, a pesar de la brevedad  con que se cuentan, van ampliando nuestro conocimiento sobre la ardiente, original, histórica ciudad de Santiago de Cuba.

Permítanme decir, que según fui leyendo este día a día que se extiende, en su primer tomo, desde el año de 1902 a 1912, aumentó mi interés por esas notículas y a veces notas donde el cronista resumió los acontecimientos que, por uno u otro valor humano o histórico, matizaban el almanaque en Santiago de Cuba. Toparemos, por ejemplo, con la visita de Gonzalo de Quesada a la ciudad, o el deceso de un político o de una señora de familia distinguida, o con la celebración de aquella boda,  con aquel deceso trágico, o el cumpleaños de una heredera afortunada o del hijo de aquel veterano de la independencia, o cualquier acontecimiento que, en aquellos años mereciera, según la evaluación del cronista, pasar al presente histórico de la ciudad.

Lo reitero: según uno adelante en la lectura, comienza a gustar de esa cronología citadina que tanta información cotidiana nos transmite para explicarnos íntimamente a Santiago y a los santiagueros. Es decir, conocer aún más a Cuba.

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