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Esplendores brasileños y otros «finalistas»

El cine brasileño ha exhibido una variedad y calidad generalizada que van del melodrama retro, altamente reflexivo, a la comedia social, pasando por el oeste con cariz de denuncia política o la distopía erótico-religiosa 

Autor:

Joel del Río

Cualquier balance de la representación de la región en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, en cuanto al reconocimiento de los autores y películas más notables, debiera comenzar por Brasil. En todas las conferencias de prensa sobre filmes de ese país se reconocía el desconcierto y la preocupación de sus profesionales respecto a la actitud retrógrada y anticultural, o comercialista y de privilegio a lo extranjero, que impone ahora mismo el Gobierno de Jair Bolsonaro.

Los efectos serán perceptibles en las próximas ediciones del Festival; por ahora, el cine brasileño ha exhibido una variedad y calidad generalizada que van del melodrama retro, altamente reflexivo (La vida invisible, de Eurídice Gusmão) a la comedia social (Tres veranos), pasando por el oeste con cariz de denuncia política (Bacurau) o la distopía erótico-religiosa que es Divino amor, audaz visión del futuro cercano, 2027, del (cada vez más convincente) realizador Gabriel Mascaró.

A partir de su imaginería desbordante, y envidiable capacidad de renovación, el cine brasileño combina con magisterio lo genérico con elementos de ruptura, preocupación social e insurgencia artística.

No sé si nuestros lectores saben cómo se escriben estas páginas que leerán hoy domingo, pero que se escribieron antes, cuando todavía no se habían dado a conocer los ganadores del Coral. Pero ya entonces intuía lo complicado que seguramente iba a ser para los decisores de los premios elegir, por ejemplo, al mejor director entre candidatos tan eminentes como el siempre distinguido y sensible Karim Aïnouz (La vida invisible…); Sandra Koguty con su manifiesta exaltación del espíritu de supervivencia de la gente sencilla en Tres veranos; Gabriel Mascaró y su singular denuncia de cierto evangelismo retardatario en Divino amor; o la dupla que integran Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles, atentos a las mejores tradiciones del cine nordestino en Bacurau. Harto difícil resultaría seleccionar una sola actriz premiada entre los muy notables desempeños de Regina Casé en Tres veranos, o el dúo sufrido de Carol Duarte y Julia Stockler en La vida invisible… 

Por si fuera poco, los brasileños también nos enviaron excelentes óperas primas y documentales. Fiebre o Un filme de verano evidencian el rebrote de nuevas realizadoras como Jo Serfaty y Maya Da-Rin. Sin embargo, en cuanto a óperas primas me impresionaron, sobre todo, el extraordinario drama social chileno Perro bomba o la inusual y compleja comedia romántica uruguaya Los tiburones. Y aunque los documentales cubanos (A media voz, Retrato de un artista siempre adolescente, Brouwer, el origen de la sombra) jamás deben ser considerados rivales de menor importancia, los brasileños aportaron nada menos que seis largometrajes realizados desde la más amplia variedad estética y temática (inestimable el testimonio de Santiago de las Américas o El ojo del Tercer Mundo, de Silvio Tendler, entre otros).

Una película inusual y compleja comedia romántica es la uruguaya Los tiburones.

Además, tres de los títulos más eminentes del Festival, fuera de competencia, también fueron dirigidos por brasileños o realizados en coproducción con aquel país, como La Red Avispa, filmada en Cuba, con Wagner Moura en papel importante, e inspirada en el libro de testimonio Los últimos soldados de la Guerra Fría, de Fernando Morais; el histórico-biográfico Marighella, que dirigió, escribió y coprodujo precisamente Wagner Moura; y Los dos Papas, que trae nuevamente al ruedo de la realización a Fernando Meirelles, esta vez interesado en realzar el lucimiento de dos intérpretes excepcionales: Anthony Hopkins y Jonathan Pryce, mientras se delibera, en sordina, sobre el conflicto entre progreso y conservadurismo.

Y si la elección de lo mejor del año será complicada para las autoridades del audiovisual brasileño, mucho más arduo resulta, para el jurado del Festival, decidir un ganador, porque el poderío brasileño se combina, obviamente, con los aportes argentinos, colombianos, chilenos y cubanos... En una edición reciente nos referimos a los principales paisanos en competencia, de modo que ahora sería el momento de proponerle al lector una última relación de títulos recomendables, para ser vistos en las postrimerías del evento, o después que la competencia termine y se entreguen los Corales.

Vimos tres títulos chilenos perfectamente premiables: además de la ya mencionada Perro bomba, la histórica y también muy actual, aunque se ambiente en el siglo XIX, Blanco en Blanco, y el thriller sicológico Araña, dirigido por Andrés Wood, cuya necesidad de comprender y asumir traumas del pretérito aparecía también en su anterior Machuca (2004). De Colombia, destacó esa vuelta de tuerca al tema de la violencia, las guerrillas y los paramilitares que es Monos, de Alejandro Landes, y me parecieron atrayentes las avenencias entre el género de horror y el contenido social en la guatemalteca La Llorona, con la reinterpretación del mito de la fantasma y asesina, por parte del director, guionista, productor y editor Jayro Bustamante, quien trasplanta la célebre leyenda mexicana al país centroamericano que intenta restañar las heridas causadas por el latrocinio de la Guerra Civil, y entonces los horrores se vuelven realidad, pasado tangible en las noches de personajes asolados por la culpa y la mala conciencia.

Argentina también compite con la artillería completa, aunque sus principales títulos manifiestan la tendencia hacia un tipo de realización muy profesional y genérica, narrativa y causal, con una clara vocación hacia el entretenimiento y el cine comercial, aunque casi nunca se descuente la intención reflexiva (La odisea de los giles, El cuento de las salamandras), de modo que constituye excepción, en la edición de este año, el cine independiente, de bajo presupuesto, interesado en la honestidad realista, y capaz de redimensionar lo provocativo (Un rubio). En ese sentido, más bien excepcional, también incursionan Los sonámbulos, de Paula Hernández, en la competencia de largometrajes de ficción, y Las buenas intenciones, de Ana García Blaya, en el apartado de óperas primas, que nos pusieron al día sobre un cine argentino pensado en femenino, e interesado en cavilar sobre desorientación juvenil y relaciones filiales.

Al cierre de este texto, había sido imposible ver todo lo necesario para completar este pronóstico de premios, y se nos escaparon las mexicanas Asfixia, de Kenia Márquez, y Mano de obra (ópera prima de David Zonana), además de la peruana La bronca (de los muy reconocidos hermanos Daniel y Diego Vega), que pudieran sorprender con el ascenso hasta alguno de los premios y menciones, en tanto reflejan con profundidad las ideas de sus creadores sobre la libertad, la desigualdad social y el exilio, y estos parecen ser tres de los temas abordados con mayores dosis de humanismo y filantropía en este Festival, que ya se aproxima a sus horas finales.

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